Omar
Mateen, un joven estadounidense de origen afgano, irrumpe en un club gay de
Orlando y, a tiro limpio, mata a 50 personas, hiriendo a otras 53 antes de ser
abatido por la policía; verdadera batalla campal entre las aficiones de
diversas selecciones nacionales de fútbol cuando se enfrentan en la Eurocopa;
dos chicas agredidas física y verbalmente por hacer propaganda en un tenderete
a favor de que en Barcelona se pueda ver los partidos de la selección española
en pantallas grandes; irrumpen en mítines de determinados partidos políticos
para reventarlos y en salas universitarias para boicotear a los
conferenciantes; algaradas violentas y enfrentamientos con las fuerzas de orden
público ante el desalojo de okupas…. Son unas cuantas noticias de las que en
estos días aparecen casi a diario en los medios de comunicación agrandando la
larga lista de la crónica negra causada por el fanatismo de los descerebrados
que sólo saben ejercer la violencia para sentirse satisfechos consigo mismos,
no ya sólo en nuestro país, sino en el resto del mundo. Todas las noticias
citadas, al margen del concreto motivo y magnitud que tenga cada uno de los
hechos que las provocan, están total y directamente relacionadas con el
fanatismo y con la violencia, que “in crescendo” se va imponiendo en nuestras
sociedades tolerantes de forma alarmante, haciendo imposible la convivencia
pacífica y, lo que es peor, generando un caldo de cultivo en el que
precisamente los ciudadanos pacíficos y sensatos, es decir, la inmensa mayoría,
se sienten acorralados y con miedo a ejercer sus libertades, totalmente desprotegidos
ante semejantes energúmenos. Un ciclo perverso radicado en el fanatismo del
tipo que sea para alimentar la violencia como consecuencia práctica de su
ideología del odio, lo que a su vez alimenta el fanatismo de otros como
reacción, haciendo imposible la convivencia humana y la libertad individual y
colectiva de los ciudadanos. O bien las sociedades democráticas libres se
plantean en serio el ejercicio legítimo de la fuerza, radicado en los Estados
(único ente que está legitimado para ejercer la fuerza), con todo rigor y
severidad de una vez por todas y, huyendo de buenismos tolerantes e ingenuos,
actúan sin contemplaciones desde el inicial nivel de la prevención para aislar
de la sociedad los fanatismos (y por ende la violencia), o serán estos quienes
aíslen de la sociedad los derechos y libertades de la ciudadanía minando
seriamente los pilares de la democracia.
Al
margen de si el Estado Islámico se atribuye la autoría de la tragedia de
Orlando, el mayor atentado en número de víctimas en EEUU desde el trágico 11-S,
o al margen de que el padre del asesino niegue que estuviera guiado por motivos
religiosos, lo cierto es que él mismo, según se ha publicado, reconoce que “mi
hijo odiaba a la comunidad homosexual”, lo que, probablemente, no era un
exclusivo conocimiento del padre y, menos aún, cuando, al parecer, el homófobo
individuo ya estaba incluso fichado por el FBI y tenía antecedentes penales por
maltrato a su mujer. Vamos, que no era ningún pajarillo que se había caído del
nido, como tantos otros que, como él, por fechorías y actos violentos de menor
importancia o por pertenencia a grupos o partidos fanáticos, que debieran estar
prohibidos y perseguidos, pululan impunemente por las calles exhibiendo su
repugnante chulería cuando no todo tipo de coacciones, intimidaciones e incluso
agresiones que, incomprensiblemente pasan casi desapercibidas, cuando no,
incluso toleradas o justificadas. ¿Hay que esperar a que la tragedia sea de
descomunales dimensiones como la de Orlando para provocar un rechazo casi
colectivo? ¿No hay que reaccionar masivamente contra otros sucesos como los
relatados al principio porque no han desembocado en tragedia y de momento sólo
es un drama? Los descerebrados que agredieron a las chicas en Barcelona, por
ejemplo, a pesar de estar identificados ni siquiera han sido detenidos todavía.
Ni han sido disueltas y desautorizadas
las asociaciones o partidos políticos que basan sus ideologías en fanatismos
intolerantes y lo exhiben públicamente. Así nos va.
Y
entretanto prosigue la campaña electoral con el aliciente del debate a cuatro
que se celebra esta noche, por lo que no faltan las especulaciones al respecto.
Que si el PP prevé un ataque de “todos contra Rajoy” y tiene preparadas
respuestas para ellos, que si Sánchez está ante la oportunidad de darle la
vuelta a las encuestas, que si Iglesias no arriesgará para conservar la ventaja
que le dan los sondeos, que si Rivera adoptará una estrategia más agresiva sin
eludir el cuerpo a cuerpo….. En fin, ya lo veremos; entretanto, meras
suposiciones y especulaciones sobre las estrategias que usarán de cara
especialmente a ese tercio de votantes que todavía no tiene decidido el voto,
sabiendo que cualquiera de ellos no tiene demasiado que ganar pero, si mete la
pata estrepitosamente, sí mucho que perder. Y, precisamente hoy, mientras se
publica que moderados del PSOE piden a Sánchez que facilite un gobierno de
Rajoy ya que prefieren una legislatura corta en la oposición para rearmar el
partido (mal día para anticipar acontecimientos), se publican unas
declaraciones de Pablo Iglesias en las que dice que “Podemos no se explica sin
la televisión, pero no sólo por la televisión” y que está convencido de que el
PSOE le apoyará como Presidente del Gobierno porque “sus votantes no
perdonarían hacer presidente a Rajoy” e insiste en que su partido es
socialdemócrata a pesar de no votar con dicha corriente en Bruselas, excusando
cínicamente dicha contradicción “porque votan con el Partido Popular Europeo en
casi todo” y finalmente reconoce que su partido, Podemos, “tiene rasgos
peronistas”.
En
cuanto a otros asuntos cabe citar que Ciudadanos pasa la cuota de afiliados a
militantes que se han dado de baja; y que Carmena corta la Castellana para
celebrar carreras de patinaje provocando un verdadero caos circulatorio. Y en
el exterior, mientras los laboristas se activan para evitar la victoria del
“Brexit”, según la policía belga el IS quería secuestrar a un líder europeo
para canjearlo por presos, convencidos de que los yihadistas exploran nuevas
fórmulas para sembrar el terror en Occidente.
Jorge Cremades Sena
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