Aunque,
leyendo algunos titulares de prensa, lo parezca, ni España ha declarado la
guerra a Inglaterra, ni viceversa. Tranquilos, pues. Los barcos de guerra de la
flota británica que están a punto de llegar a Gibraltar, vienen en son de paz.
España ya lo sabía, incluso antes de que estallara este enésimo conflicto
diplomático por el peñón. Por tanto, nada que ver con aquella otra flota
anglo-holandesa que en 1704 sometió la plaza y puerto de Gibraltar en nombre
del futurible Carlos III de España, de la Casa de Austria (no lo confundan con
el posterior rey borbón Carlos III), para, acto seguido, apropiarse de ella en
nombre de la reina Ana de Inglaterra. Otra cuestión es que, desde entonces,
cada dos por tres se desencadene un conflicto diplomático hispano-británico por
el asunto, como es el caso. Son tantos los incumplimientos y extralimitaciones
por parte de Gibraltar e Inglaterra que, curiosamente, lo que debiera ser
normal, es decir, la puesta en práctica de “medidas legales”, que España tiene
derecho e incluso obligación de cumplir, se convierte en noticia y se presenta
para algunos como una “provocación” por parte de España. Son los militantes de
la claudicación al considerar que, ante las agresiones externas, hay que mirar
hacia otro lado, pues si respondes, al menos para que el agresor se entere de
que no eres imbécil del todo, te consideran como un peligroso agresivo que
pretendes provocar la gresca, mientras consideran al agresor como una especie
de hermanita de la caridad. Rajoy sólo está respondiendo a las actitudes
intolerables del gobierno de Gibraltar con el respaldo, obviamente, del
gobierno británico, y lo está haciendo de forma clara, proporcionada y
contundente. Menos mal que, a medida que pasan los días, incluso algunos de los
más reticentes van entendiendo que es lo que hay que hacer. Así, el jefe de la
oposición, Rubalcaba, ya le ha manifestado su colaboración, reconociendo que
Gibraltar ha cometido “un error detrás de otro”, aunque, como en España eso de
las unanimidades no se lleva ni en los asuntos de Estado, haya puesto sus
reticencias, condicionando su apoyo a que las cosas se hagan “bien” y “con
diplomacia y diálogo”. Por supuesto, si el contrario quiere dialogar. Todo
correcto.
Desde mi
punto de vista, lo que sí debe preocuparnos es la postura de la CEOE sobre los
contratos de jornada entera, reclamando su sustitución por contratos
temporales. Las previsiones pesimistas del FMI sobre la economía española y las
del BCE sobre la eurozona, vaticinan, y ¡ojala que se equivoquen!, que todavía
queda lejos la salida de la crisis y, no lo olvidemos, nosotros estamos casi en
la cola. Como es más que probable que, aprovechando situaciones calamitosas,
las medidas siempre vayan contra los más débiles, intranquiliza que a la
reforma laboral ya vigente se le pretenda dar una vuelta de tuerca para
ponérselo aún peor a los trabajadores.
Por lo
demás, como era de esperar, los presidentes de Renfe y Adif, ponen el acento de
las causas del accidente ferroviario de Santiago en un error humano del
maquinista, manifestando que tanto las vías como el tren estaban en perfectas
condiciones y que, en todo caso, la curva de Santiago jamás recibió quejas,
pues los técnicos consideraron que el tramo era seguro. Asimismo la ministra
Ana Pastor propone en el Congreso veinte medidas para reforzar la seguridad
ferroviaria de la Alta Velocidad. Como suele suceder, una vez más, se ha de
sufrir una tragedia para que se tomen medidas preventivas mucho más estrictas.
Evidentemente cuando el asunto se encauza en el lugar adecuado, pues encauzarlo
en el terreno de las especulaciones y el debate partidista, como se hizo aquí,
sólo aporta más alarma y confusión a la situación. Lamentablemente, el interés
mediático de las comparecencias de los presidentes de Renfe y Adif, así como de
la ministra, en el Congreso, que son las que realmente aportan posibles
soluciones e información veraz sobre las causas del siniestro, queda nublado frente
a la diabólica marea mediática que, desde el trágico accidente, ocupó durante
muchos días las tertulias televisivas con protagonistas, especulando interesadamente,
sin más información añadida que sus particulares elucubraciones mentales. Lo
critiqué en su día y ahora lo ratifico. Buscar ventajas políticas en tamañas
desgracias, además de ser indecente, suele volverse contra quienes lo
practican, especialmente si, como parece, aunque se carguen las tintas sobre el
maquinista, pueden haber sido varios errores humanos –e incluso políticos- los
que, desde la inauguración de dicho tramo ferroviario, han confluido en la
tragedia.
Jorge Cremades
Sena
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