Asumido
en principio el preocupante escenario político respecto a la futura
gobernabilidad del Estado que dibujan todas las encuestas, no ya el PP, al que
todos los comicios señalan como el partido más votado (que no el ganador, según
la nueva moda instalada en nuestra democracia), sino concretamente su líder,
Mariano Rajoy, es el punto de mira al convertirlo, insólitamente, en la víctima
personal propiciatoria para que unos y otros puedan salvar los muebles del
manifiesto fracaso conjunto democrático en el que nos hemos metido, señalándole
como el precio a pagar por la gobernabilidad y el castigo a cobrar por no
obtener mayoría absoluta. Y a tal efecto, como aval del insólito fenómeno de
que debe irse el líder de un partido (en este caso el PP de Rajoy), elegido por
su militancia, al que ningún otro partido es capaz de ganarle en votos, aparece
en plena campaña electoral una encuesta según la cual la mayoría de los
votantes de este país, un 74%, son partidarios de que se vaya Rajoy (según
sondeo de Metroscopia, dice sí el 57% de los votantes del PP, el 78% de los del
PSOE, el 76% de los de Unidos Podemos y el 91% de Ciudadanos). Aunque no
sabemos qué porcentaje sacaría cada uno de los líderes de los partidos
perdedores, respecto al partido ganador, sí podemos concluir que, al margen del
partido que sea y al margen de las preferencias políticas que cada uno tenga,
por esta regla de tres nos estamos cargando directamente la propia esencia de
los partidos políticos como instrumentos de encauzamiento ideológico voluntario
de la ciudadanía ya que despojamos realmente a la militancia de su soberana
decisión interna de elegir, según los procedimientos internos que tengan, a las
personas que han de liderar sus programas y proyectos, con lo que éstos, dando
un paso más y por idéntica razón, debieran quedar sometidos también a lo que,
supuestamente, digan las encuestas, lo que, siguiendo tan insólitos derroteros
nos llevaría finalmente, permítanme la exageración, a suprimir las elecciones
y, obviamente, a cargarnos la democracia para sustituirla por la opinióncracia.
En fin, como también se publica, según NCReport, que en Andalucía, por ejemplo,
el centro derecha sube en porcentaje de voto pero pierde un escaño de
Ciudadanos (por un lado, la unión de Podemos-IU hace perder un escaño a C´s en
Sevilla y otro al PSOE en Jaén; por otro lado PP y PSOE casi empatan y
conseguirían 21 diputados cada uno frente a los 12 de Unidos Podemos y los 7 de
Ciudadanos), cabe preguntarse por qué, si eso es lo que quieren los votantes
según los sondeos (como en el caso de la marcha de Rajoy), no se da por hecho y,
dando por válida semejante opinión, nos ahorramos las elecciones. Una “boutade”
¿verdad? En efecto, al igual que pretender que en los partidos políticos no
sean los militantes, sino los ajenos al partido, militantes o simpatizantes de
otros partidos, quienes decidan quién debe ser su líder. Si estas son las
claves de la “nueva política” estamos arreglados. ¿No es más razonable que el
PP, como los demás partidos, sea quien elija a su líder, guste o no guste a los
demás? ¿No es más sensato que de cara a los pactos se hable de programa de
gobierno y no de personas? En fin, sin más comentarios.
Mientras
tanto Rajoy se prepara para gobernar en solitario con la abstención del PSOE,
en tanto que la debilidad de los socialistas y su escasa fe en Ciudadanos le
llevan a plantearse una legislatura “corta y con un programa pactado”, al menos
sobre las profundas reformas que urgen en España. Y entretanto las líneas rojas
para pactar tras el 26-J, al margen de los citados vetos a las personas, ponen
de relieve las dificultades ya que las condiciones que ponen los distintos
líderes son, según ellos mismos, las siguientes: el “cambio” de Sánchez, salvo
que gane las elecciones, aleja un pacto con Rajoy y lo acerca a Iglesias,
mientras Rajoy y Rivera coinciden en la idea de España, pero el segundo remarca
la idea de regeneración, que, en todo caso, no puede ser “ipso facto” e impuesta
a marcha-martillo, convirtiendo “de facto” dicha idea en un veto al líder del
PP. Si tenemos en cuenta el lógico descarte de pactar con los comunistas de
Unidos Podemos, por parte del PP y de Ciudadanos (también debiera serlo por
parte del PSOE), dada su manifiesta carga política contra lo que ellos mismos
llaman el “régimen del 78”, es decir, el actual sistema democrático español,
las posibilidades de pacto postelectoral dejan bastante que desear como
sucediera tras el 20-D.
Y
mientras Rajoy exige a Sánchez un pacto “rápido” para que haya Gobierno (única fórmula fiable de estabilidad
gubernamental a la que se podría sumar Ciudadanos para afrontar las profundas
reformas que España necesita, siendo éste el verdadero cambio positivo de cara
al futuro), los comunistas de Unidos Podemos piden la “soberanía” catalana
mientras los radicales independentistas atacan a Rivera, irrumpiendo en sus
actos electorales con violencia. En efecto, en el arranque de esta campaña
electoral con descalificaciones y reproches entre los diversos líderes
políticos, mientras Iglesias busca en su mitin el voto de los independentistas
en plena crisis del Govern de la Generalitat (lo suyo es aprovechar todas las
crisis posibles para rentabilizar su cínica demagogia), comprometiéndose con
los “derechos nacionales de Cataluña”, otorgados por él y por los
independentistas totalitarios, Rivera es atacado poco antes ya que los separatistas
intentan reventar el mitin de Ciudadanos al grito de “¡rompamos España!”, mientras
Susana Díaz avisa de que “Andalucía no pagará los privilegios de Colau”;
privilegios que se concederían a costa de usurpar derechos al resto de
españoles, como es el de soberanía nacional, por lo que es incomprensible que,
tanto dentro de Cataluña pero sobre todo fuera, los españoles estén dispuestos
a respaldar con su voto a partidos que defienden semejantes aventuras separatistas
que, en todo caso, habría de respaldar todo el conjunto del pueblo español tras
la pertinente reforma constitucional (con supermayoría absoluta) en el sentido
de no contemplar la “unidad de España” como está ahora por decisión democrática
de los españoles, incluidos los catalanes que en referéndum lo respaldaron así
incluso con mayor porcentaje que en otras regiones españolas.
Cabe
citar además que Gibraltar une fuerzas contra el Brexit por temor a perder su
estatus y que se les acabe el chollo si Reino Unido se sale de la UE; que Junqueras,
si ERC queda muy por encima de CDC (o como se llame ahora), no apoyaría la
moción de confianza en septiembre con lo que dejaría caer a Puigdemont tras el
26-J y provocaría ir a nuevos comicios autonómicos en Cataluña; y que el PSC,
verdadera rémora para el PSOE con sus coqueteos con el independentismo y el
derecho a decidir, quiere indemnizar con más de 2.000 millones a víctimas del
franquismo, pretendiendo reformar la socialista Ley de Memoria Histórica para
anular las condenas políticas y compensar a 15.000 represaliados del
franquismo.
Y,
entretanto, la campaña electoral continúa. ¡Anda que no hay asuntos que tocar
en la misma! En fin, están las cosas como para cruzarse de brazos y verlas
venir.
Jorge Cremades Sena
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