jueves, 15 de diciembre de 2011

A LAS DURAS Y A LAS MADURAS


            Es de sentido común que la pertenencia voluntaria a cualquier asociación o alianza obliga a cada uno de sus miembros a someterse al interés general, que siempre debe prevalecer sobre los intereses particulares de cada uno de ellos. Lo contrario sería un contrasentido. O estás a las duras y a las maduras o te vas. Lamentablemente algunos gobernantes de los estados-miembros de la UE no suelen estar a la altura de las circunstancias al aplicar en cada momento este principio básico de funcionamiento. Prefieren las medias tintas, poniendo en grave riesgo la propia existencia de la UE y convirtiendo en una entelequia su destino final. Cierto que sus raíces están ancladas sólo en bases económicas –necesidad acuciante de la postguerra mundial-, pero su evolución posterior, así como la del resto del mundo, excede hoy ampliamente dicho ámbito, aunque algunos de sus miembros, fundadores o no, quieran mantener dichas bases como único motor de su desarrollo futuro. Olvidan que la mayoría de países europeos, por sí mismos, carecen de la suficiente entidad –territorial, demográfica y productiva- para protagonizar el futuro en un mundo, hoy globalizado y fuertemente competitivo, donde sólo la unidad, y su correspondiente fortaleza, les puede garantizar, no sin dificultades, el protagonismo global adquirido y el estado del bienestar que disfrutan sus pueblos. Pero dicha unidad, que no sólo ha de ser económica, exige una serie de compromisos ineludibles para consolidar una verdadera gobernanza europea, ágil y eficaz, imprescindible incluso aunque sólo sea para tratar asuntos económicos. La actual crisis del euro lo pone, una vez más, en evidencia.
            Un gobierno sin la capacidad efectiva de gobernar; un parlamento, sin la de legislar; y una justicia, sin la de juzgar, no sirven absolutamente para nada. Es más, suponen una excesiva carga burocrático-política, pagada por todos los contribuyentes, para, en el mejor de los casos, emitir una serie de resoluciones y directivas que, sin ningún tipo de control eficaz, cada estado-miembro –es decir, su respectivo gobernante de turno- puede saltarse a la torera. O se apuesta decididamente por la consolidación de unos Estados Federales de Europa o, simplemente, por unos acuerdos económicos multilaterales que, en todo caso, resultarían mucho más baratos. Cualquiera de las dos opciones no hubiera producido este caos del euro, que, tarde y mal, se pretende enmendar “in extremis”, dejando grandes incertidumbres futuras que, inevitablemente, ponen sobre el tapete el dilema de apostar definitivamente por una de las dos opciones. Urge optar por el europeísmo o el no europeísmo, lo inaceptable es el euroescepticismo que, en definitiva, sólo busca estar a las maduras pero no a las duras. El bloqueo por parte del inglés Cámeron a este nuevo tratado de la UE sobre disciplina presupuestaria en la zona euro -a la que, curiosamente, no pertenece- si no se incluía un protocolo para exonerar a su país de algunas normas sobre regulación de servicios financieros, obligando a los países de la eurozona a reducirlo a un mero pacto intergubernamental –al que se han sumado los demás países, excepto el Reino Unido-, es el mejor de los ejemplos, que no el único, de lo que no debe volver a suceder. Evidencia que la coexistencia con carácter definitivo de varias monedas, atenta contra la unión monetaria; la unanimidad en la toma de decisiones, contra la democracia; los protocolos excluyentes, contra la confianza, la igualdad y la reciprocidad. Y así no es posible seguir construyendo una Europa unida con credibilidad suficiente en el resto del mundo.
Aunque el nuevo pacto intergubernamental, del que se autoexcluye el Reino Unido, es positivo para el control financiero y del déficit público de la eurozona, sólo supone un pequeño avance sobre lo mucho que queda por hacer -en el terreno político, social y económico- para conseguir una verdadera UE en la que sus miembros, a cambio de cesión de soberanía, queden protegidos como tales sin necesidad de estar, como ahora, a expensas de los intereses de sus socios más poderosos, sin menoscabo del papel más o menos protagonista que cada uno tenga dentro de la Unión. Ni el egoísmo de Cámeron, excluyéndose de la solución global para proteger los intereses financieros de la City londinense, ni el pacto coyuntural de conveniencia Merkel-Sarkozy, buscando una solución momentánea para proteger especialmente los intereses de los bancos alemanes y franceses son admisibles, aunque, coyunturalmente, consiga sacar al euro de su estado agónico. Ni cada estado-miembro puede hacer lo que le venga en gana, ni tampoco puede estar a expensas de lo que quieran acordar por conveniencia propia determinados socios aunque ello suponga un cierto alivio global. Ni locomotoras, ni vagones descarrilados o a remolque, sometidos a determinadas velocidades. Esa no puede ser la solución definitiva. El futuro sólo puede ser halagüeño si las relaciones entre unos y otros socios se basan definitivamente en la solidaridad y la confianza recíprocas para crear un marco en el que todos salgan beneficiados recíprocamente y no, como sucede ahora, en una suma de intereses particulares que, en cualquier momento, pueden ser antagónicos, haciendo inviable el proyecto o retrasando “sine die” su consolidación. Quien no esté dispuesto a recorrer el camino lo que debe hacer es abandonar el tren en vez de seguir en él poniéndo obstáculos en las vías. Si no lo hace “motu proprio” lo más ecertado sería invitarle a que lo haga de una vez por todas.
                            Fdo. Jorge Cremades Sena 

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