La autodenominada “Conferencia de
paz de San Sebastián” sólo merece, desde principio a fin, el apelativo de
indecencia indignante desde cualquier punto de vista con que se quiera
analizar. Desde su título a sus conclusiones, la terminología utilizada, la
frivola puesta en escena, la ausencia de análisis y argumentos, y hasta el momento
de su celebración en precampaña electoral, suponen una indignante falta de
honestidad con nuestro proceso democrático, con las víctimas del terrorismo,
con el esfuerzo de la lucha antiterrorista, con las instituciones del Estado y,
en definitiva, con el sistema democrático que, salvo ETA y su entorno,
decidimos los españoles para vivir en paz y libertad. Una farsa incomprensible
e impensable en cualquier estado europeo y, menos aún, en cualquiera de los
que, junto al nuestro, integran la UE. Lamentablemente aún está vigente para
algunos la teoría de que “unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que
caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas” ¡Menuda desvergüenza!
Que mediadores internacionales, a
sueldo y en plena crisis, celebren en nuestro propio territorio una conferencia
de “paz”, como si estuviéramos en guerra, y que tengan la osadía de calificar
el terrorismo de ETA como “confrontación armada”, justo cuando menos capacidad
asesina tiene ETA, es una afrenta indignante para nuestra ciudadanía. Que
hablen de “bandos enfrentados”, que insten a los gobiernos de Madrid y París
–pero desde aquí- a promover un “diálogo” con el bando etarra para tratar
“exclusivamente las consecuencias del conflicto” y a que den la “bienvenida” a
una supuesta declaración de “cese definitivo de la actividad armada” con el
inicio de “conversaciones” y “pasos profundos para avanzar en la
reconciliación, reconocer, compensar y asistir a todas las víctimas” para que,
acabada ETA, se realice “una consulta a la ciudadanía” sobre la independencia
del País Vasco, es, sencillamente, intolerable. Y que para una supuesta
supervisión internacional de todo el proceso, se declaren dispuestos a
“organizar” el correspondiente “comité de seguimiento”, que reclama ETA para su
desarme, y poner fin así a “la última confrontación armada en Europa”, es un
insulto inaceptable. En definitiva nos tratan como si de la noche a la mañana,
democráticamentes hablando, hubiéramos dejado de ser mayores de edad y
necesitásemos la pertinente tutela para garantizar nuestra propia convivencia
en libertad, equiparándonos con cualquier república bananera. Por tanto, el
bando demócrata, es decir el Estado democrático, ha de ponerse, según ellos, en
un plano de igualdad con el otro bando en litigio, el antidemocrático, para
finiquitar una guerra civil que dura cincuenta años. Por ello omiten en su
lenguaje vocablos como terrorismo, banda armada y asesinato. En las guerras sólo
hay ejércitos y víctimas legales de uno u otro bando. ¿Cómo es posible
semejante desfachatez?.
Pero lo más indignante es que
tamañas barbaridades se hayan expuesto en un foro con representantes peneuvistas
y socialistas, y, para colmo, hayan menospreciado sus tímidas intervenciones en
el sentido de que el fin de ETA llegue “sin contrapartidas políticas de ningún
tipo”, de que “ETA nunca debió existir” y de que “nunca ha habido un conflicto
armado de dos bandos, sino el ataque sistemático de una minoría totalitaria y
violenta que atenta contra la convivencia democrática y la pluralidad”. Una
lamentable representación que, como se veía venir, sólo ha servido, “a priori”,
para avalar la indecente farsa del entorno etarra y, “a posteriori”, para dejar
en ridículo a los partidos políticos democráticos implicados. Tanto el PNV como
el PSE, por su actitud permisiva y colaboradora con semejantes despropósitos,
han servido como tontos útiles al objetivo etarra de zarandear una vez más
nuestra democracia, provocando el regocijo en el intolerante mundo abertzale y
la desazón en el resto de la ciudadanía, incluidos muchos de sus propios
militantes. Una desazón “in crescendo” muy preocupante ante la falta de
autoridad del PSOE que, gobernando en España y en Euskadi, se declara incapaz
de controlar a sus propios dirigentes territoriales, especialmente a los del
PSE y del PSC, para integrarlos en un proyecto político nacional común,
propiciando una peligrosa deriva nacionalista -impensable hace unos años- que
le aleja de la solvencia que tuvo antaño como instrumento vertebrador de la
gobernabilidad de España, para erigirse en protagonista de catastróficos
experimentos nacionalistas como el que nos ocupa o como el deplorable y extinto
gobierno tripartito catalán.
¿Acaso la Constitución española
no es homologable con las del resto de su entorno? ¿no garantiza los derechos y
libertades individuales, colectivas y territoriales al mismo nivel que las
demás? ¿no es la que hemos elegido democráticamente los españoles? Es
inadmisible pues que aquí, y sólo aquí, se soporten tamañas afrentas que
atentan directamente a nuestra convivencia pacífica y laminan nuestro prestigio
exterior. Ningún otro gobierno admitiría en su propio territorio foros tan
insultantes como el de San Sebastián; ningún otro pueblo se lo habría tolerado.
Ningún supuesto mediador se hubiera prestado a participar sabiendo que, ipso
facto, provocaría la más enérgica condena gubernamental. ¿Por qué aquí sí? Esa
es la cuestión.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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