El
caso Bárcenas se ha convertido en la mecha incendiaria que ha hecho estallar la
caja de los truenos, provocando tal estruendo que impide percibir el resto de
chirridos de nuestra deteriorada estructura democrática. El paro “in
crescendo”, la crisis económica galopante, el secesionismo irresponsable, los
deteriorados servicios públicos, la intolerable lentitud de la justicia, el
aumento de la pobreza, el creciente desapego ciudadano a los políticos e
instituciones, entre otras preocupantes variables, han dejado de chirriar para
convertirse en leves susurros apenas perceptibles. Bárcenas, sus desorbitadas
cuentas en Suiza, sus supuestos sobres con sobresueldos, su presunta
contabilidad en B y, en definitiva, la financiación ilegal del PP, vinculada al
caso Gürtel, ha silenciado todo lo demás. Y no es para menos. Se trata de un
asunto de extrema gravedad, pero como otros tantos que, lamentablemente,
venimos soportando desde hace demasiado tiempo. Por tanto, es insólita la
apariencia de sorpresa con que ha irrumpido en el ambiente, cuando, en el
contexto general de la financiación ilegal de los partidos y de la corrupción
política, se trata de un asunto más, por grave que sea, nada sorprendente. Ni
sorprende el fondo del asunto, ni sorprende la forma. ¿Es qué hay alguien que
no se lo esperara? Ni siquiera se trata de hechos puntuales de rabiosa
actualidad, sino que forma parte del elenco de casos que dormitan, durante años,
el sueño de los justos en los tribunales a la espera de que cualquier
irregularidad durante la instrucción o la prescripción de los supuestos delitos
les libere del merecido castigo.
Asimismo,
nada sorprendente en la reacción de los afectados, ni en la de sus oponentes.
Desde el ya lejano “¡Váyase, Sr. González!” de Aznar, al actual “Váyase, Sr.
Rajoy” de Rubalcaba, el modelo sigue siendo el mismo. Basta comprobarlo en las
hemerotecas. Sólo cabe un matiz diferenciador. La rotundidad de Aznar, con moción
de censura incluida, era un “váyase” con todas las consecuencias, convoque
elecciones que yo las gano, contrastando con la indecisión de Rubalcaba, que,
sin moción de censura, es un “váyase” pero no del todo, ponga a otro de su
partido que yo no gano los comicios si los convoca. No es casual ni
sorprendente, sino la evidencia del hartazgo actual que tiene la sociedad de
todos sus representantes políticos. Si a los ciudadanos ya no les interesa ni
siquiera cambiar de álbum ¡cómo va a interesarles cambiar los cromos! ¿Qué se
gana cambiando las caras para que todo siga igual? ¿Qué pretende por tanto
Rubalcaba con su propuesta? Desde luego, no un cambio de modelo. Ni siquiera,
la alternancia. Sabe que el hipotético resultado electoral podría abocarnos a
una peligrosa inestabilidad gubernamental. Rajoy también lo sabe. Es la
tragedia, escrita y dirigida por las oligarquías partidarias que, sólo
interesadas en conseguir el poder como fin en sí mismo, han generado en la
ciudadanía tal desconfianza que, si no se corrige urgentemente, tendrá
consecuencias imprevisibles. Es preocupante que los oligarcas de los partidos
políticos sigan sin entender que la mayoría de los ciudadanos ya no cree sus
mentiras o falsas promesas, ni confía en sus estrategias, ni tolera sus
cinismos e incoherencias, sólo asumibles por el grupo clientelar que les rodea,
probablemente para no arriesgar sus particulares intereses o para acercar la
posibilidad de conseguirlos en un futuro inmediato. Basta acercarse a las
encuestas para constatarlo.
Por
tanto, a estas alturas ya no vale, políticamente hablando, un debate público
sobre, si los papeles de Bárcenas son falsos o no, si hubo sobres sorpresa y
quienes fueron los agraciados, si las cuentas en Suiza han sido lavadas por la
amnistía de forma irregular, si proceden de actividades delictivas o si se
trata de la punta del iceberg del “caso Gürtel”. Sabemos por experiencia
contrastada que, al tratarse de asuntos en manos de la Justicia, dentro de diez
o doce años saldremos de dudas. O no, como diría Rajoy. Es lo que hay. Vale
menos aún introducir en el debate si se trata de un chantaje de Bárcenas o de
una maniobra de Esperanza Aguirre, si están detrás los de CiU para tapar sus
propias vergüenzas, si Guerrero el de los EREs andaluces también tiene papeles
manuscritos o si Rubalcaba no exige a Griñán que dimita, tal como exige a
Rajoy. Sabemos que son los trucos habituales de los dirigentes políticos, quienes,
a falta de proyectos sólidos alternativos y conductas intachables
contrastables, necesitan, para salir mínimamente airosos, minimizar sus propias
miserias, magnificando las ajenas cuando la ocasión es propicia, sin reparar
que al final, como no somos idiotas de remate, están fomentando su, más que
merecido, descrédito social. Es lo que, al margen de las tardías sentencias
judiciales, tantas veces incomprensibles para el común de los mortales, hace
verosímil socialmente la corrupción sistémica en España. Basta con preguntar
por la calle para saberlo.
Ya no vale tampoco el “váyase”, ni, el “y tú más”. Sólo vale una
regeneración del sistema político hasta situarlo en la normalidad democrática.
En definitiva, un Estado viable económica y políticamente, con partidos
democráticos -no oligárquicos- leales y respetuosos con la legalidad, con
separación de poderes que garantice la independencia del poder judicial, con
administración pública basada en el mérito y la igualdad de oportunidades que
evite el nepotismo y con un Parlamento que represente la soberanía popular
encauzada por los partidos políticos y no por sus cúpulas dirigentes. El papel
del pueblo soberano en un sistema democrático serio no puede quedar reducido,
como sucede en España, al derecho de elegir cada cuatro años entre varias
listas encorsetadas según el capricho e interés particular de las aristocracias
partidarias que, en caso contrario, llevarían años fuera de la actividad
política. Si aún les queda algo de dignidad, ahora tienen la ocasión de abrir
las ventanas de par en par para que entre ese aire fresco, en vez de, una vez
más, poner en marcha el ventilador para que todos los rincones del deteriorado
edificio se impregnen del hedor putrefacto que ellos mismos han generado para
conseguir este ambiente irrespirable.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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