No
es la primera vez, por más que lo siento, que, en diversos artículos critico la deriva del PSOE en estos últimos años. Son demasiados
los episodios erráticos, las meteduras de pata, las incoherencias, las
mediocridades y las estériles luchas cainitas como para, desde mis convicciones
democráticas y socialistas, no criticar el suicidio progresivo del partido que
más tiempo ha gobernado la España democrática y ha sido el referente por
excelencia de las clases trabajadoras. Un suicidio avalado no sólo por los
hechos citados, no ajenos a otros partidos, sino además por las soluciones que
proponen, a todas luces insuficientes, y por las explicaciones sobre las
mismas, a todas luces carentes de credibilidad y preñadas de hipocresía. Queda
tan lejana aquella frase de Felipe González, “los socialistas podemos meter la
pata, pero no la mano” que, a día de hoy, no es lo más grave su manifiesto
incumplimiento sino la incapacidad para erradicar con solvencia ambos
supuestos, al extremo de que, recordando el título de la novela de Sienkiewicz,
sólo cabe preguntarle “Quo vadis, PSOE?”, pues nadie entiende adónde va el
partido que tanto ilusionó en su día a la mayoría de los españoles. Si a Pedro
el Apóstol por interpretar la confusa respuesta de Jesús le costó ser inmolado,
sólo la exigencia de una respuesta clara y diáfana a la dirección del partido,
caiga quien caiga, podrá salvar al socialismo de su autoinmolación.
¿Adónde
va el PSOE sin proyecto común ilusionante, sin dirección carismática y sin
disciplina interna? A ninguna parte. En tales condiciones es imposible
conservar su aspiración mayoritaria, imprescindible para ser alternativa de
gobierno. Cada episodio se convierte en una potencial hemorragia de pérdida de
votos a pesar del malestar social que genera la derecha por su forma de
gobernar. El deterioro del PP no es proporcional al ascenso del PSOE, lo que
genera graves incertidumbres de alternancia política de cara al futuro. Pero es
lógico que esto suceda si, tras el descalabro electoral por la pésima gestión
gubernamental de Zapatero, que al menos se podría disimular o medio justificar
por la crisis económica, sus sucesores digitalizados incluso se muestran
incapaces de poner orden dentro de sus propias filas, dedicándose a una sórdida
guerra interna por conservar las migajas de poder que cada uno conserva. Y así,
obviamente, es absurdo que cada metedura de pata, por no decir otra cosa, se
intente justificar o enmendar ante la opinión pública, siendo peor el remedio
que la enfermedad, tal como sucede, entre otros casos, con la moción de censura
en Ponferrada o con el desafío del PSC.
En
Ponferrada, nada novedoso, Benidorm, con los matices que se quiera, es el antecedente
perfecto. El guión, idéntico; sólo cambia el escenario y los actores. Se trata
de arrebatarle el poder con pactos indeseables (ahora, con un acosador; antes,
con un tránsfuga) a quien lo detenta con mayoría relativa so pretexto de lograr
la gobernabilidad del municipio supuestamente mal gobernado por quien ha
decidido el pueblo. La iniciativa, del grupo municipal. El partido deja hacer o
apoya en la sombra hasta que la felonía se consuma y entonces, hipócritamente,
la desautoriza. ¿A quién pretenden engañar? El nuevo alcalde y todos los
concejales desobedecen, se van del partido y dejan el pueblo sin representación
socialista hasta las siguientes elecciones. Entonces piden el reingreso al
partido que, en listas cerradas, los vuelve a presentar como su mejor opción,
pues otra lista diferente sería perdedora. Una jugada maestra pero éticamente
reprobable que, si se lleva a cabo, lo mejor es pasar página, pues intentar
justificarla es mucho peor. Es lo que ha sucedido. Rubalcaba queda
desautorizado en su innecesario ultimátum mientras destacados miembros del PSOE
aprovechan su falta de autoridad para menoscabar su gestión públicamente. Su
leal Oscar López asume como “error” personal el apoyo a la mascarada y pone su
cargo a disposición del partido, que, obviamente, no le acepta la renuncia.
¿Acaso su objetivo no era apartar de la política a un acosador? Es su
inverosímil argumento ético. Le ha faltado redondear que la coincidencia de la
operación con el día de la mujer así lo avala. ¿No es el mejor momento para
conseguir tan noble aspiración? Fin de la farsa.
No
obstante, políticamente hablando, es aún más grave la posición de la cúpula del
PSOE ante el problema planteado por el PSC ya que deja a los votantes
socialistas catalanes sin la opción de apostar por su propia ideología.
Rubalcaba se limita a explicar que son dos partidos distintos con el
compromiso, precisamente, de que el PSOE no se presente en Cataluña y el PSC ponga
sus parlamentarios a disposición del PSOE, manteniendo ambos los principios
socialistas. Una alianza entre partidos “hermanos” que ha funcionado con
altibajos puntuales. Pero no dice que ahora el problema es de fondo y, por
tanto, no basta con buscar un nuevo protocolo de relaciones. Mientras los
soberanistas catalanes rompen unilateralmente con España, el PSC hace lo propio
con el PSOE al no poner sus parlamentarios a su disposición, por lo que la
única forma de no dejar huérfanos a los votantes socialistas de Cataluña, que
los hay, es que el PSOE se presente como tal en las próximas elecciones. Para
ello urge que el PSOE consolide una federación propia en Cataluña como tiene en
el resto de territorios. ¿Por qué no lo hace? Pere Navarro descarta la ruptura
porque “sería una fiesta para la derecha” pero es incapaz de entender -al igual
que Rubalcaba- que no hacerlo será un lamentable velatorio para el socialismo
democrático. Cuando el nacionalismo se instala como esencial principio del
socialismo es lo que suele suceder. La Historia así lo avala Lo dicho, Quo
vadis, PSOE? La respuesta, cuanto antes, mejor.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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