Un “Consejo Ibérico”, formado por España,
Portugal, Andorra y una Cataluña independiente, es la última de las ocurrencias
de Artur Mas, mientras que el Consell de Transició propone que Barça y Español
sigan jugando en la Liga Española por razones “económicas y de afectividad”.
¡Faltaría más! Menos mal que en esa nueva Cataluña ibérica, pero no española, no
se quiere condenar al Barça a tener que jugarse la liga con el Hospitalet, el
Girona…. y otros tantos equipos que, con todos mis respetos, hoy por hoy, están
en otra galaxia futbolística como sucede a otros clubes españoles, no
catalanes, cuya aspiración no pasa, por razones obvias, de intentar mantenerse
algún años en la Primera división del futbol español. Menos mal que a las peñas
barcelonistas, a lo largo y ancho de la geografía española, incluida Cataluña,
no se las deja huérfanas convirtiendo el club español de sus amores en un club
extranjero y privándoles de la rivalidad sana liguera con el club español
contrincante por excelencia, el Real Madrid, que, a lo sumo, se tendría que
enfrentar al Barça de vez en cuando, si es que la suerte les acompañaba en el
bombo de la Champions. En fin, esta nueva parida, del Consejo Ibérico, que no
sé cómo habrá sentado a los independentistas vascos, quienes, con parecidos
argumentos falsos como los catalanes, aspiran también a que Euskadi deje de ser
España, seguro que habrá sorprendido a los portugueses y a los andorranos, que
tanto tiempo vienen viviendo una realidad tranquila, que ahora los independentistas
catalanes quieren trastocar. Extraño, sin embargo, que sólo se refieran a estos
territorios y no digan nada sobre la Cataluña del sur de Francia, al igual que
los independentistas vascos, hacen con el Euskadi del norte de los Pirineos. Es
obvio que hablamos de independentistas y no de tontos, pues como tal, saben muy
bien que sus entelequias no caben en países serios, como Francia, que,
paradigma del centralismo, ni de broma, admitiría semejantes estupideces de una
parte de su territorio.
Pero, al margen de este nuevo episodio ibérico del
independentismo catalanista, el revuelo mediático está con la nueva Ley del
Aborto aprobada ayer en el Consejo de Ministros. Una ley que, derogando la ley
socialista “de plazos” de Zapatero, opta de nuevo por la anterior ley
socialista “de supuestos” de Felipe González, avalada en su día por el Tribunal
Constitucional, que, desde 1985 estuvo en vigor hasta que ZP decidió derogarla.
Sin entrar en mayores profundidades, objeto de un artículo específico al
respecto, hay que señalar que el aborto es un tema muy delicado, con amplio
componente ético y moral, que no puede despacharse de un plumazo, ni tratarse
en un debate a cara de perro entre partidarios de visiones extremistas, como
suele suceder en estos casos. Generar una división social entre abortistas y
antiabortistas es de una indecente falsedad inadmisible, ya que sólo debiera
tratarse de debatir cómo se afronta un grave problema social que
desgraciadamente afecta a miles y miles de personas, para que los daños,
siempre irreversibles, causen el menor dolor posible. Plantearlo en términos de
progresismo o conservadurismo, de evolución o involución, y tantos otros
binomios maniqueos es, a todas luces, insuficiente y demagógico. Por ello, en
principio, no me parece acertado tildar el cambio legal como un retroceso de 30
años, menos aún de retrotraernos al franquismo, cuando miles y miles de
personas ni siquiera están seguras de lo que supone progresismo o regresión en
asuntos tan delicados. Pero, inevitablemente, ante la absurda carga
ideológico-partidista para satisfacer a los más radicales partidarios de cada
opción política, nos espera, hasta que se apruebe la ley, un encarnizado debate
entre los grupos más radicalizados que, con apariencia de hegemonía, hasta nos
harán perder la perspectiva, como sucedió en las anteriores ocasiones, de que
la nueva ley es consecuencia de un proyecto político cuyo programa electoral
obtuvo una mayoría absoluta por parte de la ciudadanía.
Por lo demás, mientras Ruz sigue investigando las
presuntas irregularidades en la contabilidad del PP, al extremo de que ve
indicios de que Tesorería y Gerencia dieron “cobertura a una facturación oficial
ficticia”, en el PP, que, según Rajoy, siguen estando “tranquilos”, parece que
esta inestabilidad permanente por los casos de corrupción antiguos que aparecen
ahora cada vez genera mayores críticas internas que apuntan a la mismísima
cúpula actual por la forma en que está gestionando la situación. Entretanto,
las empresas eléctricas en tromba arremeten contra el ministro Soria,
culpándole de querer hacerles pagar sus errores; lo esencial, en todo caso, es,
al margen de los errores presentes o pasados, el acierto de Soria a la hora de
parar la avariciosa decisión de las eléctricas de dejar a la mayoría de
españoles tiritando de frío y a oscuras al no poder afrontar el pretendido
recibo de la luz a todas luces desorbitado.
Jorge
Cremades Sena
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