Desde
que apareció la noticia de que la Plataforma ¡En Pie! –son tantas las
plataformas que ya no se sabe quienes son unos u otros- tomaba la iniciativa de
“asediar de forma indefinida” el Congreso de los Diputados hasta que “caiga el
régimen” me vino a la memoria la época medieval en la que tan frecuentes eran
estas prácticas para dirimir las rivalidades entre la nobleza. Entonces, nada
era más eficaz para someter al rival en su propio terreno que rodearle en sus
dominios (ciudad, fortaleza u otro lugar) para atacar a las fuerzas enemigas
que están dentro o para impedirles que salgan o que reciban ayuda del exterior.
Eso era un asedio en toda regla. Si eras perseverante y tenías la fuerza
suficiente, el éxito estaba más que asegurado. Era cuestión de tiempo. El
desgaste progresivo del asediado siempre jugaba en su contra y, salvo
circunstancias imprevistas favorables, el desenlace final era la rendición, que,
pactada o no, se materializaba antes o después, dependiendo de la capacidad de
resistencia. Eran otros tiempos, con otras mentalidades y otros medios, que
nada tienen que ver con los de hoy.
Pero, si en la
actualidad se suele proceder de otra forma, no faltan quienes, añorando los
viejos tiempos, consideran que la intimidación y el acoso siguen siendo válidos
para conseguir los fines que pretenden. Y en esta deriva progresiva de imponer
la razón de la fuerza se inscribe el referido asedio que, coincidente en sus
objetivos con la anterior iniciativa de “ocupa el Congreso”, ya ni repara en el
uso de eufemismos para generar cierta confusión sobre la esencia de su
naturaleza, al extremo de provocar el rechazo por parte de determinados grupos
o plataformas que entusiásticamente apoyaron aquella iniciativa. En definitiva,
una convocatoria auténtica sin pretender engañar a nadie como entonces, lo que,
en el fondo, es de agradecer. En su llamamiento no hay espacio para la
confusión, reconocen sin tapujos que conscientemente se niegan a cumplir las
reglas que impone un régimen al que pretenden “derrocar”, advierten a los
convocados que, comenzando por la “no notificación”, que es preceptiva, el
“régimen” puede tener la excusa para una represión indiscriminada y enumeran
todas las posibles estrategias a desarrollar mientras dure el asedio, que
aspira a ser indefinido. Una declaración de guerra sin paliativos. El enemigo,
el sistema democrático; el objetivo concreto, su esencial institución, el
Parlamento; sus promotores, los autoproclamados defensores de la libertad.
Como era de esperar,
el desmarque de otros grupos ante tamañas precisiones –la mayoría, pretendiendo
similares objetivos, se mueven mejor en el río revuelto del confusionismo- ha
convertido tan libertaria iniciativa en un asedio esperpéntico. Lo que, según
los medios, iba a ser una tumultuosa manifestación asediando el Congreso, al
extremo de no celebrar la sesión plenaria prevista, supongo que para evitar
males mayores, ha quedado reducido al bochornoso espectáculo de unos 2.000
individuos vociferando, insultando y agrediendo verbal y físicamente a los
policías antidisturbios, unos 1.400, que las autoridades competentes habían
situado en la zona. El resultado, la dispersión y el levantamiento del “sitio”
por parte de sus convocantes tras las primeras refriegas con los agentes, no
sin dejar una treintena de heridos, afortunadamente con carácter leve,
repartidos entre asaltantes y policías casi por igual. El motivo de la
desconvocatoria: “debido a que no vemos fuerzas suficientes consideramos que no
es prudente continuar con la acción”, pues, “continuar con la estrategia no
tiene sentido por el insuficiente apoyo social”. Es decir, como en estos
momentos no conseguimos rendir el castillo, nos retiramos estratégicamente para
sitiarlo en cualquier otro momento que nos sea más propicio. También se hacía
así en el medievo.
Pero lo que realmente
llama la atención, no es el espectáculo en sí mismo, sino que, ni antes, ni en
el momento de producirse, ni después se haya producido una condena unánime e
indiscutible por parte de los partidos políticos, organizaciones sindicales y
empresariales, asociaciones profesionales, medios de comunicación e
instituciones del Estado. Asuntos tan graves, por esperpénticos que resulten, no
deben utilizarse de forma frívola para obtener supuestas ventajas particulares.
Al fin y al cabo son atentados directos contra la democracia que merecen
tolerancia cero por el bien de todos los ciudadanos, independientemente de su
color ideológico o su posición social. Cuestionar si fueron exageradas o
insuficientes las medidas preventivas, las respuestas policiales a las
provocaciones, o calificar el evento de carácter “pacífico” cuando su
convocatoria encierra tamaña violencia es de una irresponsabilidad meridiana.
Un claro triunfo para los liberticidas que, a pesar de su esperpéntico fracaso
en este acto concreto, obtienen como botín demasiados policías heridos por no
actuar de forma más contundente ante el temor de ser criticados después y, lo
que es peor aún, la suspensión de una sesión plenaria que, a mi juicio, jamás
debiera haberse producido. Demasiado premio para tan burdos liberticidas.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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