El
peliagudo asunto de los “papeles de Bárcenas” se está convirtiendo en un
verdadero papelón para Rajoy que, con sus más fieles colaboradores, no sólo
tendrá que afrontar las unánimes acometidas de toda la oposición política (le
guste o no, con razón o no, es lo que toca en estos casos), sino también las
puntuales y sibilinas que le preparen desde sus propias filas que, en
definitiva, son las más difíciles de superar y las más peligrosas, empezando
por las del propio Bárcenas. Si además ha de hacerlo como presidente del
gobierno en plena situación de crisis económica, política y social el papelón
de Rajoy es de padre y muy señor mío. Sólo un súbito cambio radical de la
economía o una rápida sentencia judicial exculpatoria, ambas tan imprevisibles
como improbables, podrían propiciar una cierta salida airosa de Rajoy como presidente
del gobierno y del PP, salvo que, aprovechando la situación, se desenmascare a
todos y a cada uno de los responsables de la cada vez más verosímil
financiación ilegal del partido y que cada cual, incluido él mismo, asuma la
parte alícuota de responsabilidad que le corresponda como dirigente del mismo
cuando se produjeron los hechos. Si Bárcenas, tal como publica Pedro J. Ramírez,
le ha confesado su participación en una supuesta financiación ilegal del PP y
si además, de los supuestos mensajes publicados entre Rajoy y Bárcenas, se
deduce una cierta complicidad entre ellos (“Tranquilidad…Es lo único que no se
puede perder, Un abrazo” o “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos.
Ánimo”) en vez de un rechazo total y explícito al extesorero, urge que, como
mínimo, Rajoy comparezca solemnemente en el Congreso de los Diputados para dar
explicaciones contundentes a los representantes de la soberanía popular en
pleno o, en caso de no ser capaz de hacerlo, para presentar su renuncia como
presidente y dar paso a cualquiera de los procedimientos válidos en estos
casos, como son, bien la investidura de otro presidente por el Parlamento, bien
la convocatoria de elecciones anticipadas. Es lo que, con mejor o peor tono, le
exige cada uno de los partidos de la oposición y, al margen de especular sobre
las razones de cada uno de ellos, lo que demanda la mayoría de los ciudadanos,
muy intranquilos y preocupados por todo lo que está sucediendo.
Resulta
patético que se extiendan cortinas de humo para esconder o difuminar, se mire
como se mire, una realidad indeseable, que tiene en el punto de mira nada más y
nada menos que al propio presidente del gobierno, cuya honorabilidad personal
ni debe, ni puede estar en entredicho. No vale pues la estrategia del avestruz
por patéticas que sean o parezcan las estrategias irracionales de acoso y
derribo del gobierno popular (tan patéticas como las de apuntalamiento de los
populares) que utilizan algunos dirigentes políticos, responsables mediáticos,
tertulianos a la carta u otros personajes de marcada influencia social, ni por
patéticos que sean o parezcan sus desorbitados e incoherentes posicionamientos
no atacando (o no defendiendo) con idéntica vehemencia hechos repudiables
parecidos cuando no les interesa, ¡Allá cada cual con sus responsabilidades
cívicas! Lo realmente importante, lo sustancial, es que Rajoy y el PP, despejen,
si pueden, las negras sombras de duda en que ellos mismos se han metido. No se
puede matar al mensajero en ningún caso y, menos aún, en base a una supuesta
operación contra Rajoy, orquestada por Pedro J. Ramírez y el Diario El Mundo,
que, si lo publicado es cierto y está contrastado, tiene todo el derecho de
publicarlo cuándo y cómo considere oportuno, siendo irrelevante la
intencionalidad que tenga al respecto. Ni se pueden desacreditar las peticiones
de comparecencia o dimisión por parte de Rubalcaba y el PSOE o de Cayo Lara e
IU en base a que ninguno de ellos se la pide a Griñán por el asunto de los EREs,
al igual que los nacionalistas catalanes con Mas por el asunto Palau, etc, etc,
pues sus indecentes y manifiestas incoherencias no se pueden solapar con las de
los dirigentes del PP, que en Andalucía y Cataluña sí justifican su petición de
dimisiones, condenando “in aeternis” entre todos la solución del grave fenómeno
de la corrupción a un diálogo de besugos.
Los mensajes
entre Rajoy y Bárcenas, cuya autenticidad no ha desmentido ni el propio PP, son
una bomba de relojería activada en la base de flotación del gobierno de Rajoy,
quien, al margen del curso normal de los procesos judiciales que afecten a
determinados personajes relacionados con el PP, está obligado a despejar
urgentemente todas las dudas, respondiendo con absoluta claridad a todas y cada
una de las preguntas que los diputados consideren pertinente hacerle. No vale
especular sobre si lo que se pretende con la comparecencia es crear un circo en
vez de conocer la verdad, ni escudarse en la mayoría de votos para impedirla,
ni en justificarlo porque PSOE-IU lo ha impedido en Andalucía con muchos menos
votos o porque sería plegarse a la agenda que marca el propio Bárcenas… Si,
como dice Floriano, los mensajes son “la prueba material” de un intento de
“chantaje privado” por parte de Bárcenas a Rajoy para “desviar la atención”
sobre su posible responsabilidad penal y “ocultar el origen de su dinero”; si,
como argumenta, lo que evidencian los mensajes es el fracaso del intento de
chantaje privado como demuestra su estancia “en prisión” y por ello hace el
chantaje “a la luz pública”; y, si subraya que el PP “no va a ceder nunca a
ningún chantaje, coacción o presión” al no tener “absolutamente nada que
ocultar” y por tanto “le preocupa cero” lo que haga el extesorero, lo
sorprendente es que el propio Rajoy no haya comparecido a petición propia en el
Congreso y lo incomprensible es que se niegue a comparecer incluso cuando se lo
solicita por unanimidad la oposición. Pero, si lo que dice Floriano no fuera
totalmente cierto, lo insólito es que Rajoy no haya presentado su dimisión
voluntariamente o por indicación de su propio partido, pues, cuanto más tiempo
pase, será peor no sólo para el PP, sino también para la vapuleada democracia
española y para la salida de la crisis generalizada que padecemos.
Jorge
Cremades Sena
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