En
inglés, como debe ser. Descartado el catalán por ser una lengua minoritaria en
el contexto internacional, desechado el español por ser la lengua opresora del
imperialismo dictatorial, y reservado el francés estrictamente para el diálogo
bilateral franco-catalán de la negociación sobre la futura defensa por parte
del ejército francés de una Cataluña independiente sin ejército, es el inglés,
sin lugar a dudas, la mejor opción para que al mundo entero le quede constancia
de que Cataluña no es España. Al efecto, como viene siendo habitual en otros
eventos deportivos, en la reciente celebración del Gran Premio de Cataluña de
motociclismo, que ha supuesto un éxito aplastante de los pilotos españoles
(tres victorias de tres posibles y ocho podios de nueve posibles), una enorme
pancarta en la tribuna principal del circuito de Montmeló anunciaba a los miles
de asistentes y a los millones de televidentes que “Catalonia is not Spain” y
no precisamente para aclararles que, evidentemente no lo es, sino que sólo es
una parte importante de ella que, como tal, contribuye al evento con algunos
pilotos de indudable calidad, que, nacidos en Cataluña, pretenden conseguir un
rotundo éxito para el motociclismo español. Al contrario, por si a alguien le
quedaba alguna duda, conseguido el rotundo éxito, que, en honor de los
vencedores, requiere emitir el himno de su país en el acto de entrega de
trofeos y, por tanto, en este caso el de España, los silbidos y pitos de
algunos descerebrados, perfectamente organizados, han puesto la nota
discordante a una sinfonía perfecta, merecedora del reconocimiento respetuoso y
el aplauso generalizado, que hubiesen brindado por unanimidad si los
triunfadores hubiesen sido de cualquier otro país y, por lo tanto, el himno
hubiese sido cualquier otro distinto del español. Es el enésimo esperpento
bochornoso puesto en escena por los políticos independentistas catalanes que,
utilizando el deporte como plataforma reivindicativa de sus delirantes
elucubraciones mentales, provocan el desconcierto generalizado del común de los
mortales en la propia Cataluña, en el resto de España y en cualquier otro país
medianamente civilizado.
En ningún otro país se dan semejantes
comportamientos durante los actos de celebración de los éxitos nacionales en
eventos deportivos importantes. En cualquiera de ellos a nadie, salvo a algún
loco suelto –seguramente aquí hay muchos y además están organizados-, se le
ocurriría perturbar las consecuentes manifestaciones de alegría colectiva
nacional con silbidos, pitos o abucheos. Sólo aquí suceden estas cosas y de
forma reiterada, al extremo de que, como dice Pedrosa, destacado piloto español
y catalán, ya se trata de “un clásico” en Cataluña sin que suponga ninguna
novedad. Cierto, los silbidos del público español al himno español ya se ven
como algo normal en Cataluña. No extraña que, ante semejantes esquizofrenias,
el piloto español y mallorquín Jorge Lorenzo, uno de los grandes triunfadores
en Montmeló, al preguntarle su opinión al respecto, eluda valorarlo con un “yo
no me meto en política”. Si en otros muchos países, donde ha ganado, el público
asistente le ha reconocido su triunfo con absoluto respeto y en silencio
mientras sonaba el himno español en su honor, es paranoico que sea precisamente
en su país donde no se le rinda con todos los honores establecidos el merecido
homenaje por su hazaña deportiva- ¿Qué himno tenía que sonar en honor del triunfo
de Lorenzo? Quién sabe. Si hace bien poco algunos medios independentistas
catalanes definían como “una final catalana” la final de Roland Garros de tenis
entre el mallorquín Nadal y el alicantino Ferrer, ambos españoles pero ninguno
de Cataluña, habría que recurrir directamente al surrealismo para obtener la
respuesta. Por cierto, en París sonó el himno español, mientras Nadal, el
vencedor, sin escuchar silbidos ni abucheos, lloraba emocionado al escucharlo.
Francia no tuvo necesidad de anunciar con una pancarta en inglés que no es
España, pues las obviedades no precisan aclaración alguna; las entelequias, sí.
Por eso, hasta las “finales catalanas”, fuera de nuestro país, se desarrollan
con absoluta normalidad y aquí no.
Es
kafkiano que la entelequia surrealista del independentismo catalán, no sólo
prostituya los hechos históricos para autosugestionarse y autoafirmarse sino
que además intente prostituir el presente negando evidencias que, al menos en
el ámbito deportivo, son indiscutibles, aunque las minoritarias élites independentistas
se empeñen en lo contrario. La explosión de alegría popular en las calles de
todas las ciudades y pueblos de España, incluidos los catalanes, tras los
triunfos de la selección española de futbol, plagada de jugadores del Barça,
algunos de ellos catalanes, contrasta con la surrealista actitud de los
gobernantes de turno en Cataluña, resistiéndose a instalar pantallas públicas
para ver la final del Mundial contra Holanda o, directamente, negándose a instalarlas
en la final de la Eurocopa contra Italia. Y así, tantos y tantos ejemplos. Pero,
ni las maniobras políticas, preparando el ambiente con abundantes banderas
catalanas (incluida la estelada) y con total ausencia de las españolas, ni con
absurdas y permanentes declaraciones antiespañolas, los dirigentes
independentistas consiguen sofocar el sentimiento de orgullo colectivo cuando
“la roja” arrasa (como acaba de hacer la Sub-21) o cuando triunfa Nadal,
Alonso, Lorenzo…o cualquier otro de los nuestros, es decir, cualquier otro
español, al margen de su patria chica. Aunque, desatados los demonios
nacionalistas, sus correrías hacia el independentismo son inescrutables y sus
métodos imprevisibles, como le sucedió a Arthur Mas al ser silbado de forma ostensible
mientras entregaba la copa a Jorge Lorenzo. Todo lo demás estaba previsto en
Montmeló. Todo, salvo la pitada al Presidente, seguramente porque los
asistentes no entendían qué hacía un presidente autonómico español entregando
los trofeos si “Catalonia is not Spain” o, en caso contrario, cómo consentía,
siendo la primera autoridad española en Cataluña, entregar los trofeos bajo la
pancarta sin el más mínimo gesto de disconformidad, sino todo lo contrario. ¡A
saber pues quiénes le pitaron! ¡A saber por qué lo hicieron! En el surrealismo
político caben diversas explicaciones, pero la de soplar y sorber al mismo
tiempo tiene difícil encaje. ¿O no, señor Mas?
Fdo. Jorge Cremades Sena
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