Sin
lugar a dudas las imágenes televisivas de las consecuencias del ataque del
régimen sirio a los suburbios de Damasco con armas químicas, noticia que
recogen en portada o destacan todos los diarios, acapara la atención, la rabia
y el asombro de la comunidad internacional. Las imágenes no dejan lugar a
dudas. Por encima de cualquier especulación son el reflejo del terror más
espeluznante ejercido sobre una población inocente por parte de los maestros de
la perversión. Y las palabras de un médico sirio (“por mis manos pasaron 50
niños, todos muertos”) en medio de un caos repleto de cadáveres y heridos, que
se retuercen de dolor y de asfixia, ponen en evidencia que hay actuaciones
intolerables que ni siquiera pueden tener la más mínima justificación aunque se
trate de ganar una guerra. Que el Consejo de Seguridad de la ONU sea incapaz de
ponerse de acuerdo y se conforme, ¡faltaría más!, con pedir “claridad” sobre lo
sucedido sin ordenar una profunda investigación con sus propios técnicos para
que tales atrocidades no queden impunes, demuestra una vez más la ineficacia de
una organización que depende de los intereses o caprichos ideológicos de unas
cuantas potencias. Que se siga manteniendo esta guerra cruel sin que haya una
intervención internacional eficaz, desacredita, una vez más, el proyecto de un
mundo globalizado y cohesionado en la búsqueda de un progresivo bienestar de
los distintos pueblos que lo integran. ¿Nadie es capaz de evitar estas
masacres? ¿Nadie es capaz al menos de castigar a los culpables cuando dichas
masacres se han producido? Por lo visto, ni lo uno, ni lo otro.
A
propósito de estas preguntas, sería buen momento para que la Comunidad
Internacional evitara a tiempo lo que puede convertirse en una segunda Siria.
Me refiero a Egipto, que ha iniciado un camino hacia una guerra civil, como el
iniciado por los sirios hace unos años. El encarcelamiento del jefe espiritual
de la Hermandad y del depuesto presidente Morsi, junto a la excarcelación
momentánea de Mubarak, que pasa a un arresto domiciliario, en nada favorece
cualquier intento de diálogo que, al no ser exigido de forma contundente ni por
la UE, ni por EEUU, ni por la ONU, ni por nadie, puede seguir esperando hasta
que, como en Siria, sea demasiado tarde. No basta con suspender la exportación
de armas a Egipto, ¡faltaría que siguiéramos armándolos hasta los ojos!, ni con
aconsejar que no se siga la escalada de violencia, ni con escudarse en que lo
sucedido en Egipto “es más complejo que un golpe”, ya lo sabemos. Se requieren,
desde mi punto de vista, medidas mucho más contundentes y eficaces que impidan
la consolidación de un nuevo régimen dictatorial que, precisamente por tratarse
de algo “más complejo que un golpe”, ni siquiera le sería fácil conseguir y
puede desembocar en un largo conflicto civil tras una fracasada estrategia de
represión intolerable. Como supongo que ni la consolidación de un régimen
golpista, ni el desencadenamiento de una guerra civil pueden satisfacer a la
comunidad internacional, ésta tiene que poner todos los medios a su alcance
para evitar ambos supuestos. ¿Acaso no tienen medios para hacerlo? Entonces, ¿para
qué nos sirve? Que le pregunten a sirios o egipcios. O a tantos y tantos
pueblos sometidos a regímenes dictatoriales más o menos sanguinarios.
Ante la envergadura
de las noticias comentadas queda poco margen para las que suceden en España
que, afortunadamente, ni por asomo tienen tanta trascendencia. El conflicto de
Gibraltar, la investigación del accidente ferroviario, la supuesta malversación
de fondos de UGT, junto a los permanentes incendios forestales (endémicos ya
durante nuestros calurosos veranos), siguen su curso. En todo caso son los acontecimientos
que rompen el lógico silencio durante las vacaciones de nuestros políticos que
no desaprovechan la ocasión para seguir tirándose los trastos a la cabeza. Como
era de esperar sobre el accidente ferroviario la oposición (especialmente el
BNG e IU) le exigen responsabilidades al gobierno, el PP se las traspasa a la
urgencia del ministro socialista Blanco por inaugurar el tramo, y el PSOE, por
si acaso, mantiene un prudente silencio o leve ruido. El mismo que mantiene la
oposición ante el escándalo en la UGT de Andalucía por presunto uso fraudulento
de fondos europeos, donde, como en el caso de los EREs fraudulentos o en el caso
Bárcenas, van conociéndose nuevos detalles que, según afecten los casos, reavivan
el silencio de unos y el ruido de otros de forma bochornosa. Tan bochornosa
como los tímidos y matizados apoyos, cuando no son veladas críticas, al
gobierno en el asunto de Gibraltar que sigue enquistado y a la espera de esos
observadores que, al parecer, serán enviados por la UE.
Y para que no falte
de nada, Egibar, el líder peneuvista, manifiesta que cada vez “se impone más el
que se piense y se actúe como un Estado vasco, porque el actual Estado, desde
el punto de vista económico, está lastrando a Euskadi” añadiendo que “para
lograr esa relación de igualdad hace falta voluntad política” y rematando que “lo
que libre y democráticamente decida la ciudadanía vasca, será lo que tendrá que
asumir el Estado. En fin, una oferta de diálogo en toda regla, al estilo del
que exigen los independentistas catalanes. Es decir, dialoga, de igual a igual,
para aceptar y someterte a lo que yo decida, pero omitiendo, aunque no tenga
capacidad legal para decidir, entre otras cosas porque no soy igual que tú y
sólo soy una parte de ti. Sólo le ha faltado afirmar con toda rotundidad que
España está robándole a los vascos al igual que, según Artur Mas, roba a los
catalanes, a pesar de que los vascos gocen del injusto, insolidario y
anacrónico sistema de cupo o concierto económico. Pero, si se trata de hacer demagogia,
qué más da. Si además advierte que el Gobierno español carece de capacidad
económica y financiera “para solucionar vía pacto la situación de Cataluña”, es
obvio que la solución sólo está en la siguiente disyuntiva: o se soluciona sin “vía
pacto” o se disuelve el Estado español, cuyo gobierno es incapaz de solucionar
los problemas de sus distintos territorios, cuyos gobiernos autónomos juegan
permanentemente en su contra. Una disyuntiva que se resume en aplicar la
legalidad con todas las consecuencias o permitir que la ilegalidad
institucional acabe con el Estado. La elección es obvia.
Jorge Cremades Sena
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