La
disyuntiva es el “quid” de la cuestión, que, como no podía ser de otra forma,
acapara las portadas y primeras páginas de todos los periódicos nacionales.
Atendiendo a los particulares intereses de unos u otros, la Diada ha sido un
éxito o un fracaso, pues, según se mire y al margen del baile de cifras (un
millón seiscientos mil participantes para los organizadores o cuatrocientos mil
para el Ministerio de Interior) supone un mayor o menor respaldo a las tesis
independentistas. No obstante, sea cual sea la cifra, no puede ser nada
desdeñable ya que implica un apoyo importante a quienes hicieron la convocatoria,
la ANC, y a los partidos políticos que, directa o indirectamente, la apoyaron, aunque
también cuenten los más de seis millones de catalanes que se quedaron en casa.
Visto así, caben todas las valoraciones positivas o negativas. Los que hablan
de fracaso independentista al compararlo con la mayor afluencia del año pasado,
manifiestan que era lo mínimo que se podía esperar teniendo en cuenta el
esfuerzo realizado por los gobernantes de la mismísima Generalitat, de la
mayoría de instituciones catalanas, de las distintas televisiones con TV3 a la
cabeza, de la fuerte inversión para la movilización y de las facilidades para
favorecer la asistencia como la gratuidad de los peajes, etc. Los que hablan de
éxito, manifiestan que no se trata de un subidón espontáneo ya que, al igual
que el año anterior, se mantiene viva la llama soberanista incluso con el
clarísimo slogan del independentismo como bandera. No les faltan razones ni a
unos ni a otros si se limitan a analizar el éxito o fracaso de la convocatoria.
Sin embargo, desde mi punto de vista y teniendo en cuenta otras cuestiones, la
Diada ha sido un rotundo fracaso para España, incluida Cataluña, y para casi
todos los españoles, incluidos casi todos los catalanes. Lo que, como en muchas
otras ocasiones, debiera haber sido un día de fiesta, no exenta de
reivindicaciones identitarias, para todos los catalanes y el resto de
españoles, se ha convertido en un día de acoso de unos cuantos catalanes (por
muchos que hayan sido) contra el resto y de una afrenta al resto de españoles
al pisotear la legalidad vigente, elaborada con el concurso de los
representantes de Cataluña en las Cortes Generales. Ningún proyecto
segregacionista fuera de la legalidad vigente, ninguna amenaza de que, si no es
aceptado por las instituciones democráticas, será impuesto unilateralmente por
la fuerza “sí o sí”, como es el caso, jamás puede ser un éxito para la
sociedad, la paz y la convivencia. Por tanto, es un rotundo fracaso que, a lo
sumo, supone un éxito fugaz de quienes entienden el juego democrático cuando
les conviene y, en caso contrario, rompen la baraja para imponer su proyecto
claramente totalitario. Pero si es un fracaso global, lo es especialmente para
Artur Mas y CiU que, al dejar este tipo de iniciativas en manos de sectores
radicales se ve totalmente desbordado por ellos y, al final, se convertirá,
junto a su propio partido, en el gran perdedor. Así lo vaticinan todas las
encuestas al situarlo ya por debajo de ERC cuando, desde siempre, partía
respecto a los republicanos desde una posición inalcanzable. Y es que desatar los
demonios es muy fácil; convivir en paz con ellos en libertad, prácticamente
imposible.
En definitiva,
un motivo de gran preocupación que alienta a los intransigentes y amantes de la
violencia, el acoso y la extorsión. La irrupción de unos cuantos desalmados en
la delegación de la Generalitat en Madrid, amenazando y destrozando banderas
catalanas, supongo que incluso siendo las oficiales y legales, o el incendio en
Barcelona de banderas españolas, francesas y europeas, así como del retrato del
rey, por otros descerebrados, junto a la exhibición de numerosas esteladas, que
no de la bandera oficial catalana, es la evidencia de donde conducen los atajos
democráticos y, aunque ni unos ni los otros representan a España y a Cataluña,
respectivamente, deben ser perseguidos y castigados severamente ya que son el
genuino ejemplo de la España negra, incluida Cataluña, que tantos sufrimientos
causaron a nuestros padres y abuelos, al extremo de abocarlos a la guerra
incivil más sangrienta de toda la Historia de España, incluida Cataluña. Contra
los violentos, del signo que sean, no caben medias tintas. Son los extremos a
desechar en cualquier sociedad civilizada. Me entristece que por meros
intereses espurios, quienes debieran condenarlos sin miramiento alguno, se enreden
en matices cualitativos o cuantitativos de unos o los otros que sólo conducen a alimentar la bicha. No condenar ni perseguir enérgicamente, sin matiz alguno, estos comportamientos violentos y antidemocráticos, es una de las mayores irresponsabilidades.
Y con
esta tristeza y preocupación por todo lo que, al respecto, está sucediendo,
prefiero no comentar otras noticias, ya casi habituales (Siria, corrupción, etc.)
Ya habrá tiempo de analizarlas con mayor profundidad. Por hoy prefiero no
entristecerme ni preocuparme todavía más.
Jorge Cremades Sena
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