De forma ilegal, se mire
como se mire, Crimea ha votado y, como se esperaba, ha votado abrumadoramente a
favor de separarse de Ucrania para unirse a Rusia. La aplastante mayoría rusa
que habita Crimea así lo ha decidido, mientras Putin ha utilizado no sólo la
fuerza, invadiendo la península con un ejército disfrazado como si de
carnavales se tratara, sino también una realidad histórica que le es favorable
entre los habitantes rusos de Crimea, pero que espanta a las minorías tártara y
ucraniana que completan la población de la península. No en vano, los tártaros
aún recuerdan todas las vejaciones sufridas por el estalinismo y este deseo de
Putin de rehacer las viejas glorias del desaparecido Imperio Ruso pone en
guardia a quienes tienen una memoria histórica desgraciada. Sea como fuere, lo
cierto es que, aun siendo un verdadero crisol histórico de pueblos, Crimea,
últimamente es rusa, se mire como se mire, y su estatus político actual se
deriva de un regalo (según algunos, envenenado) del dirigente soviético Jruschov
a Ucrania en 1954, es decir, hace sesenta años, aunque su posición estratégica,
como salida al Mediterráneo, supone para Rusia un vital control militar de la
misma, con base naval incluida y derecho a permanencia de militares rusos en la
misma. El grave problema por tanto no está en el fondo del asunto sino en las
formas como se ha desarrollado, pues, desde la caída del gobierno prorruso
ucraniano presidido por Yanukovich (al margen de las formas poco ortodoxas en
que cayó, aunque con cierta pátina democrática) se precipitaron los sucesos de
tal forma que lo sucedido se veía venir irremediablemente. Ahora, entre otras
preocupaciones, basta saber si en zonas de Ucrania oriental, también
mayoritariamente rusas, se produce o no un efecto dominó que convertiría el
actual drama ucraniano en verdadera tragedia. El desigual interés entre Rusia y
la UE por la Crimea rusa, hará el resto para que, de una u otra forma, Crimea
vuelva a su lugar de origen o, en todo caso, para ser controlada por Putin,
aunque, de momento, ni la UE, ni EEUU, reconozcan la consulta ilegal con toda
la razón que se quiera. Los intereses económicos, que no son pocos, aunque
desiguales para unos y otros, impondrán su particular dictadura
(democráticamente o no).
Y continuando con la serie de nacionalismos
trasnochados, aunque nada tenga que ver Crimea con Cataluña (como reconoce el
propio Artur Mas), si conviene tener en cuenta las palabras recientes de Carlos
Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ que, refiriéndose a España
dice acertadamente ante la declaración de Mas sobre no descartar la declaración
unilateral de independencia, “las decisiones unilaterales no encajan en la
Constitución” y que “en términos jurídico-constitucionales la soberanía no es
divisible”. En roman paladino, que ninguna parte del territorio español, porque
así lo decidieron los españoles (incluidos los catalanes), puede por su cuenta
declararse independiente sin el acuerdo negociado del resto de forma libre, entre otras
razones porque la soberanía es de todos y, por tanto, una parte no puede decidir
por el resto. Algo tan sencillo que entiende cualquier demócrata, guste o no,
pero que en la mente totalitaria de algunos es incomprensible. Es por tanto
denigrante que en tertulias televisivas se defienda, sin incurrir en delito y
bajo la bandera de la libertad de expresión, que quienes gobiernan la
Generalitat Catalana tienen todo el derecho, mientras no ejecuten lo que dicen,
a manifestar su decisión de imponer ilegalidades futuras cuando su obligación
como gobernantes es justo hacer todo lo contrario. Como principal representante
del Estado Español (las CCAA son parte del Estado) el señor Mas está obligado
no sólo a acatar la legalidad vigente, que, entre otras cosas, le confiere su
autoridad, sino además a vigilar y obligar a que la cumplan todos los
ciudadanos. Es el principio básico de cualquier gobernante democrático.
Por cierto, hablando de Lesmes, un
acierto evidente cuando manifiesta “no veo causas para indultar a condenados
por corrupción”, que tanto se prodigan en nuestro país. Es, junto al
endurecimiento de penas para semejantes chorizos, la única forma de erradicar
este azote intolerable. Yo añadiría a
quienes gestionan mal y despilfarran injustificadamente el dinero de todos,
como la Comisión Nacional de la Energía, cuyos responsables se permitieron gastar nada menos que 19 millones en una sede, que nunca ha usado, mientras millones
de españoles acaban arruinados a consecuencia de la crisis. Y así tantas y
tantas obras faraónicas, tantos y tantos retiros dorados con indemnizaciones
multimillonarias y tanta ruina bancaria, rescatada por el esfuerzo de todos los
españoles, mientras sus gestores se forran impunemente. Por fin parece ser
que la rescatada Bankia repartirá su primer dividendo el próximo año;
bienvenido sea, pero ¿dónde están los responsables que la hundieron en la
miseria?. Aquí, como ven, casi nadie responde de casi nada. Y cuando a alguien
se le exige judicialmente, recurren a los indultos. ¡Chapeau por Lesmes!
Jorge Cremades Sena
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