En los muros de un cortijo situado a orillas de la carretera
Albacete-Manzanares se puede leer en letras bien grandes y en ambas direcciones
“El Bonillo es una nación”. Cuando la vi por vez primera, hace ya tiempo, lo
consideré una chanza que alguien gastaba al citado pueblo manchego vaya usted a
saber por qué. Pero los argumentos de algunos políticos independentistas,
especialmente catalanes y vascos, para justificar su reivindicación, avalan la
posibilidad de que en El Bonillo, como en cualquier otro lugar, se pueda
consolidar una opción nacionalista con finalidad independentista. Si, olvidando
el proceso histórico de construcción del estado español y la legislación
internacional, tan ilustres politólogos afirman que el futuro de Cataluña o de
Euskadi será el que decidan catalanes y vascos, no es de recibo negar idéntico
derecho a los pobladores de El Bonillo. Al fin y al cabo sólo se trata de
consolidar una falacia, tergiversando los hechos históricos y sacándolos de
contexto, para eludir las responsabilidades propias si el resultado es adverso
y crear un futurible desde entonces que te convierta en víctima de todos los
males presentes y futuros. Seguro que El Bonillo tiene más posibilidades que
Cataluña o el País Vasco de eludir sus responsabilidades en el proceso
histórico de construcción del actual Estado Español, pues, obviamente, son
infinitamente menores. Sólo es cuestión pues de ponerse manos a la obra.
Además, si en España hace unos años había sólo dos falacias independentistas y
ahora hay diecisiete, la que pueda consolidar El Bonillo no debe ser motivo de
preocupación especial.
Lo
preocupante es que quienes han sido protagonistas históricos, junto al resto de
españoles, del proceso histórico de construcción de España como actual modelo
de estado, la consideren ahora no sólo ajena sino también perniciosa para sus
intereses territoriales. Que además lo hagan quienes jamás tuvieron status jurídico
independiente, pues siempre fueron territorios subordinados a algún reino
histórico desde el Medievo, es inadmisible. Que, siendo parte de España, se
autoexcluyan, se autoproclamen la esencia del progresismo, insulten y se mofen
de los símbolos del estado y se declaren en rebeldía ante la legalidad vigente
es intolerable. Y que, además, nieguen cualquier crítica a sus paranoicos
planteamientos, tachando de fascistas a los españoles que se atrevan, ya no a
mofarse sino sólo a poner en cuestión su simbología independentista, es
esquizofrénico. Que el estado español tolere todo esto, caso único entre los
estados modernos, no tiene calificativo. Lo extraño es que no arraigue el
independentismo en territorios con justificación histórica como estados
independientes y arraigue en Cataluña o
el País Vasco que jamás lo fueron.
Salvo que nos remontemos a los
pueblos prerromanos, la génesis de elementos políticos diferenciadores hay que
buscarla en el complejo proceso histórico medieval de la reconquista. La
Hispania Romana o Visigoda poco ofrece al respecto. Con el proceso de expulsión
de los musulmanes sí van apareciendo diversos entes territoriales
diferenciados. Curiosamente, tanto Cataluña como Euskadi, al igual que Aragón o
Navarra, lo hacen como la Marca Hispánica, ¡quién lo diría!, subordinados al
Reino Franco –posterior Imperio Carolingio- en su frontera sur, a diferencia de
Asturias que se constituye en Reino de forma autónoma. Y, curiosamente,
mientras con el avance reconquistador van surgiendo diversos reinos (Navarra,
León, Aragón, Castilla, Galicia, Portugal) ni vascos ni catalanes hacen lo
propio y permanecen como territorios subordinados, en el caso vasco a Navarra y
definitivamente a Castilla, en el caso catalán a Francia. El Señorío de Vizcaya
pasa a ser un título más del Rey de Castilla y se integra definitivamente en la
Corona de Castilla; el Condado de Barcelona, por vía matrimonial, conforma la
Corona de Aragón para evitar la unión castellano-aragonesa y se convierte en un
título más del rey de Aragón. La posterior unión dinástica de la Corona de
Castilla y Aragón, decidida libremente por los Reyes Católicos, integra ambos
territorios como parte del Reino de España, sin que jamás hayan gozado de
status jurídico independiente de primer orden, aunque manteniendo determinados
fueros o privilegios concedidos por sus titulares. La Guerra de Sucesión, con
los vascos en el bando vencedor y los catalanes en el perdedor, no justifica el
independentismo, menos aún en el actual estado autonómico. Catalanes y vascos,
como el resto de españoles, son corresponsables directos de lo que hoy es
España, incluido el periodo franquista en el que, por más que pretendan
camuflarlo, muchos catalanes y vascos no sólo colaboraron con el dictador y su
régimen, sino que, al igual que otros españoles, figuraron de forma destacada
como precursores de dicha ideología, propagandistas de la misma y gestores de
su aparato administrativo e institucional; incluida la elaboración de nuestra
Constitución que no contempla, obviamente, planteamientos independentistas. El
futuro de España será lo que decidan los españoles, incluidos vascos y
catalanes; también los de El Bonillo.
Fdo. Jorge Cremades Sena
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