Felipe VI
se estrena con el tradicional discurso navideño, un discurso pleno de aciertos
en el fondo y en la forma, al extremo de que así lo reconocen hasta quienes son
propensos a buscar cualquier tipo de excusa para criticar algún que otro
detalle del mismo. Basado en los tres problemas que más preocupan a la sociedad
española, el paro, la corrupción y el separatismo, el Rey expone de forma
exquisita, sin herir ningún tipo de sensibilidad pero con toda energía, lo que
a su juicio debiera hacerse ya que él, como es sabido, carece de cualquier tipo
de capacidad ejecutiva, legislativa o judicial. Así, denuncia la corrupción,
defiende el Estado de Bienestar y la unidad de todos los españoles de forma
contundente. Apelando a que “debemos cortar la corrupción de raíz y sin
contemplaciones y regenerar nuestra vida pública”, a que “la economía esté al
servicio de las personas” y a que “millones de españoles llevamos a Cataluña en
el corazón”, resume con tres frases lapidarias los objetivos que debieran ser
prioritarios en el quehacer político de quienes tienen realmente la posibilidad
de cambiar el rumbo del país. Un breve, pero indiscutible, catálogo de
prioridades políticas para nuestros gobernantes. Y, rematando con que “un cargo
público no puede ser un medio para enriquecerse”, con que la “gran mayoría de
los servidores públicos” son honrados y con que “los responsables de conductas
irregulares ya están respondiendo de ellas” en los tribunales, hace un canto a
la esperanza frente al catastrofismo o pesimismo que, lamentablemente, se ha
instalado en nuestra sociedad y que algunos pretenden utilizar como único
argumento de propaganda política. Denuncia de los problemas esenciales y reivindicación
de un impulso moral colectivo para una regeneración de la sociedad, urgente y
necesario, son los pilares de un discurso importante en boca de un Jefe de
Estado que, por decisión de los españoles, ni debe ni puede ir más allá.
Por todo lo anterior,
es indecente que algunos pretendan sembrar sombras de dudas manifestando que no
hizo mención alguna al caso de la Infanta. Ni era el momento, ni es su deber.
Tampoco mencionó otros casos de deplorable impacto social. Todos, incluido el “caso
Nóos”, quedan incluidos en su lapidaria frase pidiendo que hay que cortarlos de
raíz y sin ningún tipo de contemplaciones; es decir, de forma tajante y caiga
quien caiga. Habría que hacer una interpretación torticera para achacar el
mínimo resquicio de intención en el Rey de pretender pasar por alto la
situación de su hermana y su cuñado. Injusto e intolerable por tanto cualquier
intento de ponerle el más mínimo borrón a la conducta de Felipe VI al respecto.
Como bien ha dicho, quienes son responsables de conductas irregulares, incluida
su hermana y su cuñado, ya están respondiendo en los tribunales… Cuestión
distinta es que la Justicia no funcione en España con la celeridad y
contundencia que todos desearíamos. Pero esto, ni es responsabilidad del Rey,
ni depende de él, por lo que cualquier crítica al respecto, debiera recaer en
otras instancias.
Con este ejemplar
discurso, un paso más, por tanto, en la exquisita trayectoria, hasta el momento,
de esa Monarquía renovada para un tiempo nuevo que el propio Monarca anunciara
hace medio año con motivo de su Coronación.
Jorge Cremades Sena
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