Para los dos grandes partidos españoles, PP y
PSOE, comienza la cuenta atrás de ser o no ser en el futuro, como han sido en
el pasado, los grandes protagonistas de la gobernabilidad de España. Pasado el
ecuador de la legislatura, los resultados electorales europeos no les dan
tregua si quieren reconducir su situación y afrontar con cierta esperanza las
elecciones locales y autonómicas, que ya están a la vuelta de la esquina, para
concurrir con cierta solvencia a las próximas elecciones generales. El PSOE, en
su semana más larga, tal como dice algún medio, busca desesperadamente ordenar
su desmadre interno tras la semiretirada de Rubalcaba, mientras tirios y
troyanos deshojan la margarita sobre quién será su sucesor y cómo lo conseguirá,
como si un mero cambio de cara resolviese la situación. El PP, por su parte,
apuesta prácticamente todo a lo que haga el Gobierno, como si a nivel interno
su partido no tuviera que hacer transformaciones tan profundas como las que
necesita el PSOE. Y el resto de partidos a verlas venir, con la esperanza de
que los propios errores de socialistas y populares sigan haciendo mella en la
ciudadanía y, al final, decidan, bien quedarse en casa, bien apostar por sus
recetas demagógicas y, por tanto, inaplicables. Esta es la situación
político-partidaria tras los comicios europeos.
Y en estas circunstancias Rajoy anuncia nuevas medidas
con la intención de reactivar la economía y acelerar la creación de empleo.
Bien sabe que es su mejor baza, si lo consigue, para convencer a los votantes.
Menos impuestos a las empresas y más inversión, es la receta de inicio de las
prometidas reformas antes de que acabe la legislatura. Un plan que requiere
movilizar 6.300 millones para acelerar el crecimiento y reducir el paro, mientras
anuncia que los datos del de mayo serán bastante favorables, tras lo que
califica una “victoria con castigo” que, nada más conocer los resultados de las
europeas, ya dijo entender por el lógico malestar de la ciudadanía.
Entretanto,
en esta España diferente al resto de países, incluidos sus socios en la UE,
entre los que encabeza longevidad, tolerancia, seguridad, internet móvil y, a
la vez, paro, desigualdad económica, fiestas o consumo de drogas, como dice
algún medio, han sido expulsados desde 2004, tras los atentados del 11-M, un
centenar de yihadistas por razones de seguridad nacional. Expulsiones desde la
confidencialidad con prohibición de volver a pisar suelo español en diez años
tras la expulsión, pues no en vano, el islamismo radical no está exento en
nuestro país, uno de los más tolerantes en muchos aspectos. Tan tolerante a
veces como absurdo. No extraña, por ejemplo, que la rendición de Trías, el
alcalde de Barcelona, ante los radicales antisistema, plegándose a sus
exigencias mediante actitudes violentas, se vuelvan contra él. Ahora, rompiendo
la tregua con el alcalde, siguen en la algarada exigiendo su dimisión y la
exculpación de todos los detenidos habidos durante los cuatro días de barbarie.
Es la consecuencia lógica cuando se renuncia al estado de derecho.
Y
en esta Europa, a caballo entre la crisis del bipartidismo y los populismos
extremos, donde es un verdadero lujo ser funcionario de la Troika por sus
elevados sueldos y sus tempranas jubilaciones, el vicepresidente de la UE,
Joaquín Almunia, afirma que “los votantes han hablado” y, tras lo que han
dicho, “no hacer nada en Europa sería suicida”. Totalmente cierto. No hacer
nada en Europa y, por supuesto, en España, es un suicidio de incalculables
consecuencias. La UE, referente mundial del Estado del Bienestar, paradigma de
universalización de servicios públicos y garante de derechos y libertades
ciudadanas en su conjunto, ni puede ser ejemplo de desigualdades abismales
entre sus estados miembros, ni, a nivel interno de cada uno de ellos, entre sus
propios ciudadanos con niveles de riqueza cada vez más desiguales entre los más
ricos y los más pobres. Y, desde luego, no puede seguir siendo, en tales
condiciones, el falso espejo mundial de la opulencia, el bienestar, la buena
vida, la equidad y la redistribución equitativa de la riqueza, un polo de
atracción para sus vecinos del sur a los que, caprichosamente, les impide el
acceso a tan falso paraíso.
No hacer nada en
Europa y, por supuesto, en España, es suicida, pero no hacer nada a nivel
mundial también lo es. El orden mundial establecido tras la Segunda Guerra
Mundial está en crisis sin lugar a duda y es obligado hacer una redefinición
del mismo. Un nuevo orden mundial que dé respuestas a contradicciones como al
hambre progresiva en unos lugares y al progresivo despilfarro de alimentos en
otras, a la miseria más absoluta y la más exagerada de las opulencias, al
armamento más sofisticado y al mantenimiento de grupos violentos locales
intolerables, a la violación sistemática de los derechos humanos y al negocio
económico con sus violadores, a la denuncia de regímenes violentos totalitarios
y al suministro de armas y medios a sus dirigentes….. y así, tantas y tantas
demagógicas actitudes que hacen de este mundo un verdadero infierno para la
inmensa mayoría de las gentes y un paraíso celestial para unos pocos que, entre
ellos, al margen de ideologías y creencias, se entienden a la perfección,
incluso cuando discrepan sobre alguna minucia. Entretanto nos olvidamos de
guerras eternas, salvo que, de vez en cuando algún medio de comunicación nos
refresque la memoria, como hacen hoy sobre el infierno de Alepo en que los
“topos bomba”, es decir, los rebeldes que cavan túneles, siguen intentando
derribar el régimen sirio, o de grupos violentos, como los talibanes, que
acaban de liberar a un soldado norteamericano cautivo desde 2009 al canjearlo
EEUU por cinco terroristas presos, poniendo en entredicho los cimientos de la
democracia.
Esta es la
encrucijada de toda la Humanidad en pleno siglo XXI, en la que, desde luego,
para millones y millones de personas, como decía el poeta Jorge Manrique en el
siglo XV, “cualquiera tiempo pasado fue mejor”.
Jorge Cremades Sena
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