Es
tan extraño, tan absurdamente complicado, el comportamiento y la actuación de
destacados dirigentes políticos y personajes relevantes para la opinión pública
española que está provocando en la ciudadanía tal estado de desconcierto que
convierte el presente en un momento histórico simplemente kafkiano. O, sencillamente,
han perdido el norte y les es difícil recuperar la lógica y el sentido común,
o, sibilinamente, actúan adrede para crear una ceremonia de la confusión
propicia para sus intereses particulares; salvo que todo obedezca a sus altas
dosis de incapacidad para ejercer responsablemente el cargo que se les tiene
asignado. Sea por lo que fuere, lo cierto es que han generado tal grado de
frustración en los ciudadanos que hace difícil ver con claridad, no sólo dónde
vamos, sino también dónde estamos y, lo que es peor, de dónde venimos,
propiciando que casi todas las instituciones del Estado, los partidos políticos
y sindicatos, los jueces y magistrados, las ideologías, las leyes y hasta
nuestra Constitución estén siendo cuestionadas de forma creciente. Crece el
rechazo ciudadano al sistema en su conjunto y la demanda de una especie de
revolución que cambie todo radicalmente, sin reparar en que el problema no es
el entramado político-institucional, homologable con los países de nuestro
entorno, sino el comportamiento improcedente de la clase dirigente, con lo que,
probablemente, haciendo los retoques pertinentes y exigiendo las
responsabilidades encomendadas a cada cual, tal como sucede en los países
vecinos, se conseguiría la normalidad que ellos disfrutan.
En
ninguno de estos países se concibe que el principal partido que les gobierna,
tras conseguir una reciente mayoría absoluta, sea incapaz de resolver de un
plumazo el bloqueo al que le somete un presunto delincuente, mientras que el
principal partido de la oposición, recientemente relegado del gobierno, se
desmorona en mil pedazos ante la incapacidad de un liderazgo para evitar la
anarquía. ¿Por qué el PP no se querella como tal ante un Bárcenas insolente y
chulesco? ¿Por qué el PSOE no rompe con el díscolo PSC y crea su propia
federación en Cataluña? ¿Por qué Rajoy y Rubalcaba prefieren complicar lo fácil
con estrategias absurdas que nadie entiende? Simplemente, kafkiano.
En
ninguno de estos países se admite que desde las instituciones democráticas se
desafíe al propio Estado al margen de la legalidad que las legitima. Menos aún
si se hace de forma reiterada y chulesca, al extremo de tachar al gobierno de
opresor y antidemocrático ante la posibilidad de que ejerza su responsabilidad
para impedir que semejantes desmanes prosperen. ¿Por qué los partidos democráticos
no consensúan un manifiesto de repulsa contundente a esta deriva
antidemocrática y de apoyo al Gobierno para que, en el uso de sus competencias
constitucionales, la erradique definitivamente? ¿Por qué se enredan en interpretaciones
confusas si lo fácil es aplicar la ley? Simplemente kafkiano.
En
ninguno de estos países se entiende que el partido que hace gala de
determinados principios, sólo los defienda públicamente cuando le interesa,
dejando en los demás casos como paladín de los mismos a quienes, supuestamente,
son más tibios en su defensa. ¿Por qué la cúpula del PSOE no repudia
públicamente a su secretario de organización en Huelva, Jesús Ferrera, por
manifestar que la ministra Báñez “estaría mejor…haciendo punto de cruz”? ¿Por
qué no lo hizo con su socio Valderas cuando, ante Cayo Lara, llamó a Blanca
Alcántara “la de las tetas gordas”? ¿Por qué, si han distorsionado hasta el
propio lenguaje para adecuarlo a la igualdad, dejan que sea el PP quien repudie
semejantes expresiones machistas? ¿Por qué estos comportamientos absurdos si lo
fácil es la coherencia en la defensa de los principios ideológicos? Simplemente,
kafkiano.
En ninguno de estos países se tolera que los
distintos poderes del Estado, sus autoridades y funcionarios actúen al margen
de sus estrictas competencias o hagan dejación de sus responsabilidades, por lo
que avalan sin fisuras las sanciones que correspondan en caso de que tales
conductas se produzcan. ¿Por qué aquí no se hace con el fiscal general del
Estado, Torres-Dulce, al expedientar al fiscal-jefe de Cataluña, Rodríguez Sol,
por su comportamiento inadecuado? ¿Por qué somos malévolos con quienes asumen
su responsabilidad y benévolos con quienes la incumplen o se extralimitan al
ejercerla? Simplemente, kafkiano.
Son los
ejemplos más recientes de todo un rosario de comportamientos similares que
sería eterno relatar. Además, por si no fuera suficiente, una serie de
tertulianos televisivos o radiofónicos, empeñados en defender lo indefendible,
se encarga de crear una opinión pública esquizofrénica con argumentos
irresponsables que distorsionan los hechos al extremo de que, en muchas
ocasiones, quien debiera ser reprobado es aplaudido socialmente y viceversa.
Así las cosas, de nada servirán los cambios, lógicos y necesarios, para
modernizar nuestro Estado de Derecho si, entre todos, no somos capaces de
cambiar nuestro comportamiento colectivo, que pasa por el acatamiento estricto
a la legalidad, caiga quien caiga, y la exigencia mayoritaria de que la haga
cumplir quien tiene la responsabilidad de hacerlo, sea quien sea. Es así de
fácil. Es lo que hacen todos los países democráticos desarrollados. Por eso
funcionan, al margen de la legalidad que cada uno de sus pueblos se haya dado.
Por eso su modelo de estado es válido y el nuestro no. Siendo así de fácil ¿por
qué nos empeñamos en complicarlo de forma tan absurda? En definitiva,
simplemente, kafkiano.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
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