ETA
anuncia el cese definitivo de su actividad armada y se convierte en principal
protagonista de la campaña electoral, ya iniciada “de facto”, eclipsando los
verdaderos y graves problemas que padece el pueblo español. Nuestros políticos
–al menos los democráticos-, quienes una y mil veces han declarado que el
terrorismo no sería utilizado como reclamo electoral, se afanan en inventar
todas las sutilezas posibles para posicionarse de forma distinta ante un asunto
que debiera gozar de unanimidad, y punto. Sin embargo, coincidiendo en la
obviedad de que, de entrada, se trata de una buena noticia, intentan buscar las
diferencias en su significado de cara al futuro y en quien lo hizo mejor o peor
en el pasado para conseguir que ETA por fin la anunciara. Mientras que desde
instancias europeas instan a ETA a su disolución y desarme, aquí, en España, un
abanico variopinto de declaraciones animan la ceremonia de la confusión sobre
lo que algunos políticos ya han dado en denominar el posterrorismo.
Curiosamente, de la noche a la mañana se acabó el terror. Ya no hay asesinos,
ni memoria histórica reciente, ni cuentas pendientes que saldar. Todo ha sido
un mal sueño, una pesadilla infernal, que se ha desvanecido con el despertar a
este nuevo periodo de concordia.
En
este nuevo amanecer, preludio de una democracia inmaculada, quedan atrás todas
las estrategias practicadas por los diferentes gobiernos en la lucha
antiterrorista, desde los contactos directos o indirectos hasta la negociación,
desde la persecución legal hasta el uso de métodos ilegales. Todos dicen con la
boca grande que la derrota de ETA es el triunfo de todos los demócratas, por
tanto de todos los gobiernos que se han sucedido; pero con la boca pequeña cada
uno pretende apuntarse un plus de eficacia de cara al electorado. Todos hablan
de unidad de acción futura con la boca grande, pero con la boca pequeña cada
uno prepara su propia estrategia. Pero nadie puede, ni debe, dejar atrás y
olvidar el triste balance de la pesadilla. Un balance real de más de
ochocientas personas asesinadas y sus respectivas familias rotas para siempre,
miles y miles de personas amenazadas y huidas del País Vasco, otras tantas
saqueadas con el tristemente famoso impuesto revolucionario y, en definitiva, toda
una sociedad, la vasca, sometida al miedo y a la falta de libertad por una
minoría violenta, bajo el pretexto de una serie de reivindicaciones políticas
que podían haber reivindicado, como el resto de vascos y españoles, desde la
convivencia pacífica. Desde aquel consenso político, modélico ante el mundo,
que finiquitó la dictadura y dió paso a la libertad hace ya más de treinta
años. Un consenso que algunos dirigentes políticos pretenden incluir como parte
de la pesadilla y no de la realidad en este mágico despertar.
Entendiendo
las sutilezas de algunos para afrontar la buena nueva en plena campaña
electoral, es intolerable que otros rebasen descaradamente los límites de la
cordura. Las dificultades que atraviesan los partidos políticos en el nuevo escenario
electoral no pueden avalar un discurso irresponsable, olvidando que, tras las
elecciones, es cuando queda todo por hacer al respecto. En este ranking de
irresponsabilidad, hasta el momento, ocupan el liderazgo los peneuvistas
Urkullo y Anasagasti. Como si el PNV no hubiera tenido nada que ver en la
gobernabilidad española y vasca en todos estos años de democracia, abducidos
por este nuevo ciclo posterrorista, regresan a los años setenta del pasado
siglo, reniegan de la transición e, instalados en la predemocracia, se declaran
genuinos paladines de una nueva y necesaria transición democrática que permita
el paso a un proceso constituyente en Euskadi. Sin rubor alguno, desde una
especie de amnesia patológica, abogan por un adelanto electoral en el País
Vasco, por una amnistía política a todos los presos etarras –incluidos los
condenados por delitos de sangre, ya que los mayores son los de Franco- y por
una petición de perdón a todas las víctimas en un escenario nuevo sin
vencedores ni vencidos. Se olvidan de forma indecente del periodo democrático
más largo de toda la historia de España –y por tanto vasca-, del papel
importante que ellos mismos y su partido han desempeñado en el mismo. Se
olvidan de que en este tiempo todo, absolutamente todo lo actuado, goza de
plena legitimidad y, por tanto, no cabe ningún tipo de amnistía política, menos
aún un proceso constituyente y otras barbaridades por el estilo. Franco,
afortunadamente, murió hace ya mucho tiempo. Ahora, sólo cabe responder ante la
ley de los delitos cometidos, acatando las correspondientes sentencias y
respetando a todas las instituciones del Estado siempre que actúen sobre las
competencias que cada una de ellas tiene encomendadas. Lo contrario es regresar
a un oscuro pasado que todos, a estas alturas, ya tenemos olvidado. Ellos,
parece ser que no.
Si
no se pone un poco de cordura para evitar estas enajenaciones mentales, espero
que transitorias, el radiante amanecer posterrorista que algunos proclaman se
puede convertir en un negro anochecer, preludio de nuevas y horrendas
pesadillas.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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