De todas las noticias, por importantes que
sean, hoy prefiero relegar todas a un segundo plano ante la que, desde mi punto
de vista, merece el protagonismo absoluto y casi exclusivo. Es una triste
noticia, aunque esperada por razones naturales. Se trata del fallecimiento de
Nelson Mandela.
Podría
comentar desde la crisis surgida en Hacienda (que, entre ceses y dimisiones, ya
ha dejado apartados a una serie de altos cargos de la Agencia Tributaria
inesperadamente) hasta la mastodóntica multa que Bruselas ha impuesto a seis
bancos (por manipular el Euribor descaradamente y de forma indecente), pasando
por el supuesto proyecto de la Generalitat Catalana para crear “una agencia de
espionaje”, la condena por parte del Supremo a Del Nido por chulear casi tres
millones de euros a los marbellíes, el avance de Alaya para imputar a Griñán o
Chaves por su presunta implicación en los ERE fraudulentos o las últimas declaraciones
que tirios y troyanos vienen haciendo sobre la reforma constitucional, justo
cuando la Constitución, ya madura, acaba de cumplir sus treinta y cinco años.
Todas ellas con suficiente entidad para merecer nuestra atención.
Incluso
podría comentar la nueva sentencia (la enésima) del Supremo para que en Cataluña
se cumpla la legalidad (en este caso, sobre el derecho que cualquier estudiante
tiene a ser escolarizado en castellano), la calificación de las tres grandes
agencias certificando los avances de la economía española (que hace poco nos
trataban pésimamente) o hasta el descubrimiento de que el ADN humano más
antiguo está en Atapuerca (aunque sólo fuera para disuadir a los independentistas
catalanes de que no se lo apropien -como han hecho con Cervantes, Colón y
compañía- ya que en tan temprana fecha la especie humana estaba muy lejos de
descubrir los nacionalismos, ni el español, ni el catalán, y, por tanto,
apropiárselo carecería de cualquier connotación de frentismo). Todas ellas con
suficientes ingredientes de debate para detenerse en ellas.
Pero
en honor a Mandela descarto detenerme en ninguna de las noticias anteriores,
para dedicar, a modo de humilde homenaje, mi habitual comentario mediático
simplemente a recordar en exclusiva al hombre que, junto a Martin Luther King y
a Mahatma Gandhi, merece conformar el podio en la Historia de los hombres más
destacados del siglo XX. Un hombre que, por encima de ideologías, doctrinas o
códigos, por lícitos que fueran, dedica toda su vida a luchar por el objetivo más
noble, la dignidad humana, asumiendo todo tipo de sacrificios y soportando todo
tipo de vejaciones por parte de sus congéneres, quienes, refugiados en
ideologías, doctrinas o códigos rimbombantes, en el mejor de los casos,
contemplaban la lucha de Mandela a favor de la dignidad humana con absoluta
indiferencia o mirando hacia otro lado. Mandela es un verdadero héroe del siglo
XX que, de haber vivido en la Grecia clásica, se le hubiese elevado a dicho
estatus en la mitología griega, un superhombre -mitad humano, mitad divino-,
cuyas cualidades le acercan más a lo divino que a lo humano.
Comentar hoy cualquiera de las demás noticias, cuya
inmensa mayoría no se producirían si sus protagonistas observaran en sus
conductas la mitad de las cualidades que adornaban a Mandela, me parece
oprobioso. Quiero quedarme hoy simplemente con sus valores para no mezclarlos
con la mezquindad humana que se desprende casi a diario en buena parte de las
noticias que acostumbramos a comentar. Me quedo con el hombre que, desde la
nada, pero con toda la fuerza que supone elevarse a la dignidad humana más
profunda, que a todos nos iguala como especie, acabó con el régimen indecente e
inhumano del “Apartheid” en Suráfrica que sacralizaba el odio y el rechazo
racial, que relegaba a los negros a niveles inferiores a los animales.
Condenado a muerte, conmutada la pena por cadena perpetua, preso durante un
tercio de su vida, acusado de terrorista. . . por mantener simplemente algo tan
elemental como que todos los hombres somos iguales. Un hombre que descartando
el odio entre negros, blancos o mestizos consigue además que su país, liberado
de la opresión racista, fue capaz de conciliar a su pueblo para una convivencia
en paz y en libertad. Un hombre, sin lugar a duda, irrepetible. Por ello hoy lamentan
su muerte todas las gentes de bien, al margen de su raza, de su religión, de su
nacionalidad y de su posición social y económica. Por ello no podemos limitarnos
a dar el pésame a su familia o a su pueblo surafricano, que le llora y aclama
como su libertador, desgraciadamente hoy todos estamos de luto. Todos estamos
de pésame. De una u otra forma a todos nos liberó. Y se acaba de ir para
siempre. Descanse en paz.
Jorge Cremades Sena
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario, gracias