Lleva
razón Junqueras al afirmar que “no se negocia la independencia”, así ha sido a
lo largo de la historia. Cualquier pueblo sometido en cualquier territorio
anexionado, explotado y menospreciado por otro pueblo, antes o después ha
buscado su liberación, su independencia, no mediante la negociación, que le
conduciría al fracaso (jamás va a ceder el pueblo opresor a concederle la
libertad gratuitamente), sino mediante la fuerza y, en muy raras ocasiones,
mediante una resistencia pacífica aunque igualmente traumática. En general así
fue el proceso descolonizador que, incluso amparado en el “derecho a decidir”,
expresamente dictado por Naciones Unidas para dichas situaciones, no estuvo
exento de episodios bélicos muy violentos no sólo entre metrópoli y colonia,
sino incluso dentro de la propia colonia entre partidarios y contrarios de la
independencia. Así las cosas, es cierto que la independencia no se negocia, se
consigue mediante la fuerza y la violencia, desacatando y actuando al margen de
una legalidad que les ha sido impuesta a los territorios sometidos contra su
voluntad y, como fruto de ello, son explotados económica y socialmente,
discriminados y considerados inferiores. Pero Junqueras olvida que esa no es la
situación de Cataluña, metrópoli, como el resto de España a la que pertenece,
respecto al imperio colonial que, por la fuerza, consiguió su liberación
progresivamente durante los siglos XIX y XX, al igual que otros tantos
territorios sometidos lo hicieron respecto a sus metrópolis. No pueden apelar
pues al “derecho a decidir” quienes, disfrutando de dicho derecho, como es el
caso, ya decidieron su futuro libremente y las formas de modificarlo que, en
ningún caso y bajo ningún concepto, pueden modificar de forma arbitraria.
Cataluña, como cualquier otro territorio español y europeo ya goza del “derecho
a decidir” su futuro al extremo de que, como territorio perteneciente a un
Estado independiente, es ya independiente y libre incluso para modificar su
estatus pero sin atropellar los derechos del resto de sus compatriotas lo que
supondría una agresión en toda regla. Semejante forma de proceder, como es el
caso, carece de ningún tipo de cobertura legal nacional o internacional ya que
lo contrario supondría simplemente institucionalizar el caos, fomentando
irracionalmente la atomización del actual panorama político territorial hasta
reducirlo al absurdo. Es justo para evitarlo por lo que derechos como la
integridad territorial de los Estados libremente constituidos e internacionalmente
reconocidos son los que prevalecen frente a reivindicaciones irracionales de
tipo sentimental, cultural o económica, cuyo desarrollo tiene cabida casi sin
límites en el statu quo libremente establecido. Cataluña ni es colonia, ni está
sometida por la fuerza a España, ni es marginada cultural, social, económica o
políticamente por España sino que forma parte de ella desde hace siglos y
desempeña incluso un papel protagonista y vanguardista respecto a otros territorios españoles.
Tampoco se negocia,
guste o no guste, la inversión financiera en el caos. Los inversores no
entienden de sentimientos, sino de rentabilidad, de seguridad y garantías
jurídicas y, como son libres para invertir su dinero, actúan dónde más les
interesa. Al final, como las lentejas, si quieres las comes y si no las dejas.
Por eso JP Morgan, el mayor banco de EEUU, desaconseja el bono español por
Cataluña y Podemos, recomendando comprar deuda irlandesa ante “las expectativas
de que aumente la tensión política en España” y augura “nerviosismo” y un
posible adelanto electoral, desencadenando polémicas tertulias televisivas
sobre la soberanía, cuando en realidad la soberanía no se menoscaba, cuestión
diferente es que decisiones soberanas conduzcan o no a la ruina, a la
desconfianza de los mercados o a decisiones que, en definitiva, conduzcan a
tiempos difíciles. Por tanto cada pueblo, en todo caso, es soberano y, por
tanto, responsable de las decisiones que adopte, siempre que a la hora de
tomarlas esté suficientemente informado de los pros y los contras que su
decisión conlleva.
Por cierto, hablando
de Podemos, según una encuesta de NCReport, el 53´3% de españoles opina que
sería nefasto para la Economía si llegara a gobernar y cree que, en ese caso, caería
en la corrupción. Los españoles estamos ya tan hartos de la nefasta corrupción
sistémica que sufrimos que ni siquiera somos capaces de conceder el crédito de
la duda a quienes jamás tuvieron la ocasión de serlo porque jamás gobernaron.
Es lamentable, pero es la realidad. Y, entretanto, IU dividida ante el ascenso
de Podemos, en tanto que las noticias sobre corrupción no cesan. Hoy mismo,
mientras la Infanta Cristina afronta incluso su derecho dinástico si es
encausada, otro juez apunta a un gran mayorista por la exportación ilegal de
fármacos, en tanto que Susana Díaz asegura que Chaves y Griñán deben dimitir si
son finalmente imputados. Por su parte el fiscal Horrach dice que “si mantienen
la imputación a la Infanta” le “van a crucificar”, negando en todo caso
presiones al afirmar que no ha recibido “una sola llamada del Gobierno o de
Casa Real”, mientras la Audiencia de Palma se inclina por exculpar a Cristina o
retirarle el delito de blanqueo manteniendo sólo el delito fiscal, con el voto
en contra del juez Jiménez Vidal. Y, curiosamente, para que no cese la
impresentable estrategia del “y tú más” se utiliza hasta para los casos de
tratamiento penitenciario, saltando la noticia de que el PSOE dio el tercer
grado a un sobrino de Chaves condenado por abusos sexuales al mes de la
sentencia y que Mercedes Gallizo, responsable de Instituciones Penitenciarias,
avaló la puesta en libertad. Y la concesión del tercer grado a Matas como telón
de fondo.
Y en asuntos
extranjeros, aunque algunos no tantos, mientras el BCE prepara más medidas para
estimular la economía europea, no descartando comprar deuda soberana, Hollande
anuncia que renunciará a la reelección si no logra bajar el desempleo y,
asumiendo errores, promete a los franceses en televisión que no subirá los
impuestos. Por su parte Putin persigue a una ONG que recuerda a las víctimas de
la represión soviética. Y el soldado norteamericano Robert O´Neill revela que
fue él quien mató a Bin Laden. Ya ven, al final, casi todo se sabe.
Jorge Cremades Sena
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