No
es la primera vez, ni desgraciadamente será la última, que, como ciudadano,
manifiesto mi indignación por la corrupción política, uno de los más graves
problemas que padece la sociedad española. Por no indagar más en la hemeroteca,
valga mi artículo, sobre el caso Gurtel, titulado “Dimisión e inhabilitación”
(Ver Diario Información del 20-7-2011, fecha que curiosamente coincide con la
dimisión de Camps). Si en aquel momento, coincidiendo con los socialistas,
manifesté la conveniencia de que Camps dimitiese y fuese inhabilitado, ahora,
conocido el caso Campeón, es coherente que, coincidiendo con los populares, me
pronuncie en idéntico sentido sobre el señor Blanco. Cualquier persona
claramente decidida a erradicar la corrupción política haría lo propio. Pero es
deprimente y frustrante porque los socialistas han cambiado y ahora son ellos
quienes no coinciden conmigo. Prefieren instalarse en las tesis que los
populares defendían entonces y que, probablemente, defenderán cuando el
presunto corrupto pertenezca a sus propias filas, momento en que, con toda
seguridad, los socialistas volverán a mutarse de nuevo para coincidir conmigo y
con otros muchos ciudadanos, que no cambiamos al respecto. Es un juego perverso
de unos y otros que permite que la corrupción política, lamentablemente, siga
instalada en nuestra sociedad. Por eso me da asco que ahora el principal adalid
de las tesis dimisionarias, el señor Blanco, no se las autoaplique, utilizando
los mismos argumentos que, en su día, utilizó Camps para mantenerse en la
poltrona hasta que el hedor hizo irrespirable el ambiente y se tuvo que
marchar. Por eso me causa repugnancia que los dirigentes del PSOE, al igual que
los del PP en su día, convertidos en maestros de la incoherencia, defiendan
públicamente lo indefendible sin que se les caiga la cara de vergüenza a la
hora de pedirnos el voto.
El
reciente debate electoral entre Rubalcaba y Rajoy, convertido en interrogatorio
del socialista al popular, es el mejor ejemplo de que ninguno de los dos está
dispuesto a comprometerse públicamente en la búsqueda de una solución a la
corrupción política. Ni una palabra al respecto, ni un reproche, ni nada de
nada. Un silencio sepulcral sobre una de las principales preocupaciones que,
según las encuestas, tienen los ciudadanos. Es obvio que el próximo presidente
de gobierno, que será cualquiera de ellos, dejará este importante asunto tal
como está. ¿Cómo es posible que Rubalcaba no reparara en tal carencia del
programa de Rajoy que casi desmenuzó página a página? Pero es más sorprendente
que Rajoy, estando el caso Blanco en el candelero, ni siquiera lo mencionase.
La conclusión es meridiana: blanco y en botella, leche. Ninguno de los dos
tiene nada que decir sobre la dignificación de la actividad política y, en
estos casos, lo mejor es un buen pacto de silencio. Queda claro que en algunas
cuestiones ambos sí que son exactamente iguales o, al menos, bastante
parecidos.
No
sé cual de los dos ganó el debate-entrevista; tampoco, quien ganará las
elecciones. Las encuestas dan ganador a Rajoy en ambos casos. Pero si estoy
seguro de quien ha perdido en este envite, la ciudadanía española, condenada,
una vez más, a soportar la indecente conducta de demasiados gobernantes sin
tener la posibilidad de hacer nada para impedirlo, salvo no ir a votar que es
la peor de las soluciones. Menos mal que al menos nos queda la posibilidad de
elegir a quien cada cual considere más capaz de sacarnos del pozo económico en
que estamos metidos. ¡Ojala que el resultado final sea un acierto!, pues la
corrupción política parece más soportable en tiempo de bonanza, aunque siempre
sea igual de perniciosa para la democracia. Caso bien distinto si, en vez del
pacto de silencio, Rubalcaba y Rajoy hubiesen anunciado un pacto de caballeros
para luchar contra ella en todos los ámbitos sin ningún tipo de excusas o
incoherencias; de entrada, ambos ya serían ganadores junto a todos los
ciudadanos. También sería distinto si, al menos, cualquiera de ellos, al margen
del otro, hubiera incluido tal propuesta en su programa electoral; hoy sería ya
el claro vencedor. Lamentablemente, ni una ni otra; ambos han decidido ser unos
perdedores aunque uno de ellos, inevitablemente, gane las elecciones.
Tengo
serias dudas de que, quienes son incapaces de resolver un asunto que sólo
depende de una decisión personal, sean capaces de hacerlo en asuntos que
dependen de múltiples variables ajenas a ellos mismos. En todo caso síempre
podrán resolver los problemas de algunos por la vía rápida, especialmente si se
trata de amigos y el desbloqueo depende de alguien de los suyos. Es lo que,
según la transcripción de las conversaciones telefónicas del caso Campeón, hace
el ministro Blanco con su amigo Orozco tras preguntarle si el alcalde de Sant
Boi “es de los suyos”. Y es que, tal como dice Orozco, “es bueno tener un amigo
en el gobierno”; en caso contrario “es imposible, qué país”. Es nauseabundo que
algunos, ocultando o minimizando todas estas miserias, hagan piña bajo el
eslogan maniqueo “que ganen los nuestros”, que son los buenos, con la única
intención de ganarse la confianza de la mayoría de ciudadanos que precisamente
no tienen a nadie. Ni siquiera tienen, ni les dejan tener, los gobernantes que
merecen.
Fdo.
Jorge Cremades Sena
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario, gracias