Cuando
todos los datos apuntaban a una inminente intervención armada contra Siria,
liderada por EEUU, para castigar al régimen de El Asad, Obama da un giro
inesperado que, algún que otro diario califica como que “Obama se raja”. Sin
ir tan lejos, lo cierto es que Obama, aun manteniendo su decisión de castigar
al régimen sirio por su intolerable ataque a la población civil con “gas sarín”,
ha decidido someterlo a la aprobación del Congreso norteamericano lo que, de
momento, retrasa el asunto algunos días y genera la incertidumbre de si se le va
a autorizar o no, aunque el propio Obama dice que no lo necesita. ¿Para qué lo
hace entonces? Obviamente lo que pretende es contar con la aprobación de los
norteamericanos ante el fracaso de contar con el de una coalición internacional
que, presuponíéndose sólida, se ha frustrado tras la desautorización del
parlamento británico a Cameron, uno de sus socios más dispuestos a la intervención.
Curiosamente sólo la Francia del socialista Hollande mantiene la decisión de
apoyarle para dar un castigo ejemplar a El Asad, a pesar de que la mayoría de
los franceses estén en contra. Si comparamos la situación con la intervención
en Iraq todo está al revés. Por su parte Putin dice que las acusaciones contra
su aliado Asad son “una tontería” y que “como premio nobel de la paz Obama
debería pensar en las futuras víctimas sirias”. Asad, entretanto, mantiene que
su país seguirá su “lucha contra el terrorismo” y, tras calificar de histórica
retirada la petición de Obama al Congreso, avisa de que es capaz de enfrentarse
a “cualquier ataque” sea de quien sea. En fin, este es el espectáculo que está
dando la comunidad internacional, como si las imágenes que hemos visto en
televisión de cientos de inocentes gaseados en los suburbios de Damasco fuera
una película de terror no basada en hechos reales sino en mera ficción. A la
espera del informe de la ONU tras la salida de Siria de sus expertos, a la
espera de saber quiénes les tirotearon, a la espera de saber quién utilizó las
armas químicas, a la espera de que EEUU acepte el reto de Putin de que presente
pruebas ya que para él “lo del ataque químico es una gran tontería” y a la
espera de que el Congreso norteamericano autorice o no a Obama para dar un
escarmiento a Asad y luego esperar la decisión que él mismo tome, ya que no lo
necesita, el pueblo sirio sigue siendo la víctima más sangrante de unos y de
otros sin que nadie le ponga remedio.
Quienes,
como yo, sin obediencia ciega a ningún planteamiento filosófico previo, sabemos
que lo ideal es que todos seamos pacíficos, buenos y benéficos, pero también
sabemos que los hay belicosos, malos y maléficos, nunca entenderemos que, ante
agresiones violentas, se tenga que responder con planteamientos
escrupulosamente legitimistas cuando obtener la legitimidad para usar la fuerza
es prácticamente imposible. Ante hechos como el de Siria, sin entrar a valorar
si apostar por el régimen o los rebeldes es o no ir de Guatemala a Guatepeor,
que podría ser el caso, no vale que la ONU, para ejercer su legítimo uso a la
fuerza tenga que conseguirlo por unanimidad en el Consejo de Seguridad, que es
prácticamente imposible. Así lo que se legitima “de facto” es el uso de la
fuerza de quienes, importándoles un pimiento la legitimidad, la usan porque les
viene en gana. Si ni la ONU, ni la OTAN, ni la UE, ni EEUU, ni Rusia, ni China,
ni nadie tiene la capacidad legítima para poner fin al ilegítimo infierno sirio,
ni a otros tantos infiernos que, más o menos activos, siguen con las calderas
hirviendo, ¿para qué sirven las organizaciones internacionales? ¿para qué, las
potencias mundiales? ¿para qué, la proclamación de los derechos humanos?... Simplemente,
para nada. Todos los gobernantes violentos saben que se trata de un mero paripé
y por ello actúan con absoluta impunidad. La denuncia de aquellos que, ebrios
de un ciego pacifismo, siempre se opondrán a cualquier respuesta violenta a los
violentos que no pase por el tamiz de una legitimidad inalcanzable, hace
fuertes curiosamente a quienes la legitimidad les importa un bledo. A veces con
trágicas consecuencias como sucedió en los años treinta del pasado siglo cuando
la violencia del nazismo de Hitler era más o menos tolerada por los vientos de
un romántico y absurdo pacifismo mal entendido que cuando quiso reaccionar era
demasiado tarde. Millones de muertos y seis años de guerra, llamada mundial,
pero, como la anterior, escenificada sobre todo en Europa, fue el precio a
pagar.
Me llama
la atención que esta escrupulosidad pacifista, más típica en las filas de la
llamada izquierda, se extienda ahora en las filas de la derecha y viceversa, al
extremo de que, hoy por hoy, sólo el gobierno socialista francés respalde sin
fisuras las tesis de Obama. El ministro de Interior francés pide que se forme
una coalición internacional contra el régimen sirio, pues “una masacre como la
de Damasco no puede ni debe quedar sin castigo”. Coalición que, de momento,
parece improbable, para satisfacción, no sólo de El Asad y Putin, sino también
para aquellos grupos ultra pacifistas que, sin aportar ninguna solución al
problema, prefieren mantener las cosas como están. ¿En qué futuras víctimas
sirias estará pensando Putin? Seguramente en las que pensamos todos, aunque
algunos, con todas las dudas y preocupaciones que genera el caso, tengamos la
certeza de que no hacer nada por ellas es la peor de las soluciones.
Por lo
demás, en cuanto a los problemas domésticos, cada loco sigue con su tema. Sigue
el lío de los ordenadores de Bárcenas y la lógica avalancha de críticas a Rajoy
por parte de la oposición; Rajoy dice que la economía ha mejorado respecto al
año pasado, anuncia una bajada de impuestos pero para finales del año que
viene, afirmando que “nada ni nadie me desviará de una política que ya ha dado
resultados”; Cañamero, el secretario general del SAT, tras ser denunciado por
amenazas a un vigilante de un supermercado asaltado por los sindicalistas,
anuncia una marcha estatal contra la deuda, los recortes y por la dimisión del
gobierno de Rajoy (nunca del de la Junta de Andalucía que es su demarcación);
la jueza Alaya imputa a un tercer cuñado del ugetista Lanzas que, por lo visto,
tenía a casi toda su familia como “intrusos” en los EREs falsos, lo que junto a
las polémicas facturas de UGT para justificar lo injustificable, deja en muy
mal lugar a un sindicato que, según se ha publicado, tenía, mientras saqueaba
fondos públicos, 6´6 millones a plazo fijo y una cuenta corriente con otros
12´5 millones, que no está nada mal, y, para que todo no quede en UGT, la jueza
imputa además a tres cargos de CCOO por cobrar de los ERE e incluir a sus
mujeres. En fin, como ven, casi lo de siempre, corrupción, demagogia, y
después, más corrupción…y más demagogia.
Jorge Cremades Sena
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