España
está inmersa en dos entelequias institucionales que, a diferencia de otros
países, la condenan a una doble dificultad para obtener la credibilidad de los
mercados financieros, requisito imprescindible en una economía globalizada para
salir de la crisis lo antes posible. Se trata de dos proyectos, la Unión
Europea y el Estado Autonómico, que, tal como están diseñados, ambos conforman
modelos imaginarios e ideales que no pueden existir en la realidad como
instrumentos político-económicos eficaces para conseguir los fines que
pretenden, por lo que su confluencia en España duplica las dificultades -de
arriba abajo y viceversa- para adoptar cualquier iniciativa de superación de la
crisis, convirtiéndose en un doble problema y no en su solución. Dos
experimentos políticos, originales en términos históricos, que generan
sustanciales incertidumbres acerca de su viabilidad, influyendo obviamente en
que la salida de la crisis mundial sea más difícil para la eurozona de la UE
que para otros países ajenos –europeos o no- y, dentro de la misma, para España
que para el resto de sus miembros.
Las incertidumbres sobre la UE, especialmente sobre la eurozona, se derivan
de las dificultades que tienen las instituciones comunitarias para poner en
práctica políticas supranacionales en beneficio de todos sus miembros. La UE es
un proyecto que, sin estructuras institucionales consolidadas de tipo estatal,
rebasa el ámbito de una mera alianza interestatal, cuya originalidad consiste
en agrupar a países no sólo con culturas y lenguas diferentes, sino también con
una larga experiencia histórica –en algunos más que centenaria- como estados
independientes y, por tanto, con sus propios marcos legislativos, sociales y
económicos que, en definitiva, cada país conserva y, en gran medida, aplica en
su beneficio frente a las decisiones de las instituciones comunitarias. Por
ello la crisis en la eurozona no sólo es económica sino también política. La
unión monetaria, sin una previa unión política –los Estados Federales de
Europa- que posibilite una verdadera unión fiscal y una política común en todos
los ámbitos –social, económico, defensa, exterior, etc- con las pertinentes
instituciones gubernamentales para ejecutarlas en todo el territorio, genera
tensiones, en especial en momentos de crisis, entre los países miembros,
convirtiendo la eurozona en terreno abonado para los especuladores, máxime
cuando los países que la integran no constituyen un área económica homogénea y
además carecen de una disciplina de homogenización fiscal entre ellos, lo que
coloca al euro en clara desventaja frente a otras monedas.
Pero en España además se añaden a estas incertidumbres las derivadas de su
genuino modelo estatal que, gestado de forma inversa a la UE, salvando las
distancias, es idéntico en su indefinición. La originalidad del “estado de las
autonomías” consiste en desmantelar un país, España, con una cultura y una
lengua común –aunque algunos territorios además tengan otra- y con una larga
experiencia histórica como estado independiente centralizado, para acabar
atomizándolo en una serie de mini-estados inventados, las CCAA -la mayoría de
ellos sin diferenciación lingüístico-cultural y todos ellos sin experiencia
histórica independiente, salvo que nos remontemos a la Edad Media- que acaparan
insólitamente casi todas las competencias gubernamentales, rebasando incluso
las que cualquier estado federal se reserva por mera supervivencia, y, por ende,
dificultan gravemente al gobierno español para poner en práctica sus políticas
nacionales recurriendo, si es preciso, al desacato. Por ello, a la doble crisis
económica y política de la UE, en España, hay que añadir no sólo su crisis
económica, como en el resto de países miembros, sino también su peculiar crisis
política. Una doble dificultad a la hora de generar confianza, no sólo en los
mercados, sino también en sus socios europeos, conscientes de la incapacidad
del gobierno español para garantizar las políticas que, acertadamente o no, la
UE –entiéndase Merkel- decida imponer para salir de la crisis.
Con este insuficiente nivel de integración política y económica en la UE y
este alto nivel de desintegración en España no es posible albergar muchas esperanzas
sobre el futuro. Si en tiempos de bonanza nos permitió vivir un sueño, en
tiempos de crisis nos obliga a salir de una pesadilla que, irremediablemente,
requiere de profundas reformas estructurales, tanto en la UE como en España, y
no sólo de ajustes coyunturales para cuadrar las variables macroeconómicas que,
en todo caso, hay que poner en práctica en tan crítico momento. Pero estos
ajustes –las reformas requieren más tiempo- no pueden aplicarse por igual -ni
en el tiempo, ni en la forma- a situaciones tan diferentes, ya que no hay mayor
injusticia que tratar igual a los desiguales y, menos, si dichas desigualdades
de partida están provocadas en los estados miembros por la ineficacia del
entramado institucional de la UE, y en las CCAA por la del estado español. En
esta carrera de obstáculos, urgente y agonizante, ni los países de la eurozona,
ni las CCAA, parten en igualdad de condiciones para poder llegar a la meta al
mismo tiempo. Algunos pueden desfallecer por inanición antes de lograrlo y
España, no lo olvidemos, es la única que, por desgracia, sufre ambas
desigualdades. Para algunos, desgraciadamente, la salida de la crisis no sólo
requerirá sangre, sudor y lágrimas, sino también un milagro.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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