Que
la calidad educativa deja mucho que desear y no se corresponde con el esfuerzo
inversor de la sociedad española en Educación es un hecho indiscutible. Los
informes y estudios nacionales e internacionales así lo corroboran y, por si
hay dudas, basta con acercarse a muchos de nuestros centros educativos
–especialmente de Secundaria- para comprobarlo. Ahora, cuando la crisis
económica obliga a ralentizar dicho esfuerzo, urge optimizar los recursos
disponibles para conseguir una enseñanza de mejor calidad que evite su caída
definitiva en el negro abismo del fracaso total. Los factores que inciden en
tan negativos resultados son tan diversos y de tan diversa índole que su
análisis pormenorizado excede los límites de este espacio. En todo caso, en más
de una docena de artículos publicados y, todos ellos, colgados en mi blog “Ojo
crítico”, he ido analizando aquellos que, por mi experiencia docente, he
padecido, junto a mis compañeros, en mi centro de trabajo durante estos últimos
tiempos. Por tanto, vaya por delante que, por mi parte, es digno de elogio que
el ministro del ramo pretenda afrontar la mejora de la calidad educativa.
Algunos lo venimos reclamando desde hace tiempo. Así lo exige la interminable
lista de exalumnos condenados a un fracaso predecible, temprano e inexorable,
que, con nombres y apellidos, forma parte de las estadísticas que avalan el
deterioro progresivo de nuestro sistema educativo.
Pero,
dicho esto, me temo que, una vez más, la Educación se utiliza como arma
arrojadiza con fines electoralistas, principal causa de su deterioro, lo que empeorará
incluso su situación actual con un previsible debate estéril, a cara de perro,
para dinamitar el necesario consenso que requiere su mejora definitiva. Es lo
que se espera después de la Conferencia Sectorial de Educación en la que el
ministro Wert presenta a los consejeros autonómicos un borrador de Ley Orgánica
de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). Las actitudes irresponsables y las
declaraciones demagógicas posteriores son el preámbulo del falso debate que se
avecina. Desde el inaceptable abandono de la consejera catalana Irene Rigau a
la chulesca respuesta metafórica de Wert, comparándose a un “toro bravo”, ante
las críticas recibidas, por insultantes o demagógicas que sean, son el más
claro síntoma de la frivolidad e irresponsabilidad con que se va a afrontar uno
de los más serios problemas que tiene la sociedad española. Lo peor para
mejorar la calidad educativa es que aparezcan toros bravos, que se crecen con
el castigo, y vaquillas mansas, que, eludiendo el primer lance en el coso,
embisten desde el burladero, mientras se jalea la faena desde el tendido,
cuando lo que hay que hacer es, entre todos, coger el toro por los cuernos con
todas las consecuencias. Por tanto, la opinión pública debe prepararse para
soportar el futuro espectáculo. Está en juego el futuro de nuestros hijos y
nietos.
Es
inaceptable que un simple borrador con más de veinte medidas, acertadas o no,
que ha de servir como base para iniciar un debate razonado y razonable, haya
quedado ensombrecido desde el principio por la cuestión lingüística, causante del
maleducado desplante de Irene Rigau, cuya obligación es, en todo caso,
fundamentar razonadamente sus discrepancias con el texto ministerial para
buscar un punto de encuentro que, en este concreto supuesto, contemple en el
sistema educativo idéntica protección y garantía de aprendizaje de las dos
lenguas cooficiales en las comunidades bilingües. Así se hace en todos los
países con idéntica circunstancia. ¿Existe dicho equilibrio en Cataluña? Esa es
la cuestión. Si es así, asunto zanjado, nada que modificar al respecto, se
documenta y nada que discutir. Si no lo es, hay que tomar medidas,
preferiblemente consensuadas, para conseguir dicho equilibrio. Y así, en todas
y cada una de las propuestas del borrador, más las que a lo largo del debate
parlamentario se vayan incorporando.
Sin embargo, una vez más, se opta por la demagogia, la chulería, la amenaza
o el victimismo, dándose la paradoja de que, quienes incitan a la desobediencia
civil e incumplen las sentencias del Constitucional, manifiestan que recurrirán
a él si el ministro no retira el borrador. ¿Y si dicho tribunal, como en otras
ocasiones, no les da la razón? Entretanto, los obligados razonamientos, los
datos reales y las propuestas alternativas se sustituyen por la irracionalidad
ideológica, la mentira y el insulto. Los problemas reales del Sistema Educativo
quedan eclipsados por la resurrección de los fantasmas del pasado, reencarnados
en el ministro y en el partido al que pertenece, convirtiendo a Wert en un
franquista de pies a cabeza y, ¡cómo no!, a España en un estado fascista,
empeñado en someter a los catalanes a las perversidades del dictador hasta
arruinarlos económica y culturalmente. Felipe V resucita y se reencarna en Wert
con los decretos de Nueva Planta, el general Espartero con el bombardeo a
Barcelona y Franco, al ser más moderno, ni siquiera ha muerto, está en todas
partes, menos en Cataluña. Este irreal y demagógico escenario sustenta la
correspondiente llamada a la rebeldía social para mejorar el futuro. Y, ante
este siniestro panorama, diseñado por quienes han de mejorar la calidad
educativa -para eso les elegimos y les pagamos-, el ministro decide exhibir sus
cualidades de “toro bravo” en vez de desmontar el grotesco espectáculo ante la
opinión pública con hechos y datos objetivos y argumentos razonados y
razonables. ¿Es que nadie va a poner un poco de cordura en este ambiente
esquizofrénico? La ciudadanía merece que, tratándose de un asunto estrictamente
educativo, se utilice una cierta dosis de pedagogía política a la hora de
exponer públicamente los verdaderos problemas que atraviesa la Educación en
España. Sólo así podrá acertar a la hora de apoyar las verdaderas soluciones,
si es que éste es el objetivo que se pretende. Yo dudo mucho que así sea.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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