Al grito desesperado de “Hoy es el día. ¡A la
tierra prometida!” unos mil subsaharianos se lanzan en avalancha desde
Marruecos hacia la verja de Melilla y, abriendo una brecha en ella, unos quinientos
consiguen entrar en España. El resto a esperar otro momento más propicio. Es el
enésimo salto o asalto, como prefieran denominarlo, desde las tierras del
hambre subsaharianas a las tierras de España cada vez con más pobres. Su triste
destino, en el mejor de los casos, es ir de la pobreza inmisericorde africana a
la pobreza europea, cada vez mayor y cada vez menos atendida por la supuesta
solidaridad del injusto sistema. De momento su destino inmediato es saturar el supersaturado
centro de acogida temporal melillense hasta decidir su futuro. Es la
consecuencia inmediata de una Humanidad deshumanizada que, en nuestro caso, al
ser frontera directa, nos toca vivir muy de cerca sin que nadie, absolutamente
nadie, haga nada, absolutamente nada, por remediarlo. Más verjas, más impedimentos,
más contención en las fronteras, más métodos disuasorios, más lo que se quiera,
no será nada para evitar el éxodo de quienes se mueren de hambre. Pero abrir
las puertas de par en par tampoco es la solución. No es un problema de éste o
aquél gobierno, de éste o aquél país, de ésta o aquélla ideología; es un
problema global de una injusta globalización económica que, olvidándose de las
personas, se empeña en que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada
vez más pobres.
Y en esta tierra prometida al ser algo menos injusta de
la que proceden, los principales partidos, PP y PSOE, andan buscando la fórmula
de cortar la hemorragia de votos que vienen padeciendo, mientras otros, desde
la utopía o vaya usted a saber si desde la demagogia ofrecen paraísos inexistentes.
Mientras los socialistas siguen en su paranoico proceso para elegir secretario
general (y lo que les queda) y los populares en su búsqueda de fórmulas para
impulsar una mejor comunicación con los ciudadanos, los antisistema dando palos
en las calles (en este caso de Barcelona) y los independentistas engatusando a
sus votantes con engaños indecentes. Si hasta la fecha ya se sabía que en una futura Cataluña independiente los catalanes del futuro serían más listos, más
guapos, más altos, más cultos y, por supuesto, más ricos, el conseller Puig,
tras anunciar que la Generalitat pone en marcha su Seguridad Social, dice sin
ruborizarse que “en la Cataluña independiente los parados cobrarán más”. Seguramente,
al igual que Pablo Iglesias no argumenta cómo financiará su utópico paraíso de
igualdad y opulencia a raudales, Puig no necesita decir cómo asegurará esa
especie de paraíso ofertado a los futuros parados catalanes cuando se
independice. Con su palabra basta. Seguro que muchos parados españoles,
incluidos los catalanes, se hubieran sentido más reconfortados si Puig hubiese
dicho simplemente que, desde la cuota de poder que ocupa, se disponía a hincar
el hombro para buscar fórmulas creíbles a favor del incremento del empleo,
aunque supongo que no habrá dicho nada de eso ya que, cómo no, en una futura Cataluña
independiente ni siquiera habrá paro. Faltaría más.
En
fin, mejor nos quedamos con la esperanza que aportan algunos datos sobre esta
lenta salida de la crisis. El último, que las hipotecas crecen por primera vez
en cuatro años, lo que apunta a un cierto síntoma de recuperación de las familias.
Un dato más que, junto a otros anteriores, sirven a las agencias y organismos
internacionales, que tanto nos machacaban, para ratificar un camino hacia la
salida de la crisis, incluso algunas como Fitch llegan a relacionar y explicar
la victoria “sorprendente” e Rajoy en las europeas a la mejora económica
experimentada. Como ha sucedido en otros países, salvo Alemania e Italia, lo
más esperado hubiese sido que el PP como partido gobernante se hubiese visto
rebasado por la oposición.
Y
mientras Obama anuncia el inicio de una nueva era diplomática desmilitarizada,
sin duda, una buena noticia, aterriza en Bruselas la vencedora Marine Le Pen
empeñada en encontrar otros seis partidos en seis países distintos, como está
establecido, para conseguir formar un grupo parlamentario abiertamente
antieuropeo, que, como dice algún medio, sería una especie de unión antieuropea.
Su objetivo, de momento, desandar lo andado o, al menos, frenar el camino hacia
el futuro. Y la extrema izquierda en el otro extremo. Sin duda, pésimas
noticias. ¿Dónde está la tierra prometida? Díganmelo ustedes.
Jorge Cremades Sena
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