Entre las noticias que
iluminan nuestro quehacer cotidiano destacan hoy, ¡cómo no!, las relacionadas
con la corrupción política y otras conductas poco decorosas. Mientras son
detenidos una docena de sujetos por el fraude de los cursos de formación de la patronal
en Madrid y, por otra parte, el juez Ruz cita a los cabecillas del caso Gürtel
con la intención de cerrar ya el caso, la jueza Alaya da una vuelta de rosca al
suyo que, como el anterior, parece interminable. En efecto, Alaya acaba de
imponer una fianza de casi treinta millones de euros a Magdalena Álvarez, la ex
Consejera de la Junta de Andalucía, la ex ministra del Gobierno de ZP, la ex
eurodiputada y la actual vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones, al
responsabilizarla de las ayudas irregulares concedidas por la Junta hasta el
2003, exigiendo a su número dos, José Salgueiro, otra fianza de veintidós
millones, al poder haber incurrido en delitos como el de prevaricación y el de
malversación. Insiste la jueza en que Álvarez, junto a dos de sus altos cargos
cuando era Consejera, eran “promotores del procedimiento ilegal de concesión de
ayudas” que, en definitiva, conformaron el fraude masivo que actualmente se
está investigando. Tanto el fraude en los cursos de formación (no sólo los de
la patronal en Madrid, sino también los de UGT y CCOO, especialmente en
Andalucía), como el de la trama Gürtel (que llena de peste los mismísimos
aledaños del PP, especialmente en Madrid y Valencia) y el de los ERE
fraudulentos (que hace lo propio en el PSOE, especialmente en el PSOE-A) son
una buena muestra representativa del ambiente putrefacto que preside buena
parte de nuestras instituciones políticas, sociales y económicas. Si cada una
de ellas por separado ya exhala un olor insoportable cuando, como es el caso,
coinciden mediáticamente en el tiempo, desprenden un hedor irrespirable que
provoca verdaderas náuseas. Náuseas que sólo se extinguen o al menos hacen el
ambiente más respirable cuando quienes las provocan son puestos a buen recaudo,
como ha sucedido con la detención y desmantelamiento en Valencia de la trama
dedicada al tráfico de órganos, llegando a ofertar hasta unos 40.000 euros por
un trozo de hígado. En fin, una verdadera escoria social intolerable, cuya
extinción debiera ser uno de los objetivos prioritarios de nuestros gobernantes,
aunque, cuando ellos mismos forman parte de la misma el empeño sea casi
imposible.
Y con este maravilloso telón de
fondo, han concluido los actos de homenaje a las víctimas del 11-M, cuya
unidad, por vez primera, da una cierta esperanza de cara al futuro. Si las
asociaciones afirman “Hoy es un día de unión, no de reproches”, hagamos nuestra
dicha afirmación para recomponer definitivamente todos los entuertos que por
intereses bastardos se han producido cuando desde el principio debieran haberse
evitado. Si el propio presidente Rajoy manifiesta que la unidad de todos “es
muy reconfortante” ayudemos todos a que así sea. Más vale tarde que nunca. Ni
los votos manipulados, ni las audiencias mediáticas, ni la legítima discrepancia
política, ni los intereses económicos tienen valor alguno ante una sola víctima
del terrorismo si son la causa de divergencias y fisuras a la hora de
combatirlo y, por tanto, nada, absolutamente nada, puede ser más perverso que
semejante trueque en la escala de valores.
En otro orden de cosas, mientras que
un país europeo, Ucrania, está a punto de romperse (el Parlamento de Crimea
declara ilegalmente su independencia con el apoyo interesado de Rusia), el
cardenal Rouco Varela, en su despedida como Presidente de la Conferencia
Episcopal Española, alerta del peligro de “ruptura” en España, mientras que por
una sustancial mayoría es elegido para sustituirle el arzobispo de Valladolid
Ricardo Blázquez, un hombre con mayor sintonía que Rouco con el Papa Francisco
que tantas esperanzas está generando con sus nuevas formas de entender las
prioridades que ha de tener la Iglesia en el mundo. Aunque en el asunto de la
“ruptura” de España, supongo que la mayoría estaremos de acuerdo con Rouco, ya
que es un peligro real por disparatado que sea, esperemos que en otros asuntos
de tipo social y político haya un mayor entendimiento con Blázquez, aunque ya
sepamos que en lo sustancial ni la Iglesia española, ni la Universal, vaya a
hacer una revolución ideológica; su milenaria experiencia se debe a su moderada
evolución histórica, al menos en lo que atañe a su mensaje trascendental.
Y hablando de la Iglesia, un
verdadero misterio, aunque no dogmático, se cierne sobre el avión desaparecido
milagrosamente en los mares de China del que nada se sabe. Ni un solo indicio
de lo que puede haberle sucedido, ni un solo resto, ni una sola teoría. Como
manifiesta cada vez más gente, ante la frustración y la sorpresa de todos, “con
tanta tecnología es imposible que no sepan nada”. Y llevan toda la razón.
Mientras acabamos de conocer que prácticamente todos nosotros estamos espiados,
que somos localizables en cualquier momento, nadie se explica que un avión,
repleto de pasajeros, desaparezca por arte de magia cuando, tras los trágicos
sucesos de las torres gemelas, se pone un interés especial en el tráfico aéreo.
Para terminar, dos noticias, una
buena y otra mal. La buena, que las Universidades, según el decreto que elimina
la selectividad, van a poder elegir los requisitos de selección de su alumnado;
más vale que acierten ya que, tal como está el patío, el asunto hasta puede
empeorar. La mala, que la morosidad hipotecaria se ha disparado hasta un 42% a
causa del paro; más vale que la creación de empleo sea el verdadero y prioritario
objetivo consensuado por parte de todos (gobierno, oposición, sindicatos,
patronal, instituciones…) en vez de ser motivo de discordia el modo de
conseguirlo, junto al problema territorial es, hoy por hoy, el objetivo
nacional. A tiempo estamos, pero ya; mañana puede que sea demasiado tarde.
Jorge Cremades Sena
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