El
éxito sin precedentes del PP de Rajoy en las elecciones generales, que le va a
permitir gobernar con la más amplia mayoría de su historia con 186 escaños,
queda eclipsado por el estrepitoso batacazo sin precedentes sufrido por el PSOE
de Rubalcaba, que con 110 escaños se sitúa por debajo de los apoyos obtenidos
en la predemocracia. Una espeluznante derrota que ni los más pesimistas se
atrevían a vaticinar a pesar de estar cantado el triunfo popular. La bajada
socialista de votos y escaños en todas y cada una de las CCAA contrasta con la
subida o el mantenimiento de los populares en cada una de ellas, salvo en
Asturias, donde ambos partidos bajan, al extremo de que sólo en dos
circunscripciones provinciales, Barcelona y Sevilla, el PSOE es el más votado,
aunque perdiendo apoyos. Algo impensable hace poco más de un año. Aunque
quienes pensaban que era imparable el tsunami azul, se equivocaron
estrepitosamente. El PP ha incrementado sus apoyos alrededor de medio millón de
votos, mientras el PSOE ha perdido más de cuatro millones. Es pués más acertado
concluir que el PSOE ha perdido por méritos propios, en tanto que al PP sólo le
ha bastado con mantener su suelo electoral e incrementarlo mínimamente, sin que
ello reste ningún mérito a su aplastante mayoría absoluta. Pero el beneficiario
directo del autodescalabro socialista no ha sido el PP, que sí lo es al
repartir los escaños, sino los partidos minoritarios -especialmente IU y UPyD-
y los nacionalistas -especialmente PNV, AMAIUR y CiU- quienes, aprovechando las
erróneas estrategias socialistas, han añadido una dosis de confianza a su
coherencia estratégica e ideológica frente a los devaneos y frivolidades de un
PSOE que, al menos, debe aprender, entre otras cosas, que es imposible absorber
y soplar al mismo tiempo.
Algunos
hemos manifestando, pública y reiteradamente, la deriva insostenible del
zapaterismo y ahora lamentamos la cruda realidad, sobre todo los que somos
socialistas, al constatar que, desgraciadamente, acertábamos frente a aquellos
que, vaya usted a saber porqué, defendían lo indefendible. Algo que se veía
venir y de forma muy clara con el descalabro sufrido en las últimas elecciones
locales, mientras los dirigentes socialistas, con el beneplácito de sus palmeros,
no hicieron nada para remediarlo. Tan evidente como que un partido que gobierna
en España y tiene vocación mayoritaria ni puede, ni debe, ensimismarse en
estrategias ideológicas o nacionalistas radicales, más allá de lo
razonablemente aceptable por la mayoría ciudadana, claramente de centro, como
en el resto de los países desarrollados, que prefiere soluciones moderadas -hacia
la izquierda o derecha, o el autonomismo- frente a aventuras radicales ideológicas
o nacionalistas que puedan poner en riesgo la estabilidad y el bienestar que, a
pesar de todo, disfrutan dichas sociedades. Tan obvio como que, en todo caso,
puestos a jugar al radicalismo, siempre es mejor apostar por sus genuinos
representantes que por los sucedáneos de peor calidad y menos creíbles. Ello
puede explicar, en parte, el descalabro socialista frente a IU, UPyD, AMAIUR o
CiU que por primera vez gana en unas generales al PSOE en Cataluña. Craso error
creer que de movimientos radicales, como los indignados, o de nacionalistas
auténticos, se puden arañar votos jugando a su juego y abandonando tu proyecto
socialdemócrata mayoritario. Basta recordar el experimento del tripartito, las
luces y sombras en el tema vasco o los fogonazos de un izquierdismo que al final
defrauda la esperanza regalada a muchas gentes por su inviabilidad real.
También
hemos manifestado que la pésima gestión de la crisis por un gobierno claramente
incapaz e incompetente, cargado de ocurrencias y despropósitos, de vaivenes e
incoherencias, carente de autocrítica y de previsión, y culpando de todos los
males a causas ajenas, arrastraría, no sólo a la economía a la pésima situación
actual, sino también al partido que lo sostiene, el PSOE, a un callejón de
difícil salida. Desgraciadamente así ha sido. Un partido que, ante el claro
aviso de las elecciones locales, ha preferido perpetuar el denostado zapaterismo,
aunque sin Zapatero, designando como sucesor a Rubalcaba, uno de sus más
cualificados protagonistas, en vez de convocar un congreso, como ha hecho ahora
–supongo que para erradicarlo-, sólo puede aportar falta de credibilidad. Más
aún si éste basa la campaña en el terror, que nadie cree, e intenta ocultar sus
responsabilidades inmediatas para resucitar sus responsabilidades remotas
durante el felipismo que, en su ocaso, tampoco fueron dignas de alabanza,
obligándose finalmente a ir modificándola para acabarla al fin en clave
interna. Ni los niños condenados a la mala educación, ni los pacientes muriendo
en los quirófanos, ni los ajustes reales –para Rubalcaba, recortes- en las CCAA
gobernadas por el PP y en Cataluña por CiU, ni las protestas, ni las huelgas…
han restado apoyos a populares o convergentes, sino todo lo contrario, dejando
a Rubalcaba y a Chacón en evidencia. Ambos, ni siquiera con los mal disimulados
mimitos, han podido ocultar la fractura interna dentro del propio zapaterismo
y, como genuinos representantes del mismo, quedan invalidados, a mi juicio,
para liderar el futuro de un PSOE que urgentemente necesita pasar página de tan
deprimente proyecto, lo que requiere casi una refundación o, al menos, una
sólida renovación. Así lo apuntan ya algunos de los tertulianos habituales
propios que, hasta la fecha, se dedicaban a defender lo indefendible.
Bienvenidos sean a lo razonable. Ojalá también lo hagan los militantes
socialistas. No va a ser fácil a estas alturas, pero más vale tarde que nunca.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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