Me
quedo perplejo al conocer la noticia de que el informe presentado por la
Consejera de Educación de Madrid, Lucía Figar, concluye que sólo el 13´6% de
los candidatos a una plaza de maestro de primaria supera la prueba de
conocimientos en las oposiciones, al extremo de que más del 50% falla en
cuestiones básicas, tratándose de un examen basado en conocimientos exigibles a
alumnos menores de doce años. De ser cierta la noticia –los sindicatos
cuestionan su veracidad- se trata de una verdadera tragedia para el futuro de
nuestro sistema educativo. Que aspirantes a una plaza de docente, como se dice
en los medios de comunicación, digan que el Ebro pasa por Madrid, que la
gallina es mamífero, que Ávila es una comunidad autónoma…, que ignoren el
significado de “escrúpulo” o de “pronóstico” y que cometan faltas de ortografía
como “anbito” o “veverlo”, entre otras tantas barbaridades que se divulgan en
los medios, es meridianamente inadmisible y, obviamente, inhabilita al aspirante
para impartir clases, sea como funcionario o interino. Además revela que 3.857
interinos, que no superaron la prueba, han logrado trabajar por antigüedad y
los 336, que aprobaron, no lo hicieron al carecer de experiencia y estar en la
cola de la bolsa de trabajo. Por su parte los sindicatos tachan el informe de
“sesgado” y de “falta de rigor” y califican como “una vergüenza” que la
consejera dé publicidad a estos datos, argumentando que “posiblemente no sean
correctos” y que su “única finalidad” es justificar el cambio de los criterios
de baremo vigentes en las listas de interinos, es decir, la antigüedad, que,
según la secretaria de CCOO, Isabel Galvín, son “los más justos de España” y
que, según el secretario de ANPE, Francisco Melcón, lo que se pretende es
“establecer bolsas específicas con criterios discrecionales de designación del
profesorado” sin control sindical.
La Educación, una vez
más, no se toma en serio y se utiliza como arma política arrojadiza cuando debiera
ser uno de los principales asuntos de consenso. La falsa polémica desatada por
el citado informe pivota sobre dos requisitos, conocimiento y experiencia,
esenciales en un buen docente como en cualquier otra profesión. Pero si el primero
es básico desde el inicio –no se puede enseñar lo que se desconoce-, el segundo
se puede adquirir con el ejercicio de la profesión, aunque ambos deban mejorar
a lo largo de la vida laboral. Por eso, de entrada, si lo que dice el informe
es cierto, no cabe discusión, al margen de las intenciones de los autores del
mismo al divulgarlo, pues la vergüenza no es publicar los datos, sino que
candidatos a ejercer como maestros, sean los que sean, cometan errores en tan
elementales cuestiones y excluirlos de la docencia es lo más sensato. Pero,
dicho lo anterior, también es vergonzoso que, aprovechando los pésimos datos
del informe, unos y otros, se enzarcen en una guerra mediática de intereses
que, en definitiva, provoca una falsa imagen generalizada del profesorado,
cuando, como en todas las profesiones, los hay buenos, malos y regulares.
De lo
que se debiera tratar es de buscar una buena fórmula de selección del
profesorado que, a todas luces, es deficitaria en nuestro sistema educativo
desde tiempos inmemoriales. El actual sistema de oposiciones es manifiestamente
mejorable, ya que no garantiza la idoneidad docente. Así es desde que en los
años setenta del pasado siglo aprobé las mías; me he jubilado y, a pesar de las
variables introducidas, sigue siendo bastante deficitario. Hay que tener en
cuenta que para ejercer la docencia, no sólo basta conocer la materia a impartir,
que es una obviedad, sino que, además, son imprescindibles otros conocimientos
pedagógico-didácticos y una serie de cualidades personales en el ámbito
sicológico que los actuales sistemas de acceso no contemplan o lo hacen de
forma insuficiente. Resultado, la frustración de muchos de los que acceden a la
docencia, muchos de ellos excelentemente preparados en las materias que
imparten. Pero una cosa es saber y otra, bien distinta, es saber enseñar lo que
sabes y, a la vez, saber educar, que rebasa ampliamente el ámbito de los
conocimientos. ¿Por qué el debate no se centra en estas cuestiones que son las
reales? Ellos sabrán.
Si a lo
anterior añadimos el injusto dual sistema de acceso a la docencia con funcionarios
e interinos, diseñado por evidentes intereses económicos, la esquizofrenia
colectiva está servida. El propio informe desvela que, al margen de las medidas
que se tomen, no se resuelve el asunto de la capacitación. Si 3.857 interinos,
incapacitados por la administración para la docencia por no superar las
pruebas, han trabajado, mientras que 336 aprobados no lo hacen al estar en la
cola de la bolsa de trabajo, poco o nada se resuelve, por lógico que sea,
poniendo a éstos a la cabeza ya que 3.521 –basta hacer una resta- seguirían
trabajando a pesar de no tener, según la administración, la capacidad mínima
para hacerlo. Es indecente enmascarar el interés de la administración y los
sindicatos por el control de las listas de interinos, que es lo que provoca
realmente esta polémica, como un debate sobre la idoneidad del profesorado.
Bastantes problemas tienen los interinos como para que los intereses de unos y
otros les compliquen aún más su existencia en vez de mejorarla. Como ser
pormenorizado al respecto no cabe en este espacio, os remito a un artículo
anterior, “Profesorado interino, drama profesional” que cuelgo ahora en mi blog, aunque está publicado en diversos medios el 25 y 26 de
enero de 2007, donde expongo las injusticias que sufren los interinos. Poco ha
mejorado el tema desde entonces.
Durante mi larga
experiencia docente he visto a muchos interinos hacer un trabajo excepcional,
al igual que a muchos funcionarios. También he visto lo contrario. Por eso me
duele que frívolamente se cuestione mediáticamente al profesorado de forma
generalizada y sin conocimiento de causa. Muchos tertulianos, algunos muy
expertos en su materia, debieran acercarse a un aula de Primaria o Secundaria e
impartir clases sobre la materia que mejor dominen durante una semana, sólo una
semana. Así entenderían de lo que estamos hablando, pues hay músicas que es
difícil tocar de oído, sobre todo si se tiene poco sentido del ritmo.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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