jueves, 17 de febrero de 2011

MENORES DE EDAD Y VIOLENCIA


                            Cada vez que aparece la noticia de algún monstruoso acto de violencia extrema protagonizada por menores de edad se disparan todas las alarmas en la opinión pública, proliferando, durante algunos días, los debates televisivos al respecto, las propuestas de los diferentes partidos políticos y las recetas mágicas de los expertos; pasada la tormenta y el lucimiento o bochorno de algunos por sus pintorescas y genuinas opiniones, todo sigue igual, nada nuevo se hace, quedando para siempre el inmenso dolor de las familias de los agredidos y, probablemente, también de los agresores. El fondo del debate siempre es el mismo: rebaja de la edad penal, educación, desarraigos familiares, asistencia adecuada, reinserción, cárcel… un “totum revolutum”, jamás considerado de forma global, en el que cada uno carga las tintas sobre alguno de sus componentes, según un posicionamiento ideológico predeterminado (los más punitivos son de derechas y los más permisivos de izquierdas), situándose en la esfera o en la periferia del partido del gobierno o de la oposición. Estos debates televisivos maniqueístas son el peor método de concienciación de la opinión pública sobre el problema de los menores violentos, un problema de toda la sociedad; se convierten simplemente en bochornosos espectáculos, que causan repugnancia, en los que determinados periodistas y tertulianos de piñón fijo, sin ningún tipo de escrúpulos, hacen méritos propios para seguir en el candelero, al extremo de ser capaces de acusar de demagogia a una madre que ha tenido que denunciar a su hijo violento de trece años y defiende por ello la rebaja de edad penal a los doce años.
          La solución del problema de los comportamientos indeseables de muchos menores es tan complejo que no puede reducirse a uno o varios de los factores que tienen alguna influencia al respecto y, en todo caso, como en otros muchos problemas de esta sociedad, no se trata de erradicarlo definitiva y totalmente, ya que siempre habrá algún caso de violencia se haga lo que se haga. Pareciendo obvio lo anterior, se trata pues de cómo convivir con el problema y cómo intentar reducirlo al máximo; para ambas cuestiones, es meridianamente claro que su tratamiento ha de ser globalizado, utilizando medidas educacionales, familiares, económico-sociales, culturales, médico-siquiátricas y judiciales, aplicadas no sólo al menor sino también a los responsables del mismo y a su entorno. Incluso haciendo todo lo anterior se trataría de un proceso lento, con resultados positivos a largo plazo, ya que las fórmulas mágicas no existen; sin embargo, lo cierto es que lo que se ha hecho hasta ahora parece ir hacia un proceso totalmente contrario ya que cada vez hay más actos violentos y más graves protagonizados por menores. Empecemos por reconocer que algo se está haciendo mal, muy mal. Sigamos reconociendo que nadie está dispuesto a detraer de la tarta de los presupuestos el gran trozo que se necesitaría para poner en práctica eficazmente las medidas citadas, hay demasiados gastos muy importantes, entre ellos los suntuarios, que dan mejor resultado a corto plazo. Concluyamos que lo más conveniente, para que todo siga igual y parezca que se quiere hacer algo nuevo, es politizar el problema, situando las necesarias medidas punitivas en el marco de las trasnochadas derechas y las, igualmente necesarias, no punitivas en el de las trasnochadas izquierdas. El circo está servido para que los políticos y sus interesados portavoces mediáticos, de forma indecente, prostituyan un debate tan complejo acusándose mutuamente de que sus respectivas medidas no valen para solucionar el problema, sin reconocer que ambas son complementarias para poder afrontarlo con la seriedad que requiere.  
          En todo caso para convivir con el problema, al margen de la magnitud que en cada momento tenga y de las medidas de reinserción que se utilicen, lo impresentable es la ausencia de responsabilidad ante gravísimos actos violentos como el homicidio o la violación, entre otros, provocando una alarma social por la indefensión a la que está sometida la sociedad en estos casos, lo que explica la postura mayoritaria de rebajar la edad penal. La gente entiende que semejantes monstruos, mayores o menores de edad, no deben circular libremente como si nada hubieran hecho; ni siquiera vale aplicar la frase bíblica de “Perdónalos, que no saben lo que hacen” cuyo beneficio se recoge después de la muerte y, como tal, para los creyentes, puede tener un cierto valor, pero durante la vida, habría que añadir al menos “pero que paguen por el daño que han hecho hasta que aprendan sobradamente lo que deben hacer”. El pago, ya se sabe, es la ausencia de libertad en el centro de reclusión que corresponda; otra cuestión es lo que se haga dentro de ellos. No hay que olvidar que estos centros, al margen de su papel sancionador para el delincuente, son también centros de protección para el resto de la ciudadanía que no delinque, pues de lo contrario el falso buenismo místico-político de algunos de nuestros gobernantes debiera dar un paso más suprimiéndolos y dedicando dicho ahorro a medidas no coercitivas exclusivamente en plena libertad.

                            Fdo. Jorge Cremades Sena

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