Según la última encuesta del CIS el PP amplía
a 5´7 puntos la ventaja sobre el PSOE si las elecciones generales se celebraran
hoy. Las ganaría con un 31´9% de los votos, frente al 26´2% de los socialistas,
en tanto que IU y UPyD se estancarían en las subidas que le otorgaba el
anterior sondeo. Lo llamativo es que, tanto PP como PSOE, retroceden en
intención de voto en el último trimestre, pero mientras los populares pierden
dos décimas, los socialistas pierden cuatro, lo que explica el incremento de su
ventaja. La acelerada caída del PP desde que ganara las elecciones y el
estancamiento del PSOE, desde que las perdiera estrepitosamente, iban hasta
ahora aminorando cada vez más la distancia entre ambos, pero parece, según la
encuesta última, que dicha evolución llega a su fin y que ahora vuelve a
incrementarse la ventaja, no porque ninguno de los dos incremente sus apoyos,
sino porque, perdiendo ambos porcentaje de apoyo electoral, el PSOE en la
oposición pierde algo más que el PP en el Gobierno. Circunstancia paradójica ya
que suele suceder siempre justo lo contrario. No vale refugiarse por tanto,
como acaba de hacer Soraya Rodríguez, en que la “cocina del CIS” ha funcionado
a la perfección y a la medida ha adobado pertinentemente el resultado o la
proyección electoral de la encuesta. Una vez más la encuesta, al margen de
datos concretos y exactos, demuestra que el PSOE desde la oposición es incapaz
de remontar a un PP en el Gobierno a pesar de las duras medidas que ha tomado
en los dos primeros años de legislatura. Una vez más, el PSOE debiera hacer una
seria autocrítica de lo que le está sucediendo. Cada vez se agota más el tiempo
para remediar otro descalabro.
Cocinadas o no, las encuestas reflejan un desencanto
ciudadano. Y muy especialmente hacia los dos partidos que nos han gobernado.
Una especie de resignación entre lo que hay, que apenas le gusta, y lo que
puede venir, que le gusta menos aún. Si en su día fracasó el recurso a aquella
especie de conjunción planetaria, anunciada por la inolvidable Leire Pajín, me
temo que ahora fracasará también el recurso de Elena Valenciano a la trinidad
que la obnubiló en su juventud (Jesucristo, el Che Guevara y Felipe González) y
a la admiración y reconocimiento sin límites a Zapatero, principal responsable
de la difícil situación por la que atraviesa el PSOE. Para evitar el fracaso se
requiere algo más que, hasta ahora, no se ve por ninguna parte. En fin, ella
sabrá. ¿Ella o el PSOE?
Entretanto se anima el cotarro mediático con todo tipo de
análisis sobre los últimos datos conocidos sobre la evolución del paro en
nuestro país. Unos y otros, según su particular interés político, intentan
arrimar el ascua a su sardina en vísperas de iniciarse la campaña electoral
europea. Cada cual con su parte de razón al enfocar los resultados con sus
respectivos prismas particulares. Unos, secuenciándolos con el pasado; otros,
olvidando la evolución; y, el resto, al no tener ninguna responsabilidad
directa ni en el pasado ni en el presente, vendiendo soluciones inexistentes,
tras arremeter con la trágica realidad de tantos millones de parados. Cada
cual, a su modo, intenta sacar ventaja política del drama. Algunos incluso,
como IU, tienen tiempo de distraer el personal con otro tipo de propuestas
pintorescas como la referente a la Mezquita-Catedral de Córdoba, admitiendo
que, si fuera pública (y gobernaran, obviamente), como pretenden, la abrirían
al culto musulmán. Es ya lo que le faltaba al Estado. Pero, no se alarmen,
supongo que no se trataría de cambiar el rito católico por el musulmán (sería
excesivamente discriminatorio), se trataría, supongo, de convertir la Mezquita
en una especie de edificio religioso multiusos para conseguir en él una especie
de comunión ritual uniformada entre todos los ritos religiosos posibles. En
fin, sin comentarios.
Sí merecen comentarios los últimos detalles sobre los
últimos casos de corrupción aparecidos estos días en la prensa, cuyos detalles
continúan. Comentarios y noticias que, seguramente, avalan lo que dicen los
sondeos y encuestas, como la citada al inicio de esta crónica. Mientras la
Audiencia Provincial de Sevilla avala la imputación que hizo la jueza Alaya a
Magdalena Álvarez en el caso de los ERE y lo avala “por las fundadas sospechas”
que hay, el BEI, destino dorado de la ex ministra (y ex casi todo) con un
desorbitado sueldo de unos 22.000 euros al mes, se plantea ya muy en serio su
destitución como vicepresidenta. ¿No sería más honesto y razonable que
dimitiera ante las evidencias? Mientras el Tribunal de Cuentas investiga una
desviación del 230% en una obra del AVE siendo ministra Álvarez, uno de los
detenidos por el asunto también está implicado en el famoso “caso Bárcenas”.
¿No sería más razonable dejar que los jueces hagan su trabajo en todos los
casos, caiga quien caiga, sabiendo que la corrupción no tiene color político?
Mientras Cuadrifolio hacia sus agostos en Castilla La Mancha, cargos de la
Junta indicaban a los directivos de la empresa cómo eludir los controles,
señalando vía e-mail la cuantía de las facturas y pidiendo presupuestos falsos
para otorgar contratos sin licitación. ¿No sería más justo legislar para
endurecer los controles previos en las contrataciones y, en todo caso, las
penas para quienes se saltan a la torera la responsabilidad técnica y política
“in vigilando”? Me temo que, siendo todo
ello más honesto, razonable y justo, nuestros políticos no están por la labor.
Al final, les es más rentable dejar las cosas como están.
Y, mientras Europa trata de salvar las elecciones de
Ucrania, que podrían ralentizar al menos el conflicto, EEUU constata los daños
causados ya por el cambio climático y China está en alerta ante la escalada de
actos terroristas islamistas tras sufrir el tercero de ellos en menos de dos
meses en sus instalaciones ferroviarias. Pero, al final, la Comunidad
Internacional o no quiere, o no puede (o ambas cosas a la vez), pacificar
Ucrania (o el resto de sangrantes contiendas en otros lugares del mundo),
reducir drásticamente la contaminación atmosférica o luchar eficaz y
severamente contra los radicalismos terroristas. Entre unos y otros, nos
quedamos siempre en el bla, bla, bla…. Y, cada vez, a peor.
Jorge Cremades Sena
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