martes, 7 de junio de 2011

Y AQUÍ AÚN PEOR


Partiendo del principio de que en democracia el pueblo nunca se equivoca, el batacazo electoral del PSOE hemos de considerarlo como merecido y acertado, por más que, en algunos casos, cueste entenderlo “a priori”. Me refiero concretamente a los resultados obtenidos por el PSPV que son catastróficos, teniendo en cuenta que el PP jamás se lo puso más fácil para haber podido conseguir una victoria. Ni los innumerables casos de presunta corrupción, ni el desgaste del dilatado periodo de gobierno popular, ni las listas plagadas de imputados judiciales –entre otros muchos ninis- han podido evitar que los malos resultados de los socialistas a nivel general, aquí, en la Comunidad Valenciana, hayan sido aún peor. La explicación a esta aparente esquizofrenia es, sin embargo, bien sencilla: los valencianos sí han castigado al PPCV, que ha perdido unos 70.000 votos a pesar del tsunami azul, pero han castigado más, casi el doble, al PSPV, que ha perdido unos 140.000 votos, castigo muy superior a la tendencia a la baja general del PSOE. Por tanto, si el PSOE se equivoca al culpar de sus males sólo a la crisis económica, el PSPV yerra mucho más si hace lo propio, ya que es evidente que, en todo caso, algo habrán hecho rematadamente mal. Lo triste es que lo vienen haciendo desde hace casi veinte años. Y no escarmientan. Entretanto una hemorragia de pérdida de votos y de militancia que, de seguir “in crescendo”, amenaza con convertir al PSPV en un partido casi testimonial.
            El proceso arranca de la turbulenta quinta legislatura (1993-1996) con gobierno de Felipe González por mayoría relativa –tras las tres anteriores con mayoría absoluta- que abrió grandes brechas a nivel interno en el PSOE y acabó en un escándalo mayúsculo por temas de corrupción. Entretanto, acababa en la Comunidad Valenciana la tercera legislatura (28-5-1995), finiquitando el gobierno socialista de Juan Lerma –que ejercía desde la primera legislatura- al conseguir mayoría relativa el PP de Zaplana, que se perpetúa en el poder –con sucesivas mayorías absolutas desde la quinta legislatura hasta hoy- a pesar del relevo de Zaplana por Camps. Lerma cambió su nuevo papel de jefe de la oposición en las Cortes Valencianas, por el de ministro del último gobierno de Felipe González (junio,1995-marzo,1996), provocando un verdadero vacío de liderazgo en el PSPV que, inmerso en un caos de corrientes personales –para algunos, familias-, busca desde entonces, a través de una lucha cainita y sin ninguna diferencia ideológico-programática, aplicar la lucha matemática a nivel interno para colocar a sus respectivos correligionarios en los cada vez más escasos cargos políticos. La legítima pugna interna democrática entre diversas corrientes ideológicas (izquierda socialista, nacionalistas, socialdemócratas…) se sustituyó por refriegas indecentes entre distintos grupos o “ismos” (pastorismo, lermismo, ciscarismo, garciamirallismo, romerismo, asuncionismo, valenzuelismo, franquismo…) que impiden, hasta hoy, consolidar un liderazgo en cualquier nivel y, peor aún, elaborar y explicar un programa serio y creíble para ganar la confianza del electorado, que tanto nos apoyó antaño. Los valencianos, condenados a elegir entre algo o la nada, optan obviamente por lo primero.
          La convulsión postelectoral que en estos días se está produciendo en el PSPV me retrotrae, por su similitud, a un artículo (“El espectáculo del PSPV-PSOE”, Diario Información del 15-7-1999) que escribí, ante una situación parecida, tras las autonómicas que iniciaban la quinta legislatura, estancando a los socialistas y dando la primera mayoría absoluta a los populares. Entre otras cosas decía, con infinita tristeza: “El Partido, más que un instrumento básico de actuación política, empieza a parecerse a una confederación de empresas de trabajo temporal (los –ismos) que pugnan por abrirse un espacio en el mercado (cada vez más reducido) y en la que los “jefes” (así se les llama) y empleados más cualificados dedican todo su esfuerzo a la noble aspiración de convertir su trabajo temporal (cargo público) en empleo estable y definitivo (hecho que les honra como militantes de izquierda). Al igual que el gran capital, estas empresas o –ismos, carecen de color político, su éxito depende casi exclusivamente de la rentabilidad obtenida y los métodos utilizados para conseguirlo (el fin justifica los medios), suelen ser la traición, la deslealtad, la amenaza arbitraria de aplicar los reglamentos, las alianzas interesadas y oportunas entre unos y otros, etc.”.
             ¿Tiene vigencia lo anterior? Juzguen ustedes. Ya han pasado doce años y, desde hacía tres, yo –como algunos otros- había vuelto a mi trabajo docente (conseguido en la época franquista y nada sospechoso de haberlo obtenido por influencias de mis posteriores cargos socialistas), abandonando, tras más de veinte años de militancia, esta nueva forma de hacer política en la que sólo quedaban dos opciones: quedarte y participar en el juego o irte. Hoy siguen yéndose algunos otros por idénticas razones. Si criticas públicamente estando dentro te convierten en un “mal compañero” y si lo haces desde fuera, en un “facha”, mientras que la discrepancia interna se resuelve con la aplicación de la matemática. Lo honesto es jubilarse en cualquier cargo político, que suele estar mejor pagado que tu trabajo, si es que lo tienes. Los que optamos en su día por volver al nuestro –en mi caso hace ya más de quince años- pero sin renunciar a la crítica de lo que consideramos mal hecho, nos convertimos en fachas indecentes, por muy limpia que haya sido nuestra trayectoria política; los que, pasando de un cargo a otro, permanecen toda su vida maniobrando para conseguir jubilarse en la política, son los verdaderos socialistas. Es lo que hay, lamentablemente, la nada.
                                   Fdo. Jorge Cremades Sena

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