Sin
lugar a dudas, los catalanes, pero también el resto de españoles, sufren hoy
una verdadera resaca independentista. La borrachera independentista de ayer,
milimétricamente calculada y meticulosamente preparada por las instituciones
catalanas, sólo puede provocar resaca al día siguiente. Lo de menos es si
fueron 1.800.000 participantes, según los organizadores, o 520.000, según el
Gobierno (muchos, en todo caso, pero muchos menos de los que se quedaron en
casa), quienes perfectamente aleccionados, cada uno con su color, en el lugar
predeterminado, cumpliendo las instrucciones recibidas, formaban la impecable V
de victoria, violencia, venganza, vergüenza o vaya usted a saber de qué. La
puesta en escena, perfecta; los monólogos, también. Carme Forcadell, líder de ANC, increpa al
“president” para que cumpla su promesa de hacer un referéndum ilegal el 9-N mientras
algunos gritan “Señor Mas, pónganos las urnas”; y el Molt Honorable, consciente
de su ilegalidad, así lo ha prometido, contesta eufórico “haré todo lo posible
por no defraudaros; estoy comprometido”. Le importa un bledo defraudar al resto
de catalanes, a los que no asistieron; su preocupación son los que estaban
allí, los que le exigían cumplir la ilegalidad prometida, sabiendo que al resto,
sean los que sean, les asiste la ley y a ellos no. Por tanto al President le
importa un bledo defraudar a quienes le piden que cumpla y haga cumplir la
legalidad, es decir, la democracia y el Estado de Derecho, que rige, no sólo en
España, sino en toda la UE y en el resto del mundo libre. Es por eso que, ante
la locura que él mismo ha alimentado y dirigido desde el alto cargo que le
otorgó el Estado de Derecho Español, con la condición de acatarlo y defenderlo,
es decir, todo lo contrario de lo que hace, no se atreve ahora a asegurar
tajantemente que cumplirá la traición al mismo que en su día prometió, sino que
hará “todo lo posible” para hacerlo. La ANC le insiste en que “no será un
tribunal, y menos el TC” quien decida el futuro de Cataluña, y el President, en
vez de decirles que, en efecto, quien decidirá y debe decidir el futuro de
Cataluña es la democracia, se dirige al Gobierno español, elegido como el que
él preside para acatar y hacer cumplir la ley, para indicarle que debe “escuchar el mensaje de la
Diada”.
Artur
Mas, como presidente de la Generalitat, se refiere, obviamente, al “mensaje de
la Diada” oficial, olvidando que, no muy lejos de Barcelona, en Tarragona,
otros varios miles de catalanes, para los que también gobierna o debiera
gobernar, celebraban la Diada pidiéndole simplemente que cumpla la legalidad
que en su toma de posesión prometió. Una promesa solemne e institucional,
frente a la promesa bastarda hecha después a algunos catalanes. Pero esta otra
Diada, ajustada a la democracia y al Estado de Derecho, que no cuenta con el
apoyo institucional, ni con la propaganda mediática oficial (TV3 dedica 15
horas a retransmitir en directo la Diada de Mas, Junqueras, ANC y compañía,
frente a los 15 minutos que dedica a la Diada constitucionalista casi
clandestina), que no niega a nadie proponer su proyecto independentista siempre
que se atenga a las reglas de juego establecidas, no merece para el President
ni que sea escuchada por el Presidente del Gobierno. De nada vale que voces
autorizadas expliquen lo obvio (como Vargas Llosa, “la soberanía no es
divisible; el derecho al voto es de los españoles”; como García Cárcel, “la
Guerra de Sucesión no fue entre España y Cataluña”; o como, entre otros muchos,
Carmen Iglesias que, con hechos históricos objetivos, habla de “las fantasías
de los nacionalistas”); de nada, que incluso el líder independentista escocés
mantenga que no existe similitud entre Escocia y Cataluña asegurando que su
proceso “es consensuado” y, por tanto, legal, porque así lo permite el Estado
de Derecho del Reino Unido; de nada, que, a pesar de la legalidad del proceso,
ya se anuncie una desbandada de empresas y bancos de Escocia, ante la salida de
la libra y de la UE (imaginen lo que sucedería en Cataluña); sólo vale la
prevalencia de ese idílico estado futuro que sólo existe en la mente de algunos
iluminados por más que todos los datos objetivos más bien apunten a que, en el
mejor de los casos, surgiría un estado inviable casi infernal. Al final, tiene
razón Albert Rivera cuando en el acto de Tarragona en favor de la unidad dice
que “Junqueras y Mas han partido en dos a la sociedad catalán”. De momento, es
la única evidencia.
Y
si a esta Diada semi-clandestina no oficial se la relega al mínimo interés
mediático, a una tercera Diada, totalmente clandestina, que también se celebró
ayer, la de Jordi Pujol, el padre de toda esta movida, ni se le dedica un
segundo. Con una gran señera en el balcón de su residencia y las persianas del
balcón bajadas, el no tan Honorable ex President celebró en la intimidad su
particular Diada, sin aparecer, como en otros años, por las calles de Barcelona
para aplaudir la orquestada exhibición de esteladas, por no añadir la quema de
banderas de España y otros despropósitos. Algunos pensarán que es injusto que
su hijo político le relegue a este inmerecido anonimato en tan señalado día,
aunque hay que entender que asumir que el mito de “España nos roba” era falso,
porque quienes robaban a Cataluña eran otros, como así lo han reconocido, no es
fácil de digerir, pues, exhibiendo al presunto ladrón, se podría correr el
riesgo de visualizar demasiada autenticidad en tan teledirigida jornada.
Por
lo demás, casi nada más de interés mediático en este día de resaca. Botín ha
sido enterrado en la intimidad, su hija Ana se convierte en la banquera más
poderosa del mundo y el PP excluye la reforma electoral de la negociación con
el PSOE como única salida de poder llegar a un acuerdo sobre un plan de
regeneración política y de anticorrupción. Sin comentarios.
Jorge Cremades Sena
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