Iniciada
esta larga precampaña electoral sin precedentes, da la sensación de que el PSOE
no sólo perderá las próximas elecciones, tal como dicen todas las encuestas,
sino que, además, sus dirigentes no quieren o no saben ganarlas, tal como se
desprende de sus primeras actuaciones, supuestamente tendentes a intentarlo.
Instalados en un escenario irreal, que sólo existe en sus mentes, son incapaces
de afrontar la dramática situación que sufre la mayoría de españoles, quienes,
en gran medida, les consideran responsables de la misma por su incompetente
gestión gubernamental. Por ello les han desalojado recientemente de los
gobiernos locales y autonómicos y, por ello, se han visto obligados a anunciar
un adelanto electoral que no deseaban. Pero, a pesar de todo, sin la más mínima
autocrítica a su desastrosa gestión y sin el más elemental análisis de la
tozuda realidad, pretenden, desde su limbo particular y en plena desbandada,
hilvanar en la precampaña un vano discurso, basado en viejas recetas ideológicas
que ya nadie cree, con la absurda esperanza de recuperar así parte de la
credibilidad perdida. Haciendo gala de la más ilusoria simplicidad ideológica,
por el simple hecho de autodeclararse de izquierdas, comparecen ahora como
paladines de la defensa de los pobres y los trabajadores, frente a una derecha
empeñada en defender a los ricos, y como garantes del mantenimiento del estado
del bienestar, frente a una derecha empeñada en destruirlo. Vaticinan, si gana
la derecha, los más aviesos recortes sociales y el finiquito de los servicios
públicos básicos, como la educación y sanidad pública, en beneficio de la
iniciativa privada. Es decir, como en Francia y Alemania donde gobiernan.
Es
un discurso político, según las encuestas, que carece de credibilidad para la
gran mayoría de los españoles, siendo válido exclusivamente para los más fieles
adictos al propio partido, quienes se mueven por otros derroteros. Ni el
contexto social, ni los protagonistas, ni la estrategia elegida aportan nada
nuevo para atraer el voto de los todavía indecisos. En un escenario de aguda
crisis económica la prioridad es cómo salir de ella lo antes posible, quiénes
ofrecen más solvencia para hacerlo y cómo van a conseguirlo. Es lo que
realmente preocupa. El pueblo sabe que la salida de la crisis será lenta y
costosa, lo que requiere grandes dosis de realismo y no de elucubraciones
ideológicas, que, en definitiva, se han mostrado inútiles en la gestión
gubernamental socialista agravando la crisis, al extremo de claudicar a las
mismas haciendo recortes sociales sin precedentes como la congelación de las
pensiones y la bajada de sueldos a los funcionarios públicos. No es creíble que
quienes desde el gobierno han sido incapaces de evitar semejantes recortes
sociales, se presenten ahora como garantes de no volver a hacerlo, pase lo que
pase, si se les revalida la opción de seguir gobernando. Menos aún si su nuevo
líder, Rubalcaba, es uno de los miembros más importantes del gobierno que lo
hizo, impidiendo así al PSOE presentar un nuevo proyecto político, surgido de
una reflexión profunda y liderado por nuevos protagonistas capaces de añadir
ciertas dosis de credibilidad. Y es más increíble, con la que está cayendo, una
estrategia de captación de voto basada en el miedo a un posible gobierno de
Rajoy que nos conducirá al caos. Como si ya no viviéramos en el caos, como si
el PP no hubiera gobernado nunca o no lo esté haciendo en la mayoría de
ayuntamientos y CCAA, ganadas a los socialistas seguramente porque el pueblo es
partidario de desmantelar el estado del bienestar que disfruta bajo la gestión
socialista. Menuda paradoja.
El
pueblo lo que tiene muy claro es que el nuevo gobierno -socialista o no- tendrá
que reducir el déficit y para ello es imprescindible recortar los gastos, sobre
todo cuando es muy difícil incrementar los ingresos. Lo sabe porque es lo que
viene haciendo en sus economías familiares desde hace ya demasiado tiempo
-especialmente si perdió su trabajo- y no por ser de ciencias como Rubalcaba.
Sabe que hay que acabar con el despilfarro de los últimos años, pagar las
deudas y dejar de vivir por encima de las posibilidades a base de créditos que
ya ni le dan. Por ello le interesa un discurso pragmático y realista que, con
toda crudeza, hable de estos asuntos; un discurso exento de demagogias e
incoherencias. Por eso, entre otras muchas razones, no entiende que, tal como
dice Alarte, si el PSOE baja el sueldo a los docentes se trata de un “ajuste”,
un esfuerzo necesario y generoso, para poder mantener la educación pública,
pero si el PP les exige dos horas más lectivas semanales se trata de un
“recorte” intencionado para acabar con la enseñanza pública y favorecer a la
privada. Y lo entiende menos aún si Blanco, entre otros muchos, educa a sus
hijos en la privada –como los de derechas, según ellos- y no en la pública que
tanto dicen defender, mientras que los demás han de educarlos en el centro
público que, según la normativa, les corresponda. No entiende, en definitiva,
que quien vive y se comporta como rico encima pretenda proclamarse como
defensor a ultranza de los modelos reservados al pueblo llano que, sin embargo,
no utiliza. Es un sarcasmo, tan indecente, que el pueblo no se merece. Sólo
falta ya que con lo que el pueblo está soportando, encima lo tomen por imbécil.
No
sé por qué me acaba de venir a la memoria la leyenda sobre una junta militar de
una minúscula república bananera, cercana a los EEUU, que, ante el rechazo
popular a su gestión y en plena convulsión social, se reunió para solucionar
tan desastrosa situación. Al fin encontraron la solución: declarar la guerra a
EEUU que, obviamente, les derrotaría y convertiría a la república en un estado
más de los EEUU. Pero el problema surgió de nuevo cuando el presidente de la
junta, poco antes de levantar la sesión, preguntó con gesto de preocupación: ¿Y
si ganamos la guerra nosotros?.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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