El
debate sobre el (mal) Estado de la Nación que, más que nunca, requería altas
dosis de responsabilidad por parte de sus protagonistas para consensuar una
serie de medidas imprescindibles para sacar a España del oscuro túnel de la
crisis global que padece, se ha convertido en el debate de los dislates. Son tantos
los errores cometidos durante su desarrollo que Rajoy, presidente de un
gobierno tan criticado por la opinión pública, no ha tenido grandes
dificultades para salir relativamente victorioso (tal como afirman todos los
diarios) frente a una oposición que, anclada en el slogan mitinero, ha desperdiciado
la gran ocasión de, al menos, consolidarse como una alternativa creíble que
genere esperanza de futuro. Pero, siendo esto muy grave, las cosas pueden
empeorar si, al final, sólo se trata de una victoria pírrica de Rajoy y la
trágica realidad hace insostenible la sólida estabilidad conseguida en las
urnas. La solución de los graves problemas, entre ellos los que han
protagonizado el debate –la crisis económica, la corrupción y el soberanismo-,
exige altura de miras, grandes consensos y no victorias episódicas de unos u
otros.
Cuando
Rajoy pone como principal objetivo la reducción del paro, que sigue creciendo,
y señala los ajustes macroeconómicos como requisito previo para cambiar la
tendencia, es un error, salvo que se esté en desacuerdo con el planteamiento,
no reconocerle las mejoras obtenidas en dichos ajustes. Más aún si se hace en
el primer debate de la legislatura, pues el recurso fácil de imputar al
gobierno en exclusiva la dramática situación permite recurrir a la reciente
herencia recibida, secuestrando, en definitiva, el verdadero debate y
debilitando la solidez de las posibles medidas para mejorar la situación. Hace
un año estábamos muertos, ahora estamos en la UCI, y, hace un año, yo era la
oposición. Deme tiempo, la legislatura acaba de empezar y cuento con amplia
mayoría. Es el resumen de lo que Rajoy contesta a Rubalcaba y al resto de
portavoces. Yo, al menos, intento paliar el problema de los deshaucios; usted,
no hizo nada al respecto. Y así sucesivamente. Rubalcaba al final ha de
reconocer y lamentar la cruel realidad. La victoria de Rajoy, pírrica al menos,
está servida. El descrédito de Rubalcaba, también. De la mayoría del resto de
portavoces, mejor ni hablar. Las utopías, cuando no se pueden pagar las
facturas y los acreedores exigen el pago, sirven de poco. Es la consecuencia
lógica de no estar a la altura de las circunstancias.
Cuando
Rajoy señala una serie de medidas anticorrupción y, frente a lo que percibe la
inmensa mayoría de ciudadanos, no reconoce a España como un país corrupto,
eludiendo nombrar, como todos los dirigentes políticos, los casos de corrupción
propios, como es el caso Bárcenas, salvo que se esté limpio de polvo y paja,
sólo cabe apoyar sin reparos dichas medidas, aportar otras nuevas si se tienen
y reconocer y hacer reconocer al contrario el “mea culpa” en la parte que toque
a cada cual por no haber hecho nada al respecto anteriormente. Es la única
forma de hacer creíble que, por fin, todos están dispuestos a acabar con la
corrupción en vez de utilizarla de forma maniquea como arma política arrojadiza
según les conviene. El reciente escándalo del espionaje así lo avala, pues el
chantaje es la mejor forma de ocultar la corrupción, pero no de eliminarla.
Cuando
Rajoy ofrece el diálogo como método de tratar cualquier asunto, incluido el
soberanismo, pero siempre que se ajuste a la legalidad, no caben medias tintas.
Es tan obvio que no admite discusión. Plantear en el debate el modelo
territorial que tenga cada cual ni es el lugar, ni es el momento, ni conduce a
nada. Es, simplemente, ganas de marear la perdiz. Y es precisamente el
incumplimiento de la legalidad vigente, en estos y en los demás asuntos, la
causa principal de la tragedia, sin precedentes, que estamos padeciendo.
Seguramente cumpliendo y haciendo cumplir la legalidad evitaría en gran medida
la necesidad de cambiar muchos asuntos que hoy no funcionan.
Tal
elenco de dislates ha permitido que Rajoy, inesperadamente por la que le está
cayendo, saliera airoso sin ofrecer “nada de brotes verdes, ni nubes pasajeras,
ni anticipos primaverales”, simplemente describiendo la cruda realidad heredada,
que, según él, justifica sus incumplimientos electorales momentáneamente para
poner las bases que permitan cumplirlos al final de legislatura; anunciando una
serie de medidas concretas indiscutibles frente a la ausencia de propuestas
viables de sus oponentes; y, ofreciendo diálogo y discusión para mejorarlas,
sin olvidar obviamente la mayoría parlamentaria que le respalda. ¿Acaso no era
el momento de recoger el guante por parte de la oposición con propuestas
alternativas o complementarias? Ni una cosa, ni otra. Se opta por la
irresponsabilidad de intentar deteriorar aún más al deteriorado gobierno
mediante juicios de intenciones e imputaciones de intereses ocultos, mientras
la ciudadanía espera el esfuerzo común en la búsqueda de soluciones. Lamentablemente
la oposición, sabiendo que, como bien dice Rubalcaba, “un gobierno no puede
estar pendiente de que una mañana Bárcenas sufra un ataque de sinceridad”, no
ha entendido que, en caso de darse dicho ataque, es el pueblo quien no puede
estar pendiente de que el gobierno siguiente siga estando pendiente de que
cientos de “Bárcenas”, que los hay de todos los colores, puedan sufrir idénticos
ataques de sinceridad. Se perdió la oportunidad de una victoria de la Política,
con mayúsculas. Es lo que el pueblo necesitaba.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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