Las
elecciones en Italia, que consolidan un escenario ingobernable para los
italianos y un horizonte preocupante para los europeos, debe servir de ejemplo
a los españoles para corregir una serie de errores que, salvando las
distancias, tiene bastante similitud con los que condujeron a Italia a tan
indeseable situación. No en vano el panorama político español actual es
bastante equiparable al que tenía Italia hace dos décadas, cuando un proceso
judicial, conocido como “Manos Limpìas”, descubre una amplia red de corrupción
en el seno de los principales partidos políticos tradicionales y en diversos
grupos empresariales, que, en definitiva, concluye con la desaparición de
dichos partidos y la aparición de otros a imagen y semejanza de liderazgos
populistas. Desde entonces la inestabilidad política y el populismo han sido
los protagonistas. Con una sucesión de gobiernos de coalición, basados en el
interés particular de los líderes partidarios coaligados, y, muy especialmente,
del todopoderoso Silvio Berlusconi, Italia no ha vuelto a la normalidad
política tradicional. Y éste es el riesgo que se corre en España si, de una vez
por todas, los partidos políticos son incapaces, como sucedió en Italia, de
ganarse de nuevo la confianza de los ciudadanos, perdida por el irresponsable
proceder de sus cúpulas dirigentes y la apatía de sus militantes. Si, en su
día, Manos Limpias intentó acabar con la corrupción política imperante, en vez
de hacerlo los propios partidos políticos, no es descabellado pensar que en
España, con más de trescientos casos de corrupción política en curso, puede
suceder lo propio. En Italia, de aquellos polvos vienen estos lodos; en España,
de estos polvos, ya veremos.
En
Italia, como sucede hoy en España, a inicios de la década de los noventa se
hace necesario impulsar reformas institucionales ante una serie de críticas al
sistema político italiano que, “in crescendo”, habían aparecido pocos años
antes. La situación era preocupante: los partidos tradicionales,
desacreditados; el déficit público, elevado; las finanzas del gobierno, en
crisis; y el gasto público, reducido, entre otras variables por el estilo. El
descontento social se agrava cuando en 1992 se pone al descubierto la amplia
red de corrupción político-empresarial que afecta a los principales partidos.
Aparecen “salvapatrias” que ponen en cuestión la continuidad del sistema,
desafiándolo desde frentes muy diversos (desde protestas de naturaleza
territorial a movimientos pro referéndums) con el concurso de sectores
judiciales y medios de comunicación. Al final, de forma precipitada, sólo hacen
reformas electorales, a todas luces insuficientes. Pero el problema era mucho
más profundo y en las elecciones de 1994 se confirma lo peor: la desaparición
de los partidos clásicos, que no su regeneración, y el vertiginoso ascenso de
opciones populistas, especialmente Forza Italia de Berlusconi, cuyo único
mérito consistía en no estar acusados de corrupción, obviamente al no tener
anteriormente responsabilidades de gobierno. Se inicia así el periodo
berlusconiano, cuyo líder, a base de coaliciones y rupturas con otros partidos,
por intereses particulares y no por homogeneidad ideológica, protagoniza la
antipolítica en Italia hasta nuestros días. Ni socialistas, eurocomunistas o
democratacristianos, que habían pilotado la política italiana desde la
postguerra mundial, han tenido nada que hacer desde entonces. La ciudadanía
italiana queda huérfana ideológicamente. Es lo que sucede cuando los acontecimientos
desbordan a la miopía política. Para los españoles, un aviso a navegantes.
Si una sociedad pierde sus referentes
ideológicos es muy difícil recuperarlos. No es pues descabellado el resultado
de estas últimas elecciones en Italia. Los mismos que hace quince meses
celebraban la renuncia de Berlusconi (procesado por varias causas y escándalos
a pesar del blindaje legal diseñado por él mismo y con Italia al borde de la
bancarrota) al grito de “payaso” y “aleluya”, ahora votan su nueva alianza
derechista al extremo de impedir la gobernabilidad por parte de la otra alianza
centroizquierdista de Bersani, la más votada, y de hundir al tecnócrata Monti,
valedor de las políticas de la UE. Además, un nuevo fenómeno antisistema, Beppe
Grillo, acapara el descontento social. Es el antipartido por excelencia. Su
programa, ninguno. Su proyecto, cero. Su objetivo, atraer buena parte del
descontento social generalizado. Y así se convierte en árbitro de la difícil
situación, para afirmar que no formará gobierno con ninguna de las dos coaliciones.
Su éxito electoral se basa en la promesa de iniciar una “guerra de
generaciones”, para atraer el voto joven, y en el insulto a la clase política
de forma generalizada (él no se considera como tal), para atraer el voto
protesta, ya que “todos ellos son unos perdedores que han estado aquí unos 25 o
30 años y que condujeron a este país a una catástrofe”. Puede que en algunas
cosas no le falte razón, pero, en todo caso, sólo plantea el problema sin
aportar su posible solución que es lo esencialmente importante.
Ni
Bersani, con mayoría de diputados, ni Berlusconi, con mayoría de senadores,
pueden gobernar en solitario. Ni siquiera con el apoyo de Monti. Por su parte,
Grillo les da a “los viejos partidos seis meses…y todo se va a acabar” pues “ya
no podrán seguir pagando las jubilaciones ni los salarios de los empleados
públicos”. Es curioso que a sus 64 años de edad considere “viejos partidos” a
los surgidos hace dos décadas y prehistóricos a los tradicionales, que, con
aciertos y errores, eran verdaderos partidos políticos. Sin proyecto concreto
viable, sin ideología determinada y sin partidos políticos la supuesta
“democracia directa” del Movimiento 5 Estrellas de Grillo, diseñado en internet
y bien vendido como producto comercial, se muestra eficaz para erosionar la
tradicional “democracia representativa”, aunque no dice qué haría para seguir
pagando las jubilaciones y los salarios públicos si los italianos le hubiesen
encomendado el gobierno. Destruir sistemas sin alternativas viables conduce
directamente al caos.
En España el caldo de
cultivo para desarrollar “Berlusconis” y “Grillos” está servido. Es un poderoso
veneno contra la democracia y el caso italiano puede servirnos para encontrar
el antídoto. Esperemos encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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