Se mire
como se mire es difícil entender los criterios que nuestros gobernantes
utilizan para nombrar los diferentes cargos públicos en los distintos niveles
institucionales. Lo cierto es que en los últimos años, desde ministros a cargos
de menor importancia, hacen declaraciones y toman decisiones que dejan mucho
que desear, al extremo de que los ciudadanos no llegan a entender los méritos
que dichos sujetos atesoran para ser merecedores de las responsabilidades que
se les encomiendan, pues, si de ellos dependiera, no obtendrían su confianza ni
para presidir la rotativa presidencia de su comunidad de vecinos. En un
artículo anterior (Ver “Ocurrencias y despropósitos” colgado en mi blog “Ojo
crítico” jcremades1948@gmail.com, en marzo de 2011) recogía algunas de las más
significativas barbaridades, de palabra u obra, protagonizadas hasta entonces
por determinados cargos públicos, que sonrojaban a cualquier persona con
sentido común, al margen de su preparación académica o técnica. También exponía
el brillante destino que dichos personajes obtenían tras el cese de sus
funciones como premio a su manifiesta incompetencia. Mi objetivo era recoger
este elenco de incapacidades con la esperanza de que en lo sucesivo se fuera
más cauto a la hora de investir a determinados personajes de representatividad
pública, pues, al fin y al cabo, son el reflejo de la ciudadanía a la que
representan y administran.
Pero no
escarmentamos. Vamos de mal en peor. Si entonces los responsables de tan
acertados nombramientos eran los socialistas y el gobierno de Zapatero, ahora
son los populares y el gobierno de Rajoy quienes hacen lo propio –como en otros
muchos asuntos- superándoles ampliamente, aunque de momento no sea con cargos
de primer orden. Pero todo se andará, el itinerario es idéntico. Las
ocurrencias y despropósitos que nos regalaron, entre otros, Magdalena Álvarez,
Bibiana Aído o Leire Pajín quedan eclipsadas, de no haberlas protagonizado
siendo ministras, por la del presidente de los españoles en el exterior, José
Manuel Castelao que, para dar validez al acta de la reunión de una de las
comisiones a la que le falta un voto, manifiesta “No pasa nada. ¿Hay nueve
votos? Poned diez… Las leyes son como las mujeres, están para violarlas”. Si en
su día supimos, gracias a tan insignes personalidades, que el aborto es
comparable a ponerse tetas, que un feto es un ser vivo pero no humano, que
tener hijos es de ultraderecha y rancio o que cambiando el sexo del PIB mejora
la economía, ahora sabemos que las leyes y las mujeres son entes susceptibles
de ser violados a nuestro antojo. Cierto que el abogado Castelao no es ministro
y sólo es presidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior,
órgano consultivo y asesor del Ministerio de Empleo, cargo que ya desempeñó entre
1998 y 2002, aunque tampoco es un desconocido que acaba de llegar pues fue
diputado del PP en el Parlamento de Galicia entre 2005 y 2009, pero, en todo
caso, el menor rango del cargo que ocupa no le exime del repudio general por su
talante machista y antidemocrático que raya lo delictivo.
En
cualquier país civilizado tamañas barbaridades supondrían el cese inmediato de
dichos personajes. Aquí no sólo se les mantiene en el cargo sino que, además, cuando
cesan, se les premia con otro cargo, normalmente mejor pagado, en otras
parcelas de la “cosa pública”. Basta conocer el destino actual de muchos de
ellos. Por eso, cuando el tal Castelao decide dimitir de su cargo mantiene que
lo hace por “motivos personales” y dice “nadie me ha pedido mi renuncia”. Lleva
razón. La ministra Fátima Báñez, propulsora de su nombramiento, debiera haber
salido al paso, aunque sólo fuese por decencia estética, cesándole “ipso facto”
o, en su defecto, diciendo públicamente que esa era su intención en caso de que
Castelao no hubiese presentado su renuncia voluntaria. Se hubiesen despejado
muchas incógnitas al respecto. Menos mal que algún portavoz de su departamento
ha dicho que “el comentario fue, como mínimo, muy desafortunado” ¡Faltaría más!
Habrá que estar atentos
al posible destino que las autoridades reservan a Castelao, pues, ya ven,
siempre se puede encontrar un hueco en la ONU, OPS, BEI, FMI o vaya usted a
saber dónde. Hay tantas instituciones, nacionales o internacionales, donde
recurrir que todo es posible para que personas con tanto merecimiento disfruten
de un espléndido futuro a costa del erario público. De momento lo que sí hemos
de reconocer a Castelao, es su ejemplaridad paradigmática en la defensa de los
nuevos planteamientos sobre la edad de jubilación, ya que a sus setenta y un
años de edad aún sigue activo en el servicio público. Con un poco de suerte su
jubilación definitiva ya estará próxima, se la ha ganado sobradamente, y no
será necesario elucubrar sobre sus nuevos destinos. La naturaleza juega a favor
de que no tengamos que avergonzarnos por segunda vez, como en casos anteriores,
de los venturosos destinos que nuestros gobernantes reservan a personas que tan
dignamente obraron en el desempeño de sus responsabilidades públicas. O, no;
como diría Rajoy.
Fdo. Jorge
Cremades Sena
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