La
aprobación de la declaración de soberanía en el Parlamento catalán supone un
serio varapalo para el PSOE, única formación que en un trance político de tanta
envergadura no ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Se supone
que, tras un debate interno, cada partido decide el sentido del voto que
emitirán sus parlamentarios. Así lo han hecho todos, incluida la coalición CiU
a pesar de las evidentes discrepancias entre CDC y UDC al respecto. Todos,
menos el PSC-PSOE. Cinco de sus parlamentarios se han rebelado negándose a
votar la resolución oficial del partido. Y menos mal que no alteraba el
resultado final de la votación. Al final, van a tener razón quienes dicen que,
perdida la O de obrero y la S de socialista, el PSOE está a punto de perder la
E de español y hasta la P de partido. Lo cierto es que, desde hace tiempo, no se
sabe bien a qué juega. Su empeño por jugar a todo le conduce a una deriva en la
que al final no va a jugar a nada. Hubo un tiempo en que no era así. Con
aciertos y errores, el PSOE era un sólido instrumento político de ámbito
territorial español con clara vocación mayoritaria, imprescindible para
gobernar en democracia. Quienes tuvimos el honor de militar en él y desempeñar
funciones de cierta responsabilidad política y orgánica bien sabemos las
exigencias requeridas para conseguirlo y las necesarias renuncias personales de
tipo ideológico para priorizar los objetivos programáticos de centro-izquierda,
viables en el corto plazo, frente al programa máximo que, por su carácter
utópico, condenaba inexorablemente a una vocación minoritaria y testimonial.
Aun quedan en nuestra memoria las dificultades para conjugar las distintas
sensibilidades internas sobre asuntos como el marxismo, la OTAN, la
reconversión industrial u otras tantas, que amenazaban con fracturar el
partido. Pero las reglas internas de juego eran muy claras. Debatido el asunto,
el mensaje hacia la ciudadanía, es decir, el proyecto programático oficial, era
el mayoritario que, con mayor o menor entusiasmo, defendíamos todos
públicamente o, al menos, acatábamos. Las discrepancias quedaban puertas
adentro, pero el proyecto ofertado a la ciudadanía era único, firme, fiable y homogéneo.
Única forma de generar credibilidad, confianza, garantía y seguridad en los
votantes a través de un sólido liderazgo democrático.
Ante
asuntos tan trascendentales como el planteado por Artur Mas lo peor para un
partido político es su indefinición y su indisciplina. En ambas ha incurrido el
PSOE y no es la primera vez que sucede. No en vano su caída electoral viene
siendo una constante peligrosa y, a pesar de la que está cayendo en el PP, no
remonta en las encuestas. Mucho me temo que el asunto catalán le va a restar
más apoyos, no sólo en Cataluña, sino también en el resto de España. Si una
parte minoritaria del PSC quiere jugar al nacionalismo, lo mejor para el PSOE
ahora es invitarlos a que se vayan y formen un nuevo partido nacionalista para
que el resto quede como una verdadera federación más, como en el resto de
territorios autonómicos, pues en estos momentos no lo es. Sólo así conseguirá
el PSOE recuperar su imagen de partido de ámbito territorial español, libre de
hipotecas nacionalistas por las que, ante el órdago independentista de CiU-ERC,
ha incurrido en una bochornosa indefinición y una intolerable indisciplina, que
le desacredita dentro y fuera de Cataluña. Todos los demás, errados o no, han
apostado de forma clara y concisa, que es lo que exige la ciudadanía. Ya se
verá si su apuesta es ganadora o no. Pero el PSC-PSOE se ha quedado fuera de
juego.
No
basta que Lucena, portavoz del PSC en el Parlament, manifieste ahora su “serio
disgusto” y lo achaque a la “tensión” generada por la apuesta soberanista de
Mas, llevada a “límites difícilmente
soportables”. En tales situaciones es precisamente cuando más se exige dar la
talla sin medias tintas, nervios o tensiones. La campaña electoral clarificó
sobradamente los objetivos de Mas y su peculiar concepto del “derecho a
decidir”, del “soberanismo”, de la “legitimidad democrática” y de los métodos
de llevarlos a efecto para conseguir la independencia por encima de “tribunales
y constituciones”, es decir, al margen de la legalidad española e internacional.
El posterior pacto CiU-ERC despejó cualquier duda que algún ingenuo pudiera
tener. Por tanto, no cabían anuncios de “abstención” o la introducción de ambigüedades
como el “federalismo”. Sólo cabía y cabe posicionarse a favor o en contra de
forma contundente. Pero si se trata de un partido serio de ámbito territorial
español -que no autonómico o local- con verdadera convicción democrática
representativa, sólo cabe posicionarse con un “no” rotundo a semejante locura
antidemocrática. De haberse hecho a tiempo y desde el principio, con autoridad,
con absoluta claridad y sin especulaciones electoralistas, hubiese bastado
aplicar la declaración de Rubalcaba en el último Comité Federal de que “Si el
debate se centra en el derecho a decidir no habrá salida. No vamos a encontrar
una solución. No cabe. Eso es un sí o un no. El resto de España nunca va a
aceptar que una parte decida sobre algo que afecta al todo. El PSOE tampoco”. O
las de Jáuregui ante la proposición no de ley de ERC, tachada de “frívola y
oportunista” porque el referéndum “es una competencia exclusiva” del Estado
“que no se puede delegar”. Proposición rechazada en el Congreso por 276 noes y
42 síes. Lástima que Pere Navarro, nadando entre dos aguas, haya tenido que
justificar su “no” en que el PSC llevaba en su programa el derecho a decidir
pero no la declaración de soberanía. ¿En qué quedamos? Derecho a decidir, qué.
Ese es el problema, que seguimos sin saber a qué juega el PSOE.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario, gracias