Nada más presentar el
Gobierno los presupuestos para el próximo año y, por tanto, antes de iniciar el
pertinente debate en el Congreso de los Diputados, cada uno de los partidos
políticos se posiciona ante la opinión pública a favor o en contra de los
mismos. Es lo que suele suceder todos los años por estas fechas. Dándose la
circunstancia de mayoría absoluta del Gobierno y en una situación de crisis
levemente mejor que la del año anterior, es normal que el PP y sus aledaños mediáticos
lancen las campanas al vuelo enfatizando sus aspectos positivos y, a su vez,
que el resto de partidos con sus respectivos aledaños carguen las tintas en
todo lo contrario. Nos toca por tanto durante estos días escuchar las bondades
y las maldades genéricas de unos presupuestos que en definitiva son un juicio
de intenciones, un compromiso, sobre qué cantidad de dinero vamos a gastar el
próximo año, de dónde pensamos sacarlo y en qué nos lo vamos a gastar. Un
debate político que, de cara al público, es altamente atractivo ya que cada
cual lo interpreta y lo vende como le viene en gana, pero que, de cara al
parlamento es altamente aburrido y enrevesado, pues, al fin y al cabo, de lo
que se trata es de buscar que cuadren las cuentas, aunque algunos prefieran
buscar la cuadratura del círculo.
Tanto a nivel público, como a nivel
parlamentario, debiéramos exigir a nuestros políticos que no recurran a la
alabanza o la crítica fácil y gratuita. Ni vale decir que son los presupuestos
de la “recuperación” o que “los números dicen que no” ya que ambas
aseveraciones son mentiras o verdades a medias. Caer en la tentación de que se
gasta poco o mucho en esto o aquello no conduce a ninguna parte y, en todo
caso, si se está de acuerdo con los ingresos previstos, cuando se diga que en
algo se gasta poco hay que decir de qué otro lugar, donde supuestamente se
gasta mucho, hay que gastar menos para cuadrar las cifras. Y, obviamente, si no
se está de acuerdo con los ingresos previsto, hay que decir cómo hay que
incrementarlos, sin recurrir al préstamo infinito para generar más deudas,
entre otras cosas, porque no se nos permite desde el exterior y sería como
vender la liebre antes de cazarla. Pero, desgraciadamente, se recurrirá a estas
“mentirijillas” de unos y otros para convencer a la opinión pública de que cada
uno lleva razón, especialmente, si se vende que hay que gastar y gastar más. A
nadie le amarga un dulce, al menos, hasta que toca la hora de pagarlo.
Pues bien, al margen de las
enmiendas que en el debate parlamentario se incorporen y de las calificaciones
gratuitas que se hagan, lo cierto es que, de entrada, los Presupuestos
contemplan, según lo publicado, un retroceso en la inversión, recogen una deuda
pública desorbitada, mientras que más de la mitad de los recursos del Estado se
van obligatoriamente en el pago de pensiones, de desempleo y de intereses de la
deuda. La otra mitad queda para el resto de asuntos, dándose la paradoja de que
sólo los intereses de la deuda requieren más dinero que todos los ministerios
juntos. En estas condiciones, y a pesar de los débiles síntomas de recuperación
que se perciben, hablar de “unas cuentas sociales para el crecimiento”, de
“lecciones de austeridad” “de recuperación económica” o cosas por el estilo es
como hacer bromas de mal gusto. Pero a su vez, hablar de que son los
Presupuestos de la “desigualdad”, “restrictivos”, “históricamente malos”, “de
la mentira” o “de la desvergüenza” sin aportar una alternativa global a los
mismos, creíble y fiable, son bromas pesadas que, además del mal gusto, aportan
consecuencias negativas por su carga de irresponsabilidad. Ir descalificando
partida a partida como insuficiente es de una demagogia insostenible. Cierto
que el gasto cae en un 4´7% con un déficit previsto del 5´8%, pero si se quiere
gastar más habrá que decir en cuánto subimos el déficit y, si nos lo permiten,
cómo lo hacemos, o como conseguimos incrementar los ingresos.
Supongo que las quejas no vendrán
porque se pretenda cortar las subvenciones a las CCAA que despilfarren
superando el déficit o la deuda, o porque el gasto social suba un 4´4% (sabemos
que es poco), mientras las pensiones sólo lo hacen al 0´25% (es poco pero no se
congelan como antes), ni porque se amplíe el plazo de tres a cinco años para
que los ayuntamientos saneen sus cuentas… Aunque me temo que en esto, como en
otros asuntos, siempre cabe una razón sectorial para el descontento, al extremo
de que los independentistas catalanes, por ejemplo, seguirán diciendo que
España les roba y les discrimina a pesar de que Cataluña siga siendo la cuarta región
con mayor inversión. Lo seguirían haciendo aunque en vez de ser la cuarta fuera
la primera, pues para algunos, hasta en política, incluso en política
presupuestaria (que es mera contabilidad matemática) “el corazón tiene razones
que la razón desconoce”. ¿No sería más lógico dejar tales planteamientos para
el amor? O, en todo caso, para la guerra. Desde luego, para la elaboración de
unos presupuestos medianamente creíbles y viables se requiere algo más que
semejantes frivolidades. El cauce, las enmiendas durante el debate
correspondiente. El requisito, que sean totalmente asumibles. Sólo se trata, en
definitiva, de sumar y restar, para que, al final, cuadre el total previamente
establecido. La cuadratura del círculo, hoy por hoy, sigue siendo imposible.
Lamentablemente el Estado, a diferencia
de la UGT de Andalucía, no cuenta en su contabilidad, un apartado sobre “gestión
de botes” y, por tanto, no puede utilizarlo como una forma de pago a sus
proveedores.
Jorge Cremades Sena
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