Los
resultados de las elecciones generales del 20-D incitan a la preocupación sin
lugar a dudas. El PP con siete millones ciento ochenta mil votos y 123 escaños
se alza con una “victoria pírrica” tras dejarse 63 escaños de su anterior mayoría
absoluta y su mejor resultado electoral de toda su historia; el PSOE con cinco
millones y medio de votos y 90 escaños se mantiene como segunda fuerza, pero
pierde 20 escaños a pesar del peor resultado de su historia, obtenido por
Rubalcaba, a quien Sánchez le quita semejante demérito; y dos fuerzas nuevas,
como se preveía, irrumpen en el Parlamento con ímpetu: Podemos, con más de
cinco millones cien mil votos y 69 escaños, y Ciudadanos, con casi tres
millones y medio de votos y 40 escaños. Por lo demás, UPyD desaparece como
fuerza parlamentaria e IU, fagocitada por Podemos, apenas conserva, con más de
novecientos mil votos, dos escaños de los 11 que tenía. Y en cuanto a los
partidos nacionalistas e independentistas se refiere, gozando de los
privilegios electorales que tienen concedidos, sigue a los partidos anteriores
ERC con seiscientos noventa mil votos y 9 escaños, de los 3 que tenía; DiL con
quinientos sesenta mil y 8, de los 16 que tenía como CiU; PNV con trescientos
mil y 6, añadiendo uno a los que tenía; Bildu con doscientos diez mil y 2, de
los 7 que tenía como Amaiur; y CC con ochenta mil y 1 de los dos que tenía.
Aclarando que los resultados de Podemos, engloban a sus marcas y coaliciones en
Valencia con Compromís, en Galicia con las Mareas o en Cataluña con Ada Colau,
opciones radicales o independentistas, cuyos votos y escaños se suman a
Podemos, estos son los resultados que, a simple vista, supongo que para
regocijo de algunos y preocupación de la mayoría, hacen bastante difícil la
formación de un gobierno estable justo cuando España necesita estabilidad
gubernamental para generar confianza en los mercados inversores y financieros
que, hoy mismo, ya acusan dicha preocupación con bajadas en la bolsa de Madrid
y una subida de la prima de riesgo. Los españoles así lo han querido y ahora
toca apelar a la responsabilidad de todos.
De momento Rajoy
manifiesta que intentará “formar un Gobierno estable”, Sánchez que “España
quiere izquierda, quiere un cambio”, Iglesias que “España ha votado un cambio
de sistema inaplazable” y Rivera que “ahora somos más necesarios que nunca”,
cuando lo cierto es que, salvo un más que imprevisible pacto PP-PSOE, ni la
combinación PP-Ciudadanos, ni la de PSOE-Podemos (incluyendo a IU), consigue la
mayoría absoluta, lo que supone que, para lograrlo, habría que recurrir al
mundo nacionalista e independentista, que, con certeza exigirían pagar un
precio bien caro por la gobernabilidad de España. Cierto que la pérdida de la
mayoría absoluta del PP abre espacio a los pactos, pero no caben demasiadas
opciones, salvo una melé de intereses partidistas contrapuestos que abocarían a
este país al caos, o, en caso contrario, a la convocatoria de nuevas elecciones
que, en principio, a nadie interesan y perjudicarían los intereses de España. Cierto
que los dos grandes partidos del tradicional bipartidismo, tan denostado,
apenas superan la mitad de los votos, pero, en todo caso, suman más de doce
millones y medio de votos, frente a los ocho de los partidos emergentes; además
el bipartidismo mantiene su fortaleza en el Senado donde el PP conserva la
mayoría absoluta, aunque pierde 12 senadores y el PSOE sólo pierde uno. La realidad,
guste o no guste a algunos, es que el PP es el más votado en 38 de las 52
circunscripciones y el PSOE en seis, sumando entre ambos 44 circunscripciones
provinciales de las 52 existentes, por lo que las 8 restantes se repartirían
entre radicales, nacionalistas e independentistas, a quienes Iglesias, por
cierto, hace un guiño, no se sabe bien para qué, erigiéndose en la nueva voz de
la “España plurinacional” de la mano de Ada Colau que refuerza su liderazgo y
su marca se convierte en la primera fuerza de Cataluña, mientras la nueva marca
de Mas pasa a la cuarta posición y ERC le sobrepasa.
Entre otros detalles
dignos de destacar sobre estos resultados cabe citar que en el País Vasco
Podemos engulle a la izquierda “abertzale”, mientras el PNV resiste en cabeza
con seis escaños; que en Madrid el PP vence, pero Podemos arrebata el segundo
lugar al PSOE, que cae hasta el cuarto puesto por debajo de Ciudadanos; que
Iglesias se compromete a convocar un referéndum en Cataluña (él sabrá cómo y
cuándo y con qué respaldo legal) ante la vencedora coalición de izquierdas
EnComúPoden de Ada Colau, integrada nada menos que por Podemos, BComú, Equo,
ICV y EUiA; y que el PSOE, que consigue menos de 100 escaños por primera vez en
su historia, sólo consigue ser el más votado en Andalucía y Extremadura.
Estos son los
resultados y con estas mimbres hay que tejer el cesto de la gobernabilidad. No
es cuestión ahora, como suele suceder tras los diversos comicios, de entrar a
discutir quien ganó o perdió las elecciones, los datos hablan por sí solos.
Ahora es cuestión de que, al menos los partidos serios, constitucionalistas,
estén a la altura de las circunstancias. Ya habrá tiempo de hacer análisis y de
intentar corregir los errores cometidos, algunos de bulto, para que los
ciudadanos hayan decidido configurar este Parlamento casi ingobernable que, de
momento, deja el futuro Gobierno de España en el aire. Ahora toca hacer
política con mayúscula, ante el vano ejercicio de la política con minúsculas
practicada por algunos; ahora toca poner los intereses generales de todos los
españoles por encima de los intereses partidarios, de los currículos personales
y de los regates cortos que a nada conducen. Ya no es cuestión de satisfacerse
por la grave herida, que no muerte, causada al bipartidismo o lamentarse por haber
abusado de él, mientras algunos, sin ganar las elecciones, no sólo hablan de su
muerte sino de la del propio sistema, que, no nos olvidemos, es el sistema
democrático, ahora es cuestión de evitar, como dice Alfonso Guerra, que
tengamos que echarlo de menos.
Jorge Cremades Sena
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