¿Qué pensarían ustedes si un gobernante, les dice públicamente que ni los
tribunales, ni las constituciones pararán su proyecto político? ¿Qué, si además
añade que dicho proyecto va mucho más allá de cualquier formación política y de
cualquier persona? ¿Qué, si finaliza diciendo que su partido político es el
instrumento a favor del mismo? Sin poner nombre ni rostro al personaje,
seguramente pensarían que se trata de un visionario, que, en posesión de la
verdad absoluta y por encima de la justicia y la ley, está dispuesto a utilizar
cualquier medio para conseguir su mesiánico fin, justificado por los infinitos
beneficios que aportará a sus gobernados. Pero ¿qué harían si semejantes
argumentos totalitarios los esgrimiera en campaña electoral alegando que un
proyecto de tal magnitud sólo se puede encabezar con un fuerte liderazgo y para
ello necesita votos prestados que le otorguen una mayoría excepcional? Aun
conociendo su mágico proyecto, aun coincidiendo con él, seguramente tendrían
muy claro, como mínimo, a quien no deben votar. Teniendo en cuenta que el
mismísimo Hitler fue más cauto a la hora de anunciar su apocalíptico proyecto y
sus métodos para implantarlo antes de ganar las elecciones de 1934 e instalado
ya en el poder como canciller, sería imposible que cualquier demócrata confiara
en alguien que previamente le anuncia que la justicia y la legalidad han de
subordinarse a una causa que está por encima de las personas, las ideologías
–salvo la suya- y los partidos políticos.
Pero, si además de todo lo anterior, que podría ser fruto de un mal
momento, analizaran su trayectoria política, en la que desde su ideología
liberal-nacionalista, hubiese obtenido un gobierno autonómico venciendo en
buena lid democrática por mayoría simple en unas elecciones ajustadas a la legalidad
constitucional y con un proyecto acorde a la misma, pero, desde entonces, gobernase
desacatando la legalidad que le ampara en los asuntos que le interesa, haciendo
caso omiso de las sentencias judiciales competentes, considerando ajeno y
hostil al Estado del que forma parte su territorio y culpándolo de su mala
situación para ocultar su desastrosa gestión, probablemente, su desconfianza se
tornaría en preocupación bien fundamentada. Si además se hubiese atrevido a
exigir al gobierno central del Estado un tratamiento fiscal insolidario más
favorable que para el resto de territorios que lo conforman sabiendo que está
fuera de la legalidad vigente, y, ante la obviedad de no conseguirlo, hubiese
osado advertir al presidente del gobierno que se atenga a las consecuencias,
para, acto seguido, disolver el legislativo autonómico a mitad de mandato,
convocar nuevas elecciones y presentarse como líder del proyecto
independentista de otros partidos minoritarios rivales, derrotados por él en
los últimos comicios, para conseguir parte de sus votos que, sumados al voto
nacionalista sin opción electoral propia por primera vez, le otorguen esa
mayoría excepcional para poder implantarlo al margen de las leyes y de los
tribunales…¿qué conclusión sacarían?
Pues bien, es lo declarado y actuado, hasta la fecha, por Artur Mas,
presidente de la Generalitat de Cataluña y líder de CiU, federación de
nacionalistas liberales y democristianos catalanes, protagonista junto al resto
de partidos de ámbito estatal en la configuración actual del Estado Español,
que además ha gobernado Cataluña en casi todo el periodo democrático y ha
sostenido gobiernos estatales, tanto socialistas como populares, cuando éstos
no han obtenido mayorías absolutas en las Cortes Generales. Innegable pues la
alta responsabilidad de CiU en la actual estructura gubernamental de la España
democrática, así como en su gobernabilidad. Pero Mas descubre ahora que “entre
Cataluña y España se ha producido un sentimiento de fatiga mutua” así como que
“la España del norte se ha cansado de la España del sur, y la Europa del norte
también se ha cansado de la Europa del sur” y, animando a que los catalanes
asuman tan sólidos argumentos, decide liderar un proyecto trascendental
consistente en independizar un territorio, que voluntariamente forma parte de
España desde hace cinco siglos y jamás fue independiente a lo largo de toda su
historia anterior, justo cuando goza de una autonomía política, administrativa
y cultural, que incluso muchos estados federales quisieran para sí mismos. En
su delirio de converso no tiene reparo alguno en derramar demagogia a raudales
para desfigurar el pasado de Cataluña, evadir sus propias responsabilidades en
su situación presente y diseñar su futuro como un paraíso prometido. España y
Europa, no sabemos si toda o sólo la del norte o la del sur, modificarán su
legalidad democrática para albergar este nuevo estado que, situado al norte de
España y al sur de Europa, podrá incluso decidir su orientación geográfica
según le convenga para que ni quepa la posibilidad de que finalmente sea toda
España, incluida Cataluña, y toda Europa quienes acaben cansándose del señor
Mas. Si esa Europa del norte se ha cansado de la del sur, menos de Cataluña,
¿por qué iba a cansarse de ella cuando sea independiente? Entonces, ya sería
norte. Ya ven, es así de sencillo.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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